La guerra vergonzante
CASI DA verg¨¹enza escribir la palabra guerra para describir lo que est¨¢ sucediendo entre dos naciones que, por sus respectivas aportaciones de importancia a lo que llamamos civilizaci¨®n occidental -que en gran parte es la conquista de un rechazo de la violencia, de la fuerza y la coacci¨®n para resolver litigios-, deben merecer otro concepto. Es, sin embargo, una guerra. En estos momentos est¨¢ limitada a una zona determinada del Atl¨¢ntico, sur y, duplicada con unas medidas de car¨¢cter econ¨®mico; en cualquier momento puede ampliarse. Y est¨¢ destrozando un cierto sentido del equilibrio mundial en el que, a¨²n precariamente, nos sostenemos. Los dos Gobiernos rivales est¨¢n apoyados, a lo que parece, por sus poblaciones, donde ha prendido un nacionalismo peligroso, compuesto de elementos emocionales que tambi¨¦n, cre¨ªamos ver en punto de disoluci¨®n en un mundo de ideas mucho menos mezquinas.La Junta Militar argentina moviliza las masas y los soldados con las viejas recetas propias del est¨ªmulo y de la propaganda fascista a cuya arcaica ideolog¨ªa pertenece, al menos por su comportamiento; Margaret Thatcher regresa a los tiempos oratorios de Disraeli y Gladstone, al rugido del viejo le¨®n imperial y al manto de la reina Victoria; gran parte de la poblaci¨®n apoya las acciones de guerra, y la oposici¨®n ha ido perdiendo los tonos moderados con que trataba de contener la situaci¨®n. El laborismo tiene unas elecciones municipales en puertas y de ning¨²n modo le conviene enfrentarse a la opini¨®n p¨²blica, aunque le sea dif¨ªcil compaginar -por lo menos en ciertos sectores del partido- el pacifismo que ofrece como idea general y el est¨ªmulo a la casu¨ªstica peculiar de esta guerra. Por otra parte, trata de alinearse con una tradici¨®n que tampoco entra en la idea que se tiene de la contemporaneidad: que en las grandes causas nacionales, la clase pol¨ªtica forma bloque.
Sobre estos nacionalismos despiertos ahora aparecen, como nociones menos esperadas a¨²n, los nacionalismos continentales: lo hay en Am¨¦rica Latina, al lado de los argentinos, un poco frenado en las organizaciones interamericanas por Estados Unidos; como aparece en Europa al lado del Reino Unido. La forma en que el enviado brit¨¢nico al Parlamento de Estrasburgo ha presentado la cuesti¨®n no deja de ser curiosa y, para muchos, artera: Argentina ha realizado un acto colonialista, definido claramente en la legislaci¨®n internacional actual, al conquistar un territorio poblado y al imponer a esos pobladores un idioma, una Constituci¨®n, unas formas culturales y un r¨¦gimen pol¨ªtico distinto al que mantienen desde hace siglos por su propia voluntad. Aunque pueda parecer una inversi¨®n de la realidad, esta f¨®rmula ha sido aprobada un¨¢nimemente por el Parlamento de Estrasburgo, con la abstenci¨®n ¨²nica de Espa?a (dentro d¨¦ la delegaci¨®n espa?ola, un diputado de UCD ha votado en contra). Esta idea de los nacionalismos continentales, de dos continentes m¨¢s o menos enfrentados, encierra todas las impurezas y arrastres hist¨®ricos -m¨¢s que un pensamiento actual- que se quieran. La mezcla de, todo es detonante, y la palabra detonante adquiere aqu¨ª toda su capacidad tr¨¢gica.
La posici¨®n cubana y sovi¨¦tica, al lado de Argentina, las tribulaciones del presidente Reagan entre dos alianzas y dos opciones de su pol¨ªtica global, la aplicaci¨®n de los conceptos de colonialismo, neocolonialismo y anticolonialismo y, desde luego, el cl¨¢sico enfrentamiento entre derecha e izquierda. Enfrentamiento tan visible en Espa?a, donde la derecha no ha vacilado en tomar la causa de Argentina por razones de apoyo a una Junta Militar y por su (inasequible al desaliento) intenci¨®n continua de desvirilizar las democracias, y concretamente la espa?ola, que no es capaz de tomar por la fuerza Gibraltar, descendiendo desde teor¨ªas cl¨¢sicas a las alusiones testiculares que forman su lenguaje m¨¢s bajo y, a lo que parece, m¨¢s eficaz; mientras la izquierda sufre de sus ya cr¨®nicas angustias de definici¨®n entre lo que cree condenable y propio de las dictaduras -el desplante, el hecho consumado- y lo que le parece su vocaci¨®n tercermundista y americanista. No es m¨¢s espantosa la situaci¨®n de un Gobierno metido ya casi en la OTAN, que es ahora angl¨®fila, y merodeando por el antiguo temblor hist¨®rico de la Hispanidad. La oferta de negociaci¨®n y mediaci¨®n hecha, por el presidente del Gobierno, Calvo Sotelo, alegando que hasta ahora las dos naciones en conflicto han negociado mal y poco, hace pensar, que quiz¨¢ pueda llegar con alguna f¨®rmula ignorada m¨¢s all¨¢ que el secretario de Estado. Haig, que el secretario general de las Naciones Unidas y que todos cuantos han intentado, sin ¨¦xito, arreglar este desgraciado acontecimiento. Temi¨® el domingo en sus declaraciones de Ja¨¦n que4uera ya demasiado tarde: l¨¢stima que no haya podido llegar a tiempo. Quiz¨¢ sea ya, en efecto, demasiado tarde para algunos de los protagonistas y desencadenadores de esta grave crisis interna de Occidente, en la que se manifiestan de forma desabrida los problemas de lo que se ha llamado Norte-Sur, y en la que se cruzan ya los problemas Este Oeste. Cuando la Junta Militar desencaden¨® la operaci¨®n del 2-3 de abril, deb¨ªa saber claramente que la otra cara del asunto pod¨ªa ser su p¨¦rdida total de prestigio ante una opini¨®n p¨²blica a la que ilusionaba con una presa nacionalista. Est¨¢ corriendo ese riesgo. Que lo corra tambi¨¦n Margaret Thatcher es un asunto menor: si pierde, hay dirigentes y partidos que pueden tomar el gobierno del Reino Unido, sin graves cambios para el pa¨ªs. Es una ventaja de las democracias. La Junta, en cambio, puede profundizar el enorme abismo de crisis econ¨®mica que ha querido saciar con el plan del nacionalismo, puede ver perdido el prestigio profesional de sus militares y crear una decepci¨®n infinita en un pueblo que ahora se ver¨¢ doblemente humillado. Por eso no puede perder, y ese es uno de los factores que m¨¢s envenenan esta guerra vergonzante, pero guerra: la falta de capacidad de rectificaci¨®n. No puede rectificar la Junta sin desaparecer; no tiene por qu¨¦ rectificar el Reino, Unido si recibe el apoyo moral -y log¨ªstico y econ¨®mico- de Estados- Unidos y de los pa¨ªses de la OTAN.
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