Nervios y traslados
Terminaron su turno cuatro defensores: Garc¨ªa Villalonga (defensor del comandante Cortina, que empez¨® el mi¨¦rcoles su alegato), Dimas Sanz L¨®pez (defensor del capit¨¢n Acera y del teniente Alonso), Jos¨¦ Zugasti (del capit¨¢n Batista) y el capit¨¢n y abogado Caballero ,que patrocina al tambien capit¨¢n P¨¦rez de la Lastra). Todos han mantenido la tesis de que sus clientes no han participado de ning¨²n delito de rebeli¨®n militar y, en consecuencia, han solicitado para sus defendidos la libre absoluci¨®n. Jornada gris aliviada tan s¨®lo por la limpieza jur¨ªdica de Dimas Sanz, que realiz¨® otra impecable defensa de abogado, ateni¨¦ndose a los hechos y olvid¨¢ndose del guirigay pol¨ªtico en torno a este proceso.D¨ªa plano -entramos en una zona procesal que no ofrece mayores expectativas- y curiosamente ¨¢cido, innecesariamente crispado. En la hora del almuerzo los enseres del comandante Cortina y del capitan G¨®mez Iglesias fueron trasladados a las dependencias en las que, desde hace d¨ªas, se aloja en solitario el general Armada. Ambos oficiales no deseaban el traslado, pero ante la violencia verbal de sus compa?eros de prisi¨®n, y ante la posibilidad de que fuera necesario colocar a la polic¨ªa militar a la puerta de sus habitaciones, han terminado por aceptar la orden de traslado. Las vejaciones e insultos desde los integrantes del grupo de Milans hacia el m¨ªnimo grupo de Armada han sido tan constantes y crecientes en los ¨²ltimos d¨ªas que han aconsejado la mudanza.
Es, evidentemente, el peor momento procesal. Nada importante puede ya salir procesalmente a colaci¨®n; pero el ambiente, la sensaci¨®n de lo que pueda resultar, no sopla favorable para la l¨ªnea de mando de los justiciables de Campamento. Los nervios por ello se desatan y cualquier pretexto es v¨¢lido para poner los pies en pared. La colaci¨®n del mediod¨ªa se le indigest¨® a este cronista en el patio de armas de Campamento. Dos caballeros (un general y un abogado) esperaban mi llegada con ¨¢nimo de amparo, conciliaci¨®n y buena voluntad. Algunas personas hab¨ªan estimado que una alusi¨®n m¨ªa a la Laureada del general Orozco podr¨ªa ser peyorativa. Se han molestado hasta en molestar al fiscal por esta historia banal de ejercicio de lectura. Repit¨¢moslo: la Laureada y los galoncillos por heridas que luce el teniente general Orozco realzan sus palabras, sean buenas o sean malas. Y ah¨ª se queda todo. No s¨®lo no se pretende aqu¨ª restarle honor o reda?os al poseedor de tan preciada condecoraci¨®n (que premia el valor, que carece m¨¢s que ninguna otra de significado pol¨ªtico) sino que se coloca sobre una peana moral a quien la luce. An¨¦cdota menor, por m¨¢s que molesta (escuchar a un general pronosticarte desastres de inversi¨®n sexual no es agradable) y que debe quedar aqu¨ª y en la ininteresante confesi¨®n personal de que quien esto firma lucir¨ªa con orgullo una Laureada a la que mis inclinaciones personales, probablemente, jam¨¢s me har¨¢n optar. Dej¨¦moslo as¨ª.
Villalonga, en un tono m¨¢s plano que en su intervenci¨®n anterior, neg¨® las pretendidas entrevistas del comandante Cortina con Tejero. Aludi¨® a la denegaci¨®n -I¨®gica- de ciertas pruebas testificales en raz¨®n de la ocupaci¨®n de su defendido (estaba trabajando sobre los dos esp¨ªas sovi¨¦ticos que acabamos de expulsar del pa¨ªs) y se apoy¨® nuevamente en la mejor tesis de su defensa: es el ministerio p¨²blico quien debe probar la culpabilidad con hechos probados y fehacientes. Y la realidad es que en Campamento, fuera de la palabra de otro inculpado, nada se ha escuchado contra este comandante de la inteligencia militar espa?ola. No faltar¨¢ quien tenga la convicci¨®n moral de que es culpable y estuvo implicado en el golpe de febrero; pero ser¨¢ dif¨ªcil prob¨¢rselo judicialmente. Y Villalonga termin¨® depar¨¢ndonos un n¨²mero final: acab¨® su alegato, recogi¨® sus folios y pase¨® por el patio luciendo un bomb¨ªn t¨ªpico de la City londinense. Tal como andan los ¨¢nimos en Campamento y el nivel de flotaci¨®n de la armada argentina, el alarde de elegancia brit¨¢nica (entre oficiales y familiares proclives a lo bonaerense) ha estado de m¨¢s.
Dimas Sanz ha resultado refrescante. Se ha trabajado la minuta. Profesional, constitucional, respetuoso para con todos, se ha ce?ido al Derecho y cuando ha tenido por preciso hacer referencias a palabras del Rey lo ha hecho con correcci¨®n en el fondo y la forma.
Zugasti fue todo lo contrario. Pese a resultar del todo f¨¢cil la defensa del capit¨¢n Batista (el Garcilaso que toma una emisora de radio en Madrid aduciendo amistad con uno de sus directivos) su letrado ejerci¨® un alegato excesivamente en¨¦rgico y mal terminado: "Hago m¨ªa la frase pronunciada por el teniente coronel Tejero de que alg¨²n d¨ªa 'me gustar¨ªa saber lo que pas¨® aquel 23 de febrero', porque pese a los grandes es fuerzos realizados, de esta causa saldr¨¢ s¨®lo lo suLperficial, lo relativo, pero no lo absoluto.
El capit¨¢n Caballero se aferr¨® a la cuerda del estado de necesidad (desmembraci¨®n de la patria, hipot¨¦tica desmilitarizaci¨®n de la Guardia Civil, etc¨¦tera) para acabar recogiendo el cabo de la obediencia debida, particularmente estrecha en la Benem¨¦rita.
Nada novedoso en esta jornada de nervos extraprocesales. Acaso que Villalonga ha tra¨ªdo a colaci¨®n posibilidades de enajenaci¨®n mental por parte de alg¨²n encausado, y que otros letrados preparan intervenciones a base de citas de psiquiatras. No es mala defensa. Para terminar de armar esta historia hay que correr en procura de las ense?anzas de la escuela de Viena.
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