Vamos a contar mentiras
"Todo general sumergido en la lectura del diario El Alc¨¢zar experimenta un impulso golpista hacia arriba inversamente proporcional al tiempo que le resta para pasar a la situaci¨®n B". Esta traslaci¨®n del principio de Arqu¨ªmedes a la psicoterapia militar se debe a la reflexi¨®n de un general cuyo nombre no hace al caso, y, tal como est¨¢n las cosas, m¨¢s vale as¨ª. Pero tal hubiera sido la m¨¢s exacta exculpaci¨®n de sus defendidos (dado que han vuelto a atacar por "la cabeza") por parte de unos abogados empe?ados en seguir disparando salvas por elevaci¨®n.Ayer intervinieron Adolfo de Miguel (Camilo Men¨¦ndez, Pardo Zancada y Garc¨ªa Carr¨¦s), el general de divisi¨®n Alvarado (defensor militar de Pardo) y los defensores civil y militar del coronel San Mart¨ªn, Jos¨¦ Mar¨ªa Labernia y general de brigada Jaime Farr¨¦. Clima emponzo?ado, calor de nube que obliga a mantener abiertos los cuatro portalones de la Sala y apagadas las luces que penden del techo. Abogados y consejeros se abanican con expedientes. Alg¨²n letrado extraviado te reconoce fuera de la Sala, tras denodados esfuerzos forenses por demostrar la inocencia de su cliente y la culpabilidad de m¨¢s altas instancias: "?Pues por supuesto que mi defendido estaba en el golpe!; ?y yo!". El Elefante se asolea aburrido en la atardecida mientras Labernia esparce culpabilidades que arropen a San Mart¨ªn. Cada cual tiene aqu¨ª su esqueleto en el armario y s¨®lo lo muestra c¨ªnicamente en privado ante la correcci¨®n del periodista amordazado por la confidencia. El general Armada, acaso fortalecido por su nueva soledad, recupera su capacidad de contestaci¨®n a las provocaciones; otro de los encausados le espeta en el pasillo que conduce desde la Sala hasta las habitaciones: "?Por qu¨¦ no asumes tu responsabiliad?". Y replica r¨¢pido: "Eso d¨ªselo a Milans, que tiene m¨¢s galones".
De Miguel acab¨® de depararnos (comenz¨® el viernes) una defensa perversa y bien construida. De Miguel responde a la obsesi¨®n stevensoniana de la doble personalidad: aspecto y voz de viejecito bonach¨®n, casi de abuelete, hasta que recabas en la agilidad de su musculatura, las posibilidades de su sobaquera y el tono jaque que le caracteriza. Hace unos d¨ªas tropez¨® con uno de los obenques que sujetan las carpas de los carromatos de intendencia de Campamento: gir¨® sobre s¨ª mismo cuando todos esper¨¢bamos una fractura, cay¨® sobre un hombro, termin¨® la voltereta, se incorpor¨® recogiendo la inercia y prosigui¨® su camino sin volver la vista atr¨¢s. Es un cintur¨®n negro de judo disfrazado de anciano picar¨®n.
Ayer nos explic¨® que los redactores democr¨¢ticos de la Constituci¨®n hab¨ªan elaborado una Carta Magna cesarista en la que, se leyera como se leyera, el Rey terminaba por tener en sus manos las ¨²ltimas riendas del Ej¨¦rcito. Que, Constituci¨®n en mano, el Rey mandaba y manda cuando todo se tuerce, y que los generales que el d¨ªa de autos se mantuvieron leales a la Constituci¨®n s¨®lo lo hicieron por obediencia al Rey, que si ¨¦ste les hubiera impartido ¨®rdenes anticonstitucionales las hubieran acatado de igual grado. Poder¨ªo militar de la Corona que quiere resaltar para convencernos de que ante la voluntad del Rey (tal como est¨¢ redactada nuestra Ley de Leyes) no hay quien se oponga ("Poder militar omn¨ªmodo del Monarca", "Poder f¨¢ctico de la Corona"), y que el 23 de febrero todos los militares obedecieron al Rey: unos sublev¨¢ndose en la creencia de unas ¨®rdenes reales y otros permaneciendo leales en el entendimiento de otras ¨®rdenes del Monarca. "El Rey tiene algo m¨¢s que una mera magistratura de influencia ( ... ) No puede disolver el Parlamento, pero s¨ª dirigir a las Fuerzas Armadas contra el mismo".
Puede que sean precisos los rasgos cori¨¢ceos de este ex-magistrado (luz y recuerdo de las sentencias franquistas) para formular tales argumentos de exculpaci¨®n jur¨ªdica. A mayor abundamiento, De Miguel es el jefe de filas de una defensa pol¨ªtica que marcha del brazo de quienes, precisamente, buscan un mayor protagonismo del Rey, a costa de violentar la Constituci¨®n. Por debajo de la puerta pasan documentos an¨®nimos propiciando el cesarismo; ante la opini¨®n p¨²blica lo develan y lo traen a colaci¨®n en favor de los rebeldes que procuraban el cesarismo para s¨ª. Leve alusi¨®n a la jurisprudencia de Nuremberg: "Tiene m¨¢s de vae victis que de norma jur¨ªdica a seguir", y gran explayamiento sobre dos patas de una inestable banqueta: estado de necesidad y obediencia debida. Bien: o lo uno o lo otro. Arriscado resulta estimar que estos uniformados se levantaron siguiendo ¨®rdenes leg¨ªtimas; duro de creer que lo hicieran, violentando por necesidad y para un bien mayor, normas superiores; pero adjudicarles ambos eximentes a la vez parece excesivo, si es que no resulta contradictorio.
De Miguel -como los que le han seguido en la defensa- se apoya en el general Juste (entonces jefe de la Acorazada), para, arrastr¨¢ndole por rastrojos, justificar a los suyos. "?Por qu¨¦ no est¨¢ procesado Juste y sus inferiores s¨ª?" "En aquella noche de prueba, nadie mandaba nada, nadie prohib¨ªa nada, y quien aconsejaba algo no se ocupaba de comprobar si sus consejos eran atendidos o no". No cabe mayor simplificaci¨®n interesada y artera. A continuaci¨®n particulariza su defensa a tres bandas:
Camilo Men¨¦ndez.- Nos ley¨® una carta de la madre de Tejero a este capit¨¢n de Nav¨ªo, en la que afirma: "...le quiero infinitamente...", por lo que aquella noche hizo por su "...hijo de mi alma". Y el argumento definitivo: este hombre no hubiera acudido al Congreso de saber que la intentona hab¨ªa triunfado. Es esta una tesis defensiva curios¨ªsima, en virtud de la cual cuando una asonada est¨¢ dudosa o tiende al fracaso, sumarse a ella es motivo exculpatorio. La pr¨®xima (si prospera este criterio) cuanto peor se realice m¨¢s adeptos va a tener, dado lo barato judicialmente de sumarse a los golpes de Estado que fracasan. Algo de este porte tambi¨¦n se aduce a cuenta de Pardo Zancada, que meti¨® una columna de la Acorazada en el Congreso al ver que fracasaba el cuartelazo. Si aquella noche siguen entrando en el Congreso v¨ªctimas propiciatorias, amigos del alma del teniente coronel Tejero, paladines del honor y de las causas perdidas, hoy en vez de asistir al juicio de Campamento estar¨ªamos viendo -desde el c¨¦sped- los juicios del Bernabeu.
Pardo Zancada.- Un acto m¨¢s de servicio a su patria y a su Rey (?el ¨²nico soldado espa?ol que el 23 de febrero se niega a obedecer una orden directa del Rey!). "Y si Dios llega a conservarme el hijo var¨®n que perd¨ª en su primera infancia -aduce De Miguel- hubiera querido que fuera como ¨¦l, aunque tuviera que visitarle en la c¨¢rcel".
Carr¨¦s.- No sab¨ªa nada de lo planeado. Viene as¨ª a realzar la perplejidad del fiscal: Carr¨¦s aparece por toda la historia del golpe de febrero, desde el comienzo conspiratorio hasta el desenlace; no existe momento clave en el que no haga presencia este benefactor de los trabajadores espa?oles (tal como lo tilda su abogado).
Y el padrino de la defensa pol¨ªtica acaba su exposici¨®n recordando la posibilidad de un indulto (aunque ¨¦l pide la libre absoluci¨®n para todos) dada la personalidad de los implicados. Y coloca un remache en esta causa que, despu¨¦s, martillear¨¢ el general Farr¨¦: en el proceso se contrapean dos grupos de justiciables -por Milans y los suyos, que engloban a su vez a los humildes, y la tripleta Armada-Cortina-Ib¨¢?ez Ingl¨¦s-; pues pese al impertinente proceso paralelo y el salvaje toque de arrebato dirigido hacia los unos para hundir a los dem¨¢s, alude al "pat¨¦tico" requerimiento de Pardo Zancada al Tribunal y al general Armada (una carta) para que si el 23 de febrero no fue una misi¨®n regia, que se diga, que alguien lo diga, que hasta el ¨²ltimo momento se espera en esta causa una reacci¨®n, un rayo de luz que ilumine la verdad. El general Armada permaneci¨® impasible ante esta descarada petici¨®n de que se levante y diga que minti¨®. Horas despu¨¦s, con id¨¦ntica pasividad, recibi¨® el mismo recado p¨²blico, del general Farr¨¦.
El caso es que nada ha podido prob¨¢rsele a Armada hasta las once de la noche del 23 de febrero, y, de ah¨ª en adelante (su ofrecimiento como jefe del Gobierno) puede ampararse en un aut¨¦ntico estado de necesidad: la de liberar al Congreso secuestrado. Sus mayores inculpaciones -como las de Cortina- provienen de otros encausados; judicialmente, dibujos en el agua.
Labernia se tom¨® la molestia de volver a destrozar a la Prensa -es in¨²til, la costumbre acoraza- y prosigui¨® el desguace sobre la figura del general Juste (felicitado por. el Rey en tanto su segundo se encuentra procesado), a m¨¢s de volver a anonadamos con los males de Espa?a (incluidos los ataques a la Legi¨®n) antes del 23 de febrero. El general Farr¨¦, defensor militar de San Mart¨ªn, di¨® al menos una imagen nueva entre los soldados que se sientan tras los letrados. Ha intentado hacer una defensa de verdad, quiz¨¢ inmiscuy¨¦ndose en el papel del letrado civil. Y tambi¨¦n ha arremetido con ferocidad contra el general Juste, que para los encausados de la Acorazada, es como ese orificio dental hacia el que siempre vuelve la lengua: una obsesi¨®n y una tapadera. ?Y qu¨¦ -cabr¨ªa preguntarse- si el general Juste se sentara ma?ana en el banquillo? De ¨¦l para abajo las responsabilidades contadas ser¨ªan las mismas.
El general Farr¨¦ (que es m¨¢s inteligente que sus predecesores en el rango judicial) ha clavado en esta causa una interrogante mendaz pero h¨¢bil: ?Se est¨¢n sentando en el banquillo la disciplina y la obediencia?. Obviamente que no, antes lo contrario. La habilidad del general Farr¨¦ reside en el temor y hasta en la dificultad de que en las futuras sentencias no se establezca alguna jurisprudencia que desmorone aquellas categor¨ªas morales. Al final de su pieza este oficial general se ha ido por las ramas. Recuerda que si el general Juste, desde el ya para siempre malhadado parador nacional de Santa Mar¨ªa de la Huerta, llama a Quintana, capit¨¢n General de Madrid, ahora San Mart¨ªn no estar¨ªa procesado. Es verdad. Tras las investigaciones oportunas sobre su comportamiento anterior como jefe del Estado Mayor de la Acorazada habr¨ªa cesado en su mando y, en el mejor de los casos, se encontrar¨ªa ahora empantanado en un destino burocr¨¢tico y sin salida. El general Farr¨¦ ha recordado a esta Sala que su defendido en tres meses (desde el d¨ªa de autos) hubiera llegado a general de brigada y en un a?o a divisionario, con expectativas de acceder a la mayor graduaci¨®n militar. Si se permite la especulaci¨®n sobre conductas contingentes, ah¨ª reside la clave del dudoso comportamiento de este coronel. Tiene conocimiento anticipado de un golpe en el que no conf¨ªa -¨¦l lo montar¨ªa mejor- pero a medio camino de Zaragoza suministra una punta de informaci¨®n a su general, para poder regresar a Madrid y no quedarse fuera del cuartelazo si este se produce y triunfa. A la postre, el general y su segundo, tal para cual; dubitativos y jugando a dos barajas y perdiendo siempre. Y el pa¨ªs, debajo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.