Un hombre que lee es un hombre que piensa
El muy debatido problema de saber si la galaxia Marconi derrocar¨¢ a la galaxia Gutenberg del cielo cultural e informativo de nuestro fin de siglo ya queda resuelto por la negativa. Bien sab¨ªa el propio McLuhan que esta interpretaci¨®n equivocada de sus ideas no era m¨¢s que un espejismo, por no decir un enga?o deliberado de parte de una tecnocracia al servicio de intereses comerciales o pol¨ªticos.La verdad es que la lectura de textos impresos, considerada globalmente, no ha cesado de aumentar m¨¢s o menos regularmente en los ¨²ltimos treinta a?os. Se publicaban en el mundo tres veces m¨¢s t¨ªtulos de libros en 1980 que en 1950 y se imprim¨ªan cuatro veces m¨¢s ejemplares. Teniendo en cuenta el crecimiento de la poblaci¨®n mundial y el progreso de la alfabetizaci¨®n, esto quiere decir que la disponibilidad te¨®rica de libros en el mundo se ha casi duplicado en una generaci¨®n, pasando de 2,1 a 3,9 ejemplares por a?o y por lector posible.
Por otro lado, ya se sabe que la radio y particularmente la televisi¨®n, en lugar de ser adversarios potenciales de la lectura, han resultado ser aliados valiosos, y que el desarrollo de la llamada comunicaci¨®n audiovisual precede o sigue, pero siempre acompa?a, al de la comunicaci¨®n escrita. El fascinante fen¨®meno de la televisi¨®n, en el cual se enfoca equivocadamente la atenci¨®n de mucha gente y, especialmente, de los pol¨ªticos, cuando se considera en el cuadro general de las redes de comunicaci¨®n, desempe?a un papel important¨ªsimo por cierto, pero m¨¢s limitado de lo que se cree generalmente.
Mientras el hambre de leer no cesa de aumentar en todas partes del mundo, el n¨²mero de televisores funcionando en los pa¨ªses altamente desarrollados e industrializados parece haber llegado en la actualidad a un punto de saturaci¨®n que, con excepci¨®n de Estados Unidos de Am¨¦rica, oscila entre 250 y 400 aparatos por cada mil habitantes, seg¨²n el estilo de vida local, con un ¨ªndice de crecimiento que no sobrepasa el 3% por a?o. Hasta parecer¨ªa que el tiempo medio dedicado a mirar la televisi¨®n disminuye marcadamente en algunos pa¨ªses.
Lo que s¨ª ha sufrido de la competencia audiovisual es la Prensa cotidiana. Con la excepci¨®n de Espa?a (por razones pol¨ªticas evidentes), en todos los pa¨ªses de Europa occidental el consumo de ejemplares por habitante se ha estancado o ha disminuido en los diez ¨²ltimos a?os. Pero no s¨®lo la radio y la televisi¨®n tienen la culpa. En muchos pa¨ªses, como Francia, un factor potente de degeneraci¨®n fue la concentraci¨®n capitalista de las empresas.
Ahora bien, si se analiza el fen¨®meno, la aparente crisis de la Prensa no es m¨¢s que el restablecimiento de un balance roto por la r¨¢pida industrializaci¨®n de Europa en la primera mitad del siglo XX. Hay un punto sobre el cual McLuhan, por un lado, Marx y Engels, por otro, quedan de acuerdo: el establecimiento de redes de comunicaci¨®n eficaces, de gran capacidad y de amplia difusi¨®n, siempre ha sido una necesidad vital para el capitalismo industrializador y un objeto prioritario de inversi¨®n. En este caso, la demanda adelant¨® la tecnolog¨ªa y se pidi¨® de la imprenta servicios que sobrepasaban sus posibilidades. Ese fue el origen del gigantismo period¨ªstico que se observ¨® en Estados Unidos a fines del siglo pasado, en Inglaterra y Francia a principios de nuestro siglo y que prosigue hasta ahora en Jap¨®n.
Hasta cierto punto, se puede decir que, parad¨®jicamente, el retraso socioecon¨®mico de Espa?a entonces salv¨® su Prensa de esa enfermedad de crecimiento y de parte de la consiguiente crisis.
Pero el uso de la Prensa escrita como medio de comunicaci¨®n ten¨ªa para los invesores capitalistas un defecto mayor: supon¨ªa la alfabetizaci¨®n generalizada. Quien puede leer un peri¨®dico, por censurado y controlado que sea, puede leer libros, y no hay censura que impida leer entre las l¨ªneas y reflexionar sobre lo le¨ªdo. Un hombre que lee es un hombre que no puede evitar pensar, y un hombre que piensa es un hombre peligroso.
Las dos guerras mundiales dieron la ocasi¨®n para invertir enormes cantidades de dinero en la investigaci¨®n y el desarrollo de nuevas t¨¦cnicas de comunicaci¨®n. Los americanos fueron los primeros en recibir el impacto de la radio en los a?os treinta. Por fin, ah¨ª estaba un medio de comunicaci¨®n de giran capacidad que permit¨ªa comunicar con millones de hombres al mismo tiempo sin darles tiempo de pensar y mezclando los individuos en una masa manipulable. La televisi¨®n sigui¨® en el mismo surco.
El arma audiovisual
Las l¨ªneas que preceden no deben considerarse en ninguna forma como una condenaci¨®n de la radio o de la televisi¨®n. No se debe olvidar que la Prensa escrita misma tuvo or¨ªgenes impuros: el mercantilismo y el autoritarismo pol¨ªtico. Pero todos los medios de comunicaci¨®n tienen al fin y al cabo un contraefecto liberador: se convierten en agentes del desarrollo intelectual, de la cultura individual y -?por qu¨¦ no?- del gozo de la vida. Claro es que su valor como arma de liberaci¨®n es proporcional a su baratura.
En el estado actual de la tecnolog¨ªa no se puede evitar que la televisi¨®n quede controlada por grandes organizaciones pol¨ªticas o comerciales, pero la invenci¨®n del transistor y del circuito integrado ha convertido la radio en un arma a¨²n m¨¢s, eficaz y manejable que el antiguo folleto poligrafiado.
Desde principios de la ola de industrializaci¨®n, la Prensa escrita hab¨ªa sido, por as¨ª decir, sobrevolteada. Con la aparici¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas baj¨® inmediatamente la tensi¨®n.
Lo que parece una crisis de la Prensa escrita en realidad es una vuelta a su papel normal. La radio da la informaci¨®n inmediata m¨¢s r¨¢pidamente que ella: el scoop se lo lleva el periodista de radio. La televisi¨®n evoca el ambiente y describe el marco del acontecimiento con mucha m¨¢s precisi¨®n y eficacia que ella: no existe escritor que pueda dar tantos detalles como una c¨¢mara y en tan poco tiempo. Pero lo que no pueden hacer ni la radio, ni la televisi¨®n es facilitar al lector un documento que pueda interrogar cuando quiere, en la forma que quiere, seg¨²n su propio cuestionario, en el cual sea libre de ejercer su an¨¢lisis cr¨ªtico. Esto quiere decir que no, hay libertad de informaci¨®n posible sin la Prensa escrita, pero que la radio y la televisi¨®n dan m¨¢s cuerpo, m¨¢s fuerza, m¨¢s riqueza a esa libertad, proporcionando la una un conocimiento de la actualidad inmediata; la otra, una representaci¨®n concreta de la realidad. El papel insustituible de la Prensa escrita es garantizar a cada lector su libertad individual de criterio.
Los problemas que surgen en los sistemas de comunicaci¨®n del mundo actual originan en el desconocimiento de esa complementariedad. Por eso se necesita una actuaci¨®n coherente de todos los participantes de la comunicaci¨®n. No hay contradicci¨®n entre una completa libertad de la Prensa, sea escrita o audiovisual, y una coordinaci¨®n concertada para el uso t¨¦cnico racional de los varios medios. Incluso se podr¨ªa encargar de tal coordinaci¨®n el Estado si todos los estadistas fueron honestos y liberales.
Tambi¨¦n si fueran todos los capitalistas desinteresados y respetuosos del productor como del consumidor, un trust podr¨ªa asegurar la coordinaci¨®n. Hay pa¨ªses donde las cosas funcionan as¨ª. Ser¨ªa probablemente m¨¢s acertado establecer por acuerdo de todos una forma de autoridad colectiva que controlar¨ªa las redes de comunicaci¨®n s¨®lo para dar m¨¢s libertad, no s¨®lo a la expresi¨®n, sino tambi¨¦n a la lectura, a la audici¨®n y a la visi¨®n. Lo esencial es que todo el mundo entienda que la Prensa, en su conjunto, es un servicio p¨²blico de libertad.
Informaci¨®n libre y cultura
Una informaci¨®n libre es la base misma de cualquier cultura. No hay cultura si el individuo no dispone de los medios que le permitan cultivarse a s¨ª mismo, neg¨¢ndose a ser cultivado por cualquier cultivador que sea. As¨ª es que lo que se ha dicho de la Prensa en estas l¨ªneas se puede aplicar a los libros, al cine, a la m¨²sica, incluso a los deportes, porque tambi¨¦n forman un conjunto cuyo coraz¨®n es la palabra escrita.
Esa palabra tendr¨¢ ma?ana, ya tiene hoy, otros nuevos retos que aceptar. La pantalla de la telem¨¢tica, la inmensa nube de mensajes difundidos por los sat¨¦lites crear¨¢n otro ambiente informativo, otra realidad de comunicaci¨®n. Apenas sabemos trazar y descifrar las toscas escrituras del teletexto primitivo, apenas sabemos teclear y deletrear la literatura mec¨¢nica de los computadores rudimentarios de hoy. Pero bien sabemos, si creemos en el porvenir de nuestra libertad, que en este incesante y creciente. di¨¢logo la ¨²ltima palabra ser¨¢ la escrita.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.