Esa guerra de locos
LA INSENSATA batalla del Atl¨¢ntico Sur sigue su curso. La anunciada, y siempre demorada, invasi¨®n brit¨¢nica de las Malvinas ha comenzado. A los muertos del destructor Sheffield y del crucero General Belgrano, que descansan para siempre en el fondo de las heladas aguas cercanas al Ant¨¢rtico, les har¨¢n compa?¨ªa, en el mar o en tierra insular, los combatientes de los dos ej¨¦rcitos que pierdan la vida en los pr¨®ximos d¨ªas.La dictadura argentina aplic¨®, a comienzos de abril, la receta m¨¢s elemental de la que puede disponer un gobierno autocr¨¢tico en graves dificultades: exportar sus problemas interiores mediante la creaci¨®n de una solidaridad nacional sin fisuras a costa de un enemigo exterior. Aunque el general Galtieri se revista ahora con la t¨²nica de la paz y -simule asombro ante las acciones armadas brit¨¢nicas, es evidente que las hostilidades en el Atl¨¢ntico Sur fueron rotas por parte argentina con la ocupaci¨®n militar y por la fuerza de las Malvinas. El aventurerismo de esa invasi¨®n no puede quedar justificado por las razones que la Historia y el Derecho Internacional conceden a la Argei¨¹ina para reivindicar la soberan¨ªa de las islas. El mismo Derecho Internacional condena el uso de la fuerza para solventar litigios. Espa?a, que mantiene un contencioso similar con Londres, viene agotando pacientemente, lo mismo con reg¨ªmenes de dictadura que de democracia, las v¨ªas pac¨ªficaas de negociaci¨®n. Y es de tiempos del general Franco la frase de que Gibraltar no vale la vida de un solo soldado espa?ol. Las Malvinas no valen las de un solo soldado argentino. Pero habr¨¢ cientos de muertos y una crisis internacional profunda y preocupante por la aventura infame de un r¨¦gimen militar dedicado de anta?o a la tortura de sus ciudadanos y que se ha comportado m¨¢s como una banda armada que como otra cosa.
La reacci¨®n del Gobierno presidido por Margaret Thatcher era una de las posibilidades que se ofrec¨ªan a la pol¨ªtica exterior del Reino Unido pero, evidentemente, tambi¨¦n era la peor. Los efectos de pol¨ªtica interna que ha buscado la dictadura argentina para su insensata agresi¨®n pueden probablemente ser trasladados tambi¨¦n a Gran Breta?a, d¨®nde la irreal estampa de la Royal Navy combatiendo a unos lejanos enemigos para salvar el honor imperial no s¨®lo es un siniestro homenaje nost¨¢lg¨ªco a los tiempos de Rudyard Kipling sino que, mucho m¨¢s prosaicamente, podr¨ªa servir para devolver al partido conservador parte de los votos perdidos por una pol¨ªtica econ¨®mica fracasada. Cualquier interpretaci¨®n que pretenda disculpar la intervenci¨®n brit¨¢nica en nombre de altos y generosos ideales, entre los que se barajan la paz mundial, la contenci¨®n de los pa¨ªses agresores y la defensa de los valores democr¨¢ticos frente a las dictaduras, es inconvincente. No se halla tan lejano el recuerdo de la invasi¨®n de territorio egipcio por tropas brit¨¢nicas y,francesas, en 1956, para impedir la nacionalizaci¨®n del Canal de Suez, proteger los intereses de una compa?¨ªa y tratar de derribar al r¨¦gimen de Nasser. El gobierno de Londres ha tomado una opci¨®n de guerra y ha lanzado a susciudadanos a una est¨²pida carrera de orgullos nacionales y prestigios en juego. Para hacerlo no duda ni en aplicar presiones contra la prensa y los medios de comunicaci¨®n responsables, ni en desafiar la unidad europea, ni en agitar las masas con una propaganda de la m¨¢s fea especie.
Es cierto que las diferencias entre una dictadura y un sistema democr¨¢tico se hacen tambi¨¦n visibles en este conflicto en lo que se refiere a la posibilidad de los ciudadanos brit¨¢nicos para exigir informaci¨®n veraz o para oponerse a esta insensata guerra. Siguiendo una noble y honrosa tradici¨®n brit¨¢nica, en la que figuran nombres tan memorables como Bertrand Russell, en el Reino Unido se han alzado en el voces cualificadas para protestar de las acciones navales en el Atl¨¢ntico y criticar la estrategia del Gobierno. Pero el gobierno de Margaret Thatcher se esfuerza por acallar las informaciones objetivas y las cr¨ªticas de los disidentes y ha negado la entrada en el pa¨ªs a P¨¦rez Esquivel, premio N¨®bel de la Paz. En Argentina, por supuesto, la indiscutible solidaridad nacional para apoyar la invasi¨®n de las Malvinas y rechazar la contraofensiva brit¨¢nica queda reforzada por la unanimidad policial y propagandista de un r¨¦gimen autocl¨¢tico.
En el horizonte del conflicto se dibujan consecuencias de tal envergadura que pueden cambiar la correlaci¨®n de fuerzas mundial entre las superpotencias. El apoyo de Estados Unidos a Gran Breta?a ha hecho saltar por los aires la estrategia del panamericanismo, ha profundizado los sentimientos anti-norteamericanos en todo el continente y abre el camino para una de esas alianzas imp¨ªas que la geopol¨ªtica planetaria engendra en su din¨¢mica. Reg¨ªmenes como el presidido hace unos a?os por el General Velasco Alvarado e? el Per¨², que enmascaran las dictaduras militares con la demagogia populista, la complicidad vergonzante de la izquierda y el respaldo diplom¨¢tico, militar y econ¨®mico de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, podr¨ªan ser el imprevisto resultado de la decisi¨®n de Gran Breta?a de invadir las islas. Las perspectivas son demasiado sombr¨ªas una vez que los brit¨¢nicos han desplegado su contra-fensiva. Pero todav¨ªa queda la esperanza de que la raz¨®n y la paz terminen por imponerse a la irracionalidad y a la muerte.
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