Retrato de familia
Los Baroja no mienten y tienen una ilimitada vocaci¨®n de independencia. Una d¨ªa el pintor Solana, que era un cuco santanderino pasado por el tapiz chulesco del madrile?ismo del diecinueve, le explicaba a don P¨ªo que las obras de arte se hacen con sangre. Y don P¨ªo contest¨®, imperturbable: "Yo creo que con sangre no se hacen m¨¢s que morcillas".Otro d¨ªa paseaba Julio Caro Baroja, el sobrino preferido de don P¨ªo, por los alrededores del Palacio de la Magdalena. Hab¨ªa pronunciado algunas lecciones magistrales en el paraninfo de las Caballerizas Reales santanderinas y llevaba tiempo top¨¢ndose con un hispanoamericano que le somet¨ªa a persecuci¨®n casi apost¨®lica. "Maestro, qu¨¦ cree su sabidur¨ªa que..."; "Profesor, d¨ªgame cu¨¢ndo...". Uno y otro d¨ªa. Y don Julio, que es como don P¨ªo, pacientemente iba contestando, a veces con seriedad, en ocasiones con humor, quiz¨¢ con socarroner¨ªa. Pero esa tarde, paseando entre los pinos frente a la bah¨ªa, rodeado de gente amiga, apareci¨®se el hispanolatino de repente e inici¨® el ceremonioso preguntar. "Maestro...". Julio Caro Baroja levant¨® las manos, lanz¨® un grito dolorido y casi tarzanesco hacia el cielo y se ech¨® a rodar pendiente abajo, dejando estupefactos a sus buenos contertulios.
Julio Caro Baroja es un fiel representante del clan que inici¨®, el siglo pasado, su abuelo el ingeniero de minas, que no era exactamente del mismo pa?o que un ingeniero de minas. Culto, abierto, liberal o, m¨¢s exactamente, librepensador. Pero es significativo que, al decir los Baroja por costumbre lo que sienten, les hayan marcado con fama de agrio malhumor en un pa¨ªs donde hay tanto energ¨²meno y tanta gente violenta en ¨¦l sentido de la bestialidad p¨²blica.
De peque?o vivi¨® Julio Caro Bar¨¢ja en el caser¨ªo de su t¨ªo en Itzea, en Vera de Bidasoa -"la carretera de Francia, h¨²meda y umbrosa, era nuestro paseo favorito-, y tuvo conversaciones de ni?o de cuatro a?os con el hombre de acci¨®n -imaginaria- que fue don P¨ªo, del que fue Julio Caro su sobrino favorito. Y son iguales: entra?ables, pacientes, t¨ªmidos, fr¨¢giles, amigables y hasta gr¨²?ones si la ocasi¨®n lo hace inevitable. Sinceros. Caro Baroja, adem¨¢s, escribe como P¨ªo, con mucha garra y gracia, y pinta como su t¨ªo Ricardo. Toda una familia que completa otro P¨ªo, hermano de Julio Caro, que trabaja en Televisi¨®n y que anda metido en la realizaci¨®n de una pel¨ªcula seriada sobre El mayorazgo de Labraz. P¨ªo Caro busca los escenarios y har¨¢ la realizaci¨®n y Julio Caro le asesora en las escenas, dibuj¨¢ndole una taberna, por ejemplo, o c¨®mo concretar en im¨¢genes la rica escenograria barojiana.
De P¨ªo Baroja se ha dicho -se dice todav¨ªa-, que escrib¨ªa mal. Igual afirman de Gald¨®s o de Unamuno. Debe ser porque los que peor juntan las palabras -si es que las juntan mal-, son los que m¨¢s cosas dicen. "Compar¨¢ndolo con mi t¨ªo, el veneno contra m¨ª es nimio", afirma Julio, sentado en un despacho en el que abundan los recuerdos familiares. "Volver a leer a P¨ªo me evoca tantas cosas y me produce tantos recuerdos que a veces tengo un cierto reparo porque me revuelve el pasado. Me solivianta m¨¢s que me da placer".
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