El ejercicio de la arquitectura en la democracia
La arquitectura en la incipiente democracia en Espa?a no ofrece, por el momento, expectativas optimistas. Se argumentar¨¢, y es cierto, que el tiempo es a¨²n escaso, pese a los cambios efectuados, pero las omisiones y algunos proyectos para el espacio p¨²blico reclaman con urgencia una mirada menos superficial y m¨¢s atenta para la orientaci¨®n de la arquitectura de una sociedad en libertad.?Qu¨¦ ocurre con la arquitectura en Espa?a? ?Por qu¨¦ tanta indiferencia? ?Qu¨¦ sucede en la instituci¨®n de los arquitectos? Tres cuestiones entre otras m¨²ltiples que enmarcan un problema y un debate como programa de Estado, problema y debate que necesitan de la atenci¨®n del poder democr¨¢tico para conseguir ordenar y encauzar los cambios que le son intr¨ªnsecos a un proceso tan decisivo como ha de ser la construcci¨®n del espacio arquitect¨®nico, tanto p¨²blico como privado.
La arquitectura y la ciencia urbana son instrumentos decisivos en la formalizaci¨®n del espacio para la comunidad; la gesti¨®n p¨²blica de la arquitectura no puede, ni debe, ser una responsabilidad asignada a la competencia de los arquitectos, s¨ª realmente queremos edificar el espacio de una sociedad que desea otorgarse el derecho a la libertad y configurar los lugares para la convivencia.
Arquitectura sin cualidad
Es cierto, y parece que no son muchos los argumentos necesarios a esgrimir, que las estructuras productivas del espacio urbano en el pa¨ªs provienen de una arquitectura sin cualidad y sin atributos, que su dimensi¨®n f¨ªsica es un producto dependiente del lucro como principio y fin econ¨®mico, que su cualidad ambiental es subsidiaria de una mediocridad formal enajenada. ?Podr¨ªa ser otra la arquitectura con premisas semejantes?.
Las relaciones entre la administraci¨®n pol¨ªtica de la ciudad y la cultura arquitect¨®nico-urban¨ªstica patentizan de manera elocuente las contradicciones entre forma y contenido, entre los valores asignados al suelo como mercanc¨ªa y el sentido del lugar. Esta malversaci¨®n ha dado como resultado la anticiudad. El espacio como lugar de referencias, como ¨¢mbito de lo habitable, como hecho cultural, como reducto de lo necesario para vivir, no existe; estas generalizaciones cr¨ªticas no son axiomas te¨®ricos, sino constataciones cotidianas.
La democratizaci¨®n de un pueblo consiste primordialmente en recuperar su derecho a entender, resolver y hacerse cargo de sus problemas. Imaginar la nueva ciudad y hacerla comprensible es un reto y un programa para la acci¨®n pol¨ªtica, porque el asalto a la raz¨®n urbana que sufri¨® el espacio de la ciudad con tan despiadada crueldad debe ser superado por una cultura urbana que permita entender y comprender la raz¨®n de ser de la arquitectura.
El pol¨ªtico ha de tomar partido m¨¢s all¨¢ de las consignas de sus agrupaciones ideol¨®gicas, por cu¨¢l modelo de ciudad, hacia qu¨¦ arquitectura, ya que no puede seguir eludiendo la responsabilidad de sus decisiones en la construcci¨®n f¨ªsica del espacio. La arquitectura de la ciudad sigue siendo cosa de promotores, urbanistas y arquitectos, y precisamente la novedad pol¨ªtica del sistema democr¨¢tico es el poder conferir, a trav¨¦s de la imaginaci¨®n y la libertad, soluciones m¨¢s crealoras para las dificultades m¨¢s urgentes, modificando las funciones, las formas y los modos de expresi¨®n. La democracia, sin la belleza que implica una estructura de orden, se transforma en un episodio que relata simulacros.
La indiferencia por la arquitectura nace de las propias instituciones del poder, indiferencia e ignorancia de la que es solidaria la insensibilidad por entender el espacio y disfrutarlo.
?Podemos esperar de nuestros diputados que las leyes que formulan tiendan a introducir un concepto de espacio nuevo en el ¨¢mbito de una arquitectura de la democracia? ?O la insensibilidad en la que estamos inmersos no les permitir¨¢ percibir el malestar de la ciudad? La indiferencia por la arquitectura es producto de la insensibilidad hacia el espacio de toda una colectividad, el hombre de nuestras ciudades vive la arquitectura de tal manera que a veces parece que su propia presencia fuera innecesaria.
Progreso sin ruptura
Si el modelo aceptado por la mayor¨ªa es la de ordenar un progreso sin rupturas, una de las caracter¨ªsticas de este nuevo orden ser¨ªa la de rescatar la arquitectura, demasiado prostituida por el mercantilismo industrial moderno, y situarla en el lugar que le corresponde, el de ser uno de los proyectos del trabajo del hombre destinado a crear lugares para la convivenc¨ªa.
Al desarrollo de una culturizaci¨®n urbana y una sensibilizaci¨®n por entender el espacio, tanto del ciudadano como del pol¨ªtico pr¨¢ctico, corresponde, en paralelo, un cambio radical en la estructura interna que rige la instituci¨®n de los arquitectos. Estas corporaciones gremiales, colegios de arquitectos, han eludido, por razones diversas, su incorporaci¨®n a la realidad social, pol¨ªtica, econ¨®mica y tecnol¨®gica del pa¨ªs.
La estrategia esbozada para mantener sus privilegios les ha impedido descubrir el papel innovador que el arquitecto tiene asignado en la construccion del espacio en las sociedades modernas. Su miop¨ªa hist¨®rica hace de estas instituciones, en origen democr¨¢ticas, que sus programas no sean m¨¢s que pura referencia a sus contingencias m¨¢s inmediatas. ?Tienen capacidad estas corporaciones gremiales para analizar y responder al nuevo modelo de nuestra sociedad en transici¨®n? ?Es el lugar id¨®neo el estamento colegial para un debate cultural, laboral y pedag¨®gico?
Dos grandes corrientes ideol¨®gicas surgen en el seno de la propia clase profesional de los arquitectos. Una, cuyos esfuerzos se dirigen a mantener los privilegios heredados, ignorando a otra, una nueva clase que solicita un cambio cualitativo en los fines y en los medios de la instituci¨®n colegiada. Ambas requieren de la instituci¨®n gremial un sitio para el debate y la superaci¨®n de estos problemas, entre los que son evidentes algunas de las siguientes cuestiones: las demandas de las elites culturales intentando incorporar las tendencias y vanguardias, los nuevos m¨¦todos de ense?anza, el control de los macroestudios de arquitectura, las nuevas formas de contrato laboral dentro de la empresa, integraci¨®n de otros profesionales, urbanistas, ingenieros, economistas, soci¨®logos, arque¨®logos, historiadores..., ingreso en el Mercado Com¨²n Europeo, asimilaci¨®n de un sector cada d¨ªa m¨¢s numeroso de un aut¨¦ntico proletariado titulado, sin trabajo cualificado y desclasado dentro de una aparente igualdad profesional, y, por ¨²ltimo, el verdadero conflicto que subyace en todas estas cuestiones generalizadas: la definici¨®n y defimitaci¨®n del verdadero rol del arquitecto en la sociedad espa?ola actual.
Destino social
Porque a nadie se le oculta que no es la modificaci¨®n de unos estatutos en la administraci¨®n de los colegios profesionales, como no es un cambio m¨¢s en los m¨¦todos pedag¨®gicos de las escuelas donde est¨¢ inscrito el conflicto, sino en el destino social que tiene que asumir el arquitecto como constructor de la realidad espacial.
La inoperatividad del arquitecto como profesional en el plano de la cultura de nuestro tiempo es algo evidente. La p¨¦rdida de su identidad profesional, su frustraci¨®n intelectual, el haber ejercido su trabajo durante tanto tiempo como legalizador de la corrupci¨®n, y el percibir y gozar de unos privilegios basante singulares con respecto a otras competencias y conocimientos t¨¦cnicos, en los que no decide, aunque garantice su responsabilidad, son aspectos manifiestos de la crisis de una profesi¨®n inmersa en los conflictos de sus propias contradicciones.
Tal vez desde una perspectiva que recupere elsentido moral y de conocimiento que el arquitecto debe asumir en la democracia estas organizaciones colegiales puedan extirpar los defectos de un profesionalismo mal entendido. Los colegios de arquitectos no pueden resolver problemas que desbordan la capacidad de personas concretas, pero en la situaci¨®n actual pueden, ser lugares que permitan ayudar a realizar el necesario cambio de un modo m¨¢s racional, tanto en sus aspectos corporativos como sociales.
Las contradicciones de la arquitectura no se resuelven mediante el exclusivo uso de la forma, sino transformando el espacio del hombre aun a riesgo del error, porque, como ense?a la ciencia y la experiencia de la historia, en un proceso en evoluci¨®n, como es el de la arquitectura en la democracia, la incidencia de errores de interpretaci¨®n no altera tanto la evoluci¨®n del proceso, cuando estos errores pueden ser elaborados en el discurso de la colectividad.
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