Islam rojo, Islam negro
Las mezquitas est¨¢n siempre llenas; los peri¨®dicos dedican p¨¢ginas enteras a exposiciones teol¨®gicas; la religi¨®n, en sus aplicaciones pr¨¢cticas, es objeto de debates en la radio y en la televisi¨®n; asociaciones culturales, cada vez m¨¢s numerosas en los establecimientos de ense?anza, son animadas por j¨®venes barbudos o por muchachas adolescentes cubiertas con velos, signos ambos de adhesi¨®n al militantismo musulm¨¢n; la Universidad Femenina de El Ain, en el Emirato de Abu Dhabi, ha estado recientemente en huelga -por primera vez en su existencia- para protestar contra el cierre de una revista que hac¨ªa la apolog¨ªa de Jomeini. La revoluci¨®n iran¨ª no ha cesado de irradiar sus corrosivos rayos.El derrumbamiento del imperio de los Pahlevi provoc¨® un principio de p¨¢nico en las petromonarqu¨ªas vecinas. Por todas partes, de un cabo al otro del Golfo, resonaron manifestaciones de alegr¨ªa que reun¨ªan a creyentes y no creyentes, a musulmanes sunnitas y chi¨ªtas.
"Una revoluci¨®n popular aut¨¦ntica, sin precedente en la regi¨®n, que echa abajo el Estado m¨¢s poderoso de Oriente, que suprime de un plumazo a los grandes propietarios de bienes ra¨ªces, los bancos y los monopolios extranjeros, y que hace desaparecer las bases norteamericanas: una revoluci¨®n que se realiza bajo el estandarte del Islam -y no de una ideolog¨ªa extranjera cualquiera, f¨¢cilmente recusable- ten¨ªa motivos para aterrorizar a unas elites musulmanas y conservadoras", explica Teyram Omran, anterior presidente de la Asamblea Nacional de los Emiratos Arabes Unidos.
Reforma o revoluci¨®n
Las consecuencias no tardaron en dejarse sentir. En noviembre de 1979, en los dos extremos de Arabia Saud¨ª se producen incidentes en La Meca, insurgentes sunnitas desaf¨ªan a la corrompida dinast¨ªa ,de Al Saud, mientras que en la provincia oriental los chi¨ªtas, en rebeli¨®n, reclaman la instauraci¨®n de la rep¨²blica. En Kuwait, en Bahrein, en Om¨¢n y en todas partes, nacionalistas procedentes de las clases medias exigen el establecimiento de las libertades p¨²blicas.
En febrero de 1979, una decena de d¨ªas despu¨¦s del retorno de Jomeini a Teher¨¢n, la Asamblea Nacional y el Gobierno de los Emiratos Arabes Unidos, nombrados ambos por el poder, emprenden una sorprendente diligencia conjunta: someten al Consejo Supremo, que re¨²ne a los soberanos de los siete emiratos federados, una petici¨®n solicitando la instauraci¨®n de un verdadero sistema parlamentario, fundado en una constituci¨®n permanente. La demanda -que conten¨ªa un proyecto de reformas radicales- se presenta como el ant¨ªdoto contra el virus revolucionario.
Algunos de los autores de la ins¨®lita petici¨®n -que fue rechazada- siguen pensando que el peligro de contaminaci¨®n a¨²n persiste. Conceden que la coyuntura en el Golfo ya no es similar a la que prevalec¨ªa durante el imperio de los Pahlevi. Pero algunos factores de desestabilizaci¨®n son comparables. Los privilegios de las familia reinantes, el enriquecimiento a una rapidez vertiginosa de los ya ricos, gracias a un liberalismo econ¨®mico sin freno alguno, a las operaciones especulativas, al nepotismo y a la corrupci¨®n emnascarada, alimentan las tensiones sociales.
Ciertamente, ¨¦stas se encuentran atenuadas por las mejoras no monetarias de que se benefician las clases modestas, especialmente en los dominios de la ense?anza, de la salud, de la vivienda; mejoras a menudo superiores a las que conceden a sus ciudadanos algunos Estados avanzados. No es menos cierto que unas min¨²sculas minor¨ªas, a veces un pu?ado de grandes familias, concentran en sus manos el man¨¢ petrolero, viven a todo tren, tanto en su pa¨ªs como en el extranjero, suscitando envidia, frustraci¨®n y odio entre los asalariados, que son los ¨²nicos que asumen el peso de la vida cara, de la inflaci¨®n galopante y -desde hace poco- de los efectos de la austeridad.
Y hay algo m¨¢s fundamental: el frenes¨ª del desarrollo, de la urbanizaci¨®n acelerada, de la irrupci¨®n de costumbres extranjeras, ha hecho estallar las estructuras de las sociedades tradicionales, provocando una aguda crisis de identidad. El ciudadano de origen, que hasta hace poco llevaba la apacible vida de un n¨®mada o de un pescador, se ha visto arrancado de su medio tribal para ser propulsado al barullo de las poblaciones sin alma, mara?as de autov¨ªas atestadas, de pretenciosos rascacielos y de supermercados an¨®nimos.
La corteza y la pulpa
Se ve inmerso en una marea humana, compuesta esencialmente por asi¨¢ticos que ni siquiera hablan su idioma (1). Si es funcionario, se ver¨¢ aconsejado por extranjeros; si es empleado en una empresa privada, lo m¨¢s corriente es que est¨¦ a las ¨®rdenes de un europeo o de un norteamericano; si tiene algo que ver con la polic¨ªa, deber¨¢ responder de sus actos ante un oficial jordano o, lo que es peor, ante un alto responsable ingl¨¦s, seco y duro. No se encuentra en su propio pa¨ªs; est¨¢ en otra parte. Se da cuenta de que el culto al beneficio, importado del Occidente industrializado, sustituye a los valores tradicionales, ¨¢rabes e isl¨¢micos, que son los suyos.
No es, pues, un efecto del azar o de un fanatismo cualquiera el hecho de que los movimientos isl¨¢micos ataquen los efectos corruptores de la cultura occidental, siendo a sus ojos la licencia en las costumbres uno de sus subproductos. Tampoco tiene nada de sorprendente que encuentren o¨ªdos atentos en el seno de una juventud sedienta de absoluto. En todas partes el Islam llena el vac¨ªo dejado por las corrientes laicas, nacionalistas o marxistas, marginadas o reducidas a la impotencia por el poder. ?Acaso no es significativo que el Frente Isl¨¢mico de Liberaci¨®n de Bahrein -acusado del compl¨® descubierto en diciembre pasado- no haya tomado el relevo de las dos principales formaciones de izquierda, el Frente de Liberaci¨®n y el Frente Popular, hasta despu¨¦s de la disoluci¨®n del Parlamento, en agosto de 1975, y del encarcelamiento de los diputados progresistas?
Las conversaciones que m¨¢s o menos clandestinamente se pueden mantener con algunos miembros del Frente Isl¨¢mico diseminados por el Golfo, la atenta lectura de sus panfletos y de sus folletos de propaganda dejan perplejo al observador: la forma de los discursos es anticuada; el contenido, sorprendentemente moderno.
Si se hace abstracci¨®n de la corteza -citas del Cor¨¢n, referencias a la historia isl¨¢mica-, la ideolog¨ªa de fondo constituye una curiosa mezcla de aspiraciones nacionalistas y de an¨¢lisis de izquierda, formulados a veces en un vocabulario marxista. "Vivimos en el r¨¦gimen de la gahelya (la era preisl¨¢mica de la idolatr¨ªa) dotado de un sistema econ¨®mico comprador*", nos dice de un tir¨®n un militante, mientras que otro se lanza a una acusaci¨®n argumentada, apoyada en cifras, contra el "pillaje a que se dedican las multinacionales" en el Golfo.
Pero, ?atenci¨®n!: el Frente Isl¨¢mico no se propone instaurar el socialismo, "ideolog¨ªa extranjera", sino el "Islam revolucionario", que desposeer¨¢ "a los explotadores, vinculados con el imperialismo mundial" en beneficio de los mostazefin (los desheredados), y que har¨¢ reinar la igualdad y la justicia social.
Por un sistema electivo
El Frente es favorable a un sistema parlamentario electivo, que designa con el vocablo "chura", y que practicaron Mahoma y sus sucesores. Se remite a Jadisa, la esposa del profeta, y a Zeinab, la hero¨ªna de Karbala (batalla que tuvo lugar en el a?o 680) para justificar la plena participaci¨®n de la mujer en la vida de la ciudad. En pol¨ªtica exterior, el "Islam revolucionario" es neutralista. Rechaza la hegemon¨ªa, tanto del Este como del Oeste, pero reserva sus dardos para "el imperialismo norteamericano".
La opini¨®n musulmana se ve, en realidad, solicitada por dos corrientes de pensamiento: una, denominada jomeinista; otra, tradicional, constituida esencialmente por sunnitas conservadores. Estos ¨²ltimos tienen la ventaja de disponer de organizaciones, de clubes, de publicaciones autorizadas por los poderes p¨²blicos, y el privilegio de expresarse libremente desde los p¨²lpitos de las mezquitas. En Kuwait, cuatro de los suyos son miembros del Parlamento.
Otro Islam, otro tono, sus peri¨®dicos no atacan ni al r¨¦gimen pol¨ªtico ni al sistema econ¨®mico de los pa¨ªses del Golfo. La mayor parte se dicen, en efecto, apol¨ªticos. Llaman a la estricta aplicaci¨®n del Cor¨¢n y de la Charia, ponen el acento en la piedad, el pudor vestimentario, la separaci¨®n de los sexos y la necesidad de marginar a la mujer en la sociedad.
En materia de imperialismo, estos musulmanes no perciben m¨¢s que el de la URSS, puesto que ¨¦sta trata de difundir el ate¨ªsmo en Eritrea, en Polonia y en Afganist¨¢n, tres temas favoritos de la Prensa del Islam oficioso, que, en cambio, relega a segunda fila el tema del papel inamistoso de Estados Unidos en el conflicto ¨¢rabe-israel¨ª. El apoyo al movimiento palestino es selectivo. Al Islah, por ejemplo, la emprend¨ªa recientemente contra las organizaciones marxistas de la OLP y contra algunos de sus dirigentes, especialmente contra Georges Habach y Nayef Hawatmeh, los dos, como por casualidad, de confesi¨®n cristiana.
Las dos alas del movimiento religioso evitan enfrentarse p¨²blicamente, content¨¢ndose con condenar, sin ninguna otra identificaci¨®n: la una, el Islam rojo; la otra, el Islam norteamericano (o negro). ?Involuntario homenaje a la irradiaci¨®n del jomeinismo? Los negros, en sus peri¨®dicos y en sus predicaciones, observan silencio sobre la Rep¨²blica Isl¨¢mica, una manera como otra cualquiera -adoptada tambi¨¦n por algunas organizaciones de Hermanos Musulmanes en Egipto y Siria- de no tener que avergonzarse de un pr¨®ximo pariente descarriado.
Pero los tradicionalistas no se privan de denunciar a los rojos (sobreentendido los chi¨ªtas), que, en nombre del internacionalismo musulm¨¢n, no buscan otra cosa que uncir a los Emiratos Arabes al carro del imperio persa.
Desconfianza
No es menos cierto que las organizaciones clandestinas projomeinistas, como el Frente de Liberaci¨®n de Bahrein, est¨¢n constituidas esencialmente por chi¨ªtas. Lo que se debe a una serie de razones que obedecen a la vez a las tradiciones contestatarias de los partidarios del im¨¢n Al¨ª, y a su situaci¨®n en el Golfo. Minoritarios en todos los pa¨ªses de la regi¨®n -salvo en Irak y en Bahrein, donde, sin embargo, son tratados como tales por unas oligarqu¨ªas sunnitas-, los chi¨ªtas se consideran v¨ªctimas de discriminaciones m¨¢s o menos sutiles, y rechazados hacia las capas inferiores de la pir¨¢nlide social.
Existen, ciertamente, chi¨ªtas en la gran burgues¨ªa, en la alta administraci¨®n del Estado, en la intelligentsia de algunos de los pa¨ªses del Golfo, pero son m¨¢s numerosos que sus correligionarios sunnitas, a veces incluso mayoritarios entre los obreros del petr¨®leo, especialmente en Arabia Saud¨ª y Bahrein, donde la iron¨ªa de la suerte ha situado la industria del crudo en el centro de regiones pobladas de chi¨ªtas. De este modo, estos ¨²ltimos han alimentado necesariamente las formaciones revolucionarias de todas las obediencias, pan¨¢rabes, marxistas y, desde hace poco tiempo, isl¨¢micas.
Teniendo todo esto en cuenta, los jeques comienzan a desconfiar de las dos corrientes religiosas, incluidas la que ellos toleran o patrocinan. Sadat tambi¨¦n hab¨ªa, utilizado el Islam para combatir la oposici¨®n laica en Egipto. Despu¨¦s de su asesinato por militantes musulmanes, algunos dirigentes del Golfo han comprendido que el ant¨ªdoto del Islam negro pod¨ªa, en un cierto plazo, transformarse en veneno.
(1) En todos los pa¨ªses del Golfo, con la excepci¨®n de Kuwait, los asi¨¢ticos son ampliamente mayoritarios entre los trabajadores inmigrados. En los Emiratos Arabes Unidos, en Qatar y en Bahrein son dos veces m¨¢s numerosos que los habitantes aut¨®ctonos tomados en su conjunto. * N. de la T.: Sistema econ¨®mico propio de los antiguos pa¨ªses colonizados, en especial de la India, en los que al frente de los trabajadores de las empresas pertenecientes a los pa¨ªses colonizadores exist¨ªa un jefe ind¨ªgena, denominado comprador.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.