La intransigencia brit¨¢nica
Ante lo que algunos observadores califican como "el ¨²ltimo capricho colonial deI siglo XX" la flota brit¨¢nica ha iniciado la pen¨²ltima etapa de una guerra colonial a la que el Gobierno conservador de la se?ora Thatcher busca darle el car¨¢cter de cruzada restauradora de la ley y el orden. Sus argumentos, en ¨²ltima instancia, se limitan a se?alar a Argentina como el pa¨ªs beligerante que produjo la fractura del orden existente en las Malvinas antes del 2 de abril.Sus intereses, en cambio, apuntan a cuestiones m¨¢s pr¨¢cticas y onerosas, como lo son las explotaciones petrol¨ªferas en juego, las ricas reservas de krill, o la importancia geopol¨ªtica del Atl¨¢ntico sur en un futuro inmediato. Por ¨²ltimo, el orgullo nacional de quien fue y dej¨® de serlo se siente herido ante el desplante y firmeza de un pa¨ªs que, occidental por geograf¨ªa y convicci¨®n, se niega a seguir siendo socio menor y comparsa en lo que por ley, historia y geograf¨ªa le pertenece como parte de su territorio nacional.
No importan as¨ª, en la guerra santa, los argumento de todo tipo que esgrima la parte contraria, como son las reiteradas resoluciones de la ONU (502 incluida) que instan a la descolonizaci¨®n de las islas o que la jurisprudencia del alto organismo mundial nunca considere agresor al territorio colonizado, sino al colonizador.
Conviene tambi¨¦n olvidarse que el desembarco de los soldados argentinos no caus¨® una sola muerte en el acto de recuperaci¨®n y que hasta el 2 de abril los kelpers eran considerados legalmente ciudadanos de segunda categor¨ªa con restricciones de todo tipo en la corona de Su Majestad brit¨¢nica. Menos a¨²n conviene hablar de diecisiete a?os de gestiones con Gobiernos de todo tipo en Argentina, donde la callada era la mejor de las respuestas.
Se insiste s¨ª en el car¨¢cter dictatorial de la Junta Militar argentina, olvid¨¢ndose que fue el Gobierno del Reino Unido uno de sus principales proveedores de armas, que sus pr¨¦stamos a ese Gobierno alcanzan la suma de 9.000 millones de d¨®lares ... unos 900.000 millones de pesetas... y que las reclamaciones por un pronto retomo a la vida democr¨¢tica en Argentina nunca se hicieron o¨ªr desde Londres.
Tambi¨¦n se olvida la se?ora Thatcher de que son los argentinos en su conjunto, sin exclusiones de ning¨²n tipo, los que han avalado el acto de recuperaci¨®n de las fuerzas armadas, prestando su adhesi¨®n y apoyo a lo que se considera una gesta nacional. H¨¢gase leer, se?ora, las declaraciones de la Multipartidaria -que aglutina al 80% de la oposici¨®n democr¨¢tica- o las de la Confederaci¨®n General del Trabajo, o las de los colegios profesionales y asociaciones, y ver¨¢ hasta qu¨¦ punto es cierto aquello de "acto desesperado de una dictadura militar tercermundista".
Pero si la homogeneidad argentina en el tema no le satisface, mire a lo largo y a lo ancho de nuestro continente latinoamericano y ver¨¢ actitudes similares. ?O cree que los Gobiernos democr¨¢ticos de Per¨², Venezuela, M¨¦xico y otros dieron su voto favorable en la OEA para consolidar a un Gobierno militar? Si, a¨²n as¨ª, le sigue preocupando el car¨¢cter del r¨¦gimen militar argentino, tenga la seguridad de que, superado este dif¨ªcil trance, seremos los propios argentinos, sin paternalismo del Este ni del Oeste, los que sabremos abrir el cauce de las libertades democr¨¢ticas en nuestro suelo.
Somos pac¨ªficos
Los argentinos queremos la paz y, por idiosincrasia, somos pac¨ªficos. Hasta un profesional de las armas, como el general-presidente Galtieri, ha dado muestras en estos ¨²ltimos 45 d¨ªas de una capacidad de di¨¢logo, flexibilidad y tolerancia que muchos a?or¨¢bamos y anhel¨¢bamos en nuestro suelo. Pero esa paz, que para ser s¨®lida y perdurable, debe tener un alto contenido de justicia, pasa invariablemente por el di¨¢logo y la negociaci¨®n, para lo cual no sirven los ultim¨¢tum, las amenazas o los desembarcos. Y esa justicia pasa por el reconocimiento de los intereses de los habitantes de las islas.
Pasa tambi¨¦n por las compensaciones de tipo econ¨®mico que reivindiquen aquellos que se sientan afectados por el cambio de status. Por el respeto a sus costumbres y religi¨®n. Pero tambi¨¦n pasa por el reconocimiento p¨²blico de los derechos argentinos sobre la soberan¨ªa de las islas australes y la legitimidad de sus reclamaciones. P¨²blico y no privado como se hace en los corrillos diplom¨¢ticos de las Naciones Unidas, con miras a mostrar una cara contemporizadora y amplia.
Los muchos soldados ca¨ªdos exigen cordura y di¨¢logo. Los que la Prensa brit¨¢nica llama despectivamente argies (argentinos) han aceptado tres variadas mediaciones, han esperado 149 a?os y en los ¨²ltimos quince d¨ªas, han rechazado siete intentos de invasi¨®n. As¨ª las cosas, el conjunto de los argentinos sigue queriendo negociar una paz digna, justa y honorable.
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