Jurado en Cannes
Los casi 2.000 fot¨®grafos que vinieron al XXXV Festival de Cannes no corr¨ªan demasiado este a?o detr¨¢s de las aspirantes a actrices que se desnudaban para ellos en la playa. No: las arenas de la costa Azul est¨¢n ahora tapizadas con una alfombra exquisita de pechugas desnudas, las m¨¢s caras del mundo, de modo que ya nadie se toma el trabajo de mirar otra vez porque una adolescente con agallas se desnude cuan larga sea en mitad de la calle. A nadie en este festival parece importarle nada distinto de lo que ocurre en la noche perpetua de las veinte salas de cine, donde se pasan 42 pel¨ªculas diferentes cada d¨ªa durante dos semanas agotadoras. Antes, las estrellas de cada delegaci¨®n sub¨ªan al escenario despu¨¦s de la proyecci¨®n, protegidas por la certidumbre de que nadie se atrever¨ªa a rechiflar en p¨²blico a una mujer hermosa. Tal vez el ¨²ltimo grito de esa feria mundana fue el que lanz¨® Johnny Weissmuller al llegar a Cannes hace unos tres a?os, para recoger las cenizas de su propio Tarz¨¢n juvenil, antes de hundirse para siempre en las tinieblas de un hospital psiqui¨¢trico. Todo eso se lo llev¨® el viento. Este a?o, los ¨²nicos que subieron al escenario en la noche inaugural fueron un grupo de hombres maduros, t¨ªmidos y feos, a quienes muy pocos pod¨ªan reconocer por su cara, pues siempre hab¨ªan estado detr¨¢s de las c¨¢maras. Con la excepci¨®n de uno, que hab¨ªa estado delante y detr¨¢s al mismo tiempo: el franc¨¦s Jacques Tati. Eran directores de los m¨¢s grandes, a quienes el festival rindi¨® este a?o un homenaje merecido: el norteamericano Joseph Losey, el austriaco Willy Wilder, el h¨²ngaro Miclos Jancso, el japon¨¦s Akira Kurosawa, el italiano Michelangello Antonioni. Cada uno improvis¨® un discurso breve, inteligente y con sentido del humor, y esto pareci¨® dar en su conjunto el tono nuevo del festival. Antonioni cont¨® que un admirador le hab¨ªa parado en la calle para decirle: "Sus pel¨ªculas me han hecho crecer". Aquella fue para ¨¦l una revelaci¨®n alarmante, seg¨²n dijo, porque el hombre med¨ªa apenas un metro con cuarenta cent¨ªmetros.Esta derrota del star system, que durante tantos a?os fue el atractivo mayor del festival, podr¨ªa ser el signo de los nuevos tiempos. "Ahora todo el mundo sabe que el actor es s¨®lo un medio de expresi¨®n del director", ha dicho un cr¨ªtico. Geraldine Chaplin, que es una mujer inteligente y culta, y adem¨¢s una excelente actriz, piensa que esa concepci¨®n del oficio de actor ser¨¢ muy positiva, y en especial para el actor mismo. "As¨ª nos veremos obligados a aprenderlo todo", me dijo al t¨¦rmino de una reuni¨®n del jurado, del cual ambos formamos parte. "Terminaremos por escribir y dirigir nuestras propias pel¨ªculas". Por lo que a ella se refiere, no lo recoger¨¢ del suelo: su padre hac¨ªa hasta la m¨²sica.
En el mismo tono, es tambi¨¦n natural que el festival se haya inaugurado con la proyecci¨®n de uno de los mastodontes colosales de la historia del cine: Intolerancia, de D. W. Griffith. Fue una noche memorable, consagrada a un precursor de los m¨¢s grandes, que en 1916 se gast¨® dos millones de d¨®lares de los de entonces para hacer este espect¨¢culo fabuloso que parece m¨¢s actual que muchas de las pel¨ªculas m¨¢s ambiciosas de hoy. Su duraci¨®n inicial deb¨ªa ser de ocho horas, y s¨®lo para transportar todos los d¨ªas los caballos y los elefantes hasta la Babilonia reconstruida en los estudios hubo que hacer un ferrocarril especial. Con todo, su estreno en el Liberty Theater de Nueva York tuvo la misma suerte desdichada de la Consagraci¨®n de la primavera, de Stravinski, y fue el primer fracaso hist¨®rico del cine.
Lilian Gish, la madre recurrente que mece la cuna al principio de cada episodio de Intolerancia, tiene ahora 85 a?os. La periodista francesa Catherine Laporte la entrevist¨® hace algunos d¨ªas en su apartamento de Nueva York, y la encontr¨® como estratificada en sus recuerdos. "Tiene el cutis todav¨ªa fresco", escribi¨®, "los labios pintados en forma de coraz¨®n, los cabellos te?idos de un rojo extra?o y los bucles a la antigua, y toda ella exhala un encanto pasado de moda, pero desmentido por una impertinencia muy contempor¨¢nea". De modo que Lilian Gish hubiera podido venir en persona a recoger sus ¨²ltimas nostalgias. Sin embargo, esos laureles seniles les fueron reservados al pianista Stanley Kilburn, de 87 a?os, que acompa?¨® la pel¨ªcula con su m¨²sica original, como era de uso corriente en los tiempos del cine mudo. La acompa?¨® durante tres horas en la sesi¨®n vespertina, y durante otras tres horas en la sesi¨®n nocturna, sin un respiro, sin un instante de decaimiento, como lo hizo tantas veces desde la primera vez, a los diecis¨¦is a?os.
Otra personalidad cuyo nombre quedar¨¢ vinculado para siempre a este festival -cualquiera sea su suerte en las calificaciones finales- es el cineasta turco Yilmaz Guney, que escribi¨® y dirigi¨® desde la c¨¢rcel de Kaisiri, en Turqu¨ªa, la pel¨ªcula que m¨¢s hab¨ªa impresionado al p¨²blico del festival hasta este fin de semana: Yol. Los negativos pasaron a Suiza y luego a Francia por conductos clandestinos, y all¨ª se termin¨® el el trabajo de laboratorio. Yilmaz Guney, que a los 45 a?os cumpl¨ªa su tercera condena por delitos; pol¨ªticos, se fug¨® de la c¨¢rcel en octubre pasado y desapareci¨® sin dejar rastros. Hasta la noche del estreno de su pel¨ªcula en Cannes, cuando reapareci¨® sin aviso previo bajo los proyectores del Palacio del Cine, con esmoquin y bufanda de seda y el cabello pintado de rubio como el m¨¢s mundano y tranquilo de los espectadores. En ese momento hab¨ªa una manifestaci¨®n de turcos encapuchados en la puerta del teatro, gritando consignas intraducibles contra la represi¨®n militar en su pa¨ªs. Dos d¨ªas despu¨¦s, el Gobierno turco pidi¨® a Francia la extradici¨®n de Yilmaz Guney.
Antiguo actor de teatro
No obstante, la personalidad que se rob¨® la atenci¨®n de las c¨¢maras desde la noche inaugural fue el ministro de Cultura de Francia, Jack Lang, un antiguo actor de teatro de 42 a?os con una cabellera alborotada de loco feliz. Ahora que es ministro, y aun dentro del esmoquin alquilado, Jack Lang sigue siendo igual a s¨ª mismo: informal y simp¨¢tico, de una creatividad incontenible y un dinamismo sin tregua, y con una voluntad de renovaci¨®n que de alg¨²n modo ha empezado a proyectarse en el estilo de este festival lastrado todav¨ªa por demasiados convencionalismos.
Desde su creaci¨®n, el esmoquin es obligatorio para las sesiones nocturnas. La raz¨®n no me cabe en la cabeza. Hasta donde yo s¨¦, esa chaqueta sin gracia se llama como se llama porque era la que se pon¨ªan los caballeros ingleses para fumar en un cuarto aparte, de modo que el humo del tabaco no contaminara el resto de la casa ni sus buenos vestidos. Es decir, todo lo contrario de lo que se hace ahora. Yo no me lo he puesto nunca, ni pienso pon¨¦rmelo, y no por prejuicio ni porque me parezca feo. Mis motivos son m¨¢s profundos. Yo ten¨ªa unos ocho a?os en Aracataca cuando vi en un peri¨®dico la foto impresionante del cad¨¢ver embalsamado de Enrique Olaya Herrera, un antiguo presidente de Colombia que hab¨ªa muerto en Roma, y hab¨ªa sido expuesto en c¨¢mara ardiente durante varios d¨ªas en el Capitolio nacional. Lo que m¨¢s me impresion¨® fue que estaba vestido de etiqueta. Desde entonces pens¨¦ que esa clase de ropa s¨®lo se usaba para exhibir a los muertos ilustres, y aquella idea se me convirti¨® para siempre en una superstici¨®n. De modo que he sido tal vez el primer jurado de Cannes que ha roto la mala costumbre del esmoquin.
Jack Lang, tal vez sin propon¨¦rselo, me dio una buena mano en esta rebeli¨®n solitaria; la noche de gala fue al Palacio del Cine en esmoquin porque, en realidad, a un ministro no le quedaba m¨¢s remedio. Pero la noche siguiente, despu¨¦s de un r¨¢pido viaje de ida y vuelta a Par¨ªs, y con el pretexto de que no hab¨ªa tenido tiempo de cambiarse, reapareci¨® con los mismos pantalones de vaquero y el pullover rojo con que lo conoc¨ª hace a?os en M¨¦xico cuando era el director del Festival de Teatro de Nancy. Aquel gesto, sin duda muy bien calculado, fue como un ventarr¨®n de naturalidad en un festival que se ha distinguido siempre por su rigor de selecci¨®n, pero tambi¨¦n por su conservatismo polvoriento.
?1982.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.