El pu?al del ghurka
La foto ha dado la vuelta al mundo del brazo de las agencias de Prensa. No hay, sin embargo, en ella ni truculencia ni sensacionalismo. Todo es pl¨¢cido, hogare?o, amable. Con una est¨²pida sonrisa de circunstancias, un soldado ghurka pasea la bandeja de su almuerzo ante la mirada divertida de sus compa?eros de mesa. El escenario es el comedor del Queen Elisabeth 2, rumbo a las Malvinas.La fotograf¨ªa no nos permite deducir los motivos de esta insospechada alegr¨ªa. Quisi¨¦ramos pensar que mientras escribo estas l¨ªneas todav¨ªa puedan re¨ªrse, entre la sangre y las olas, estos soldados. De todas formas, esperar la muerte con la sonrisa en los labios es un hermoso t¨®pico del hero¨ªsmo, si no fuese porque al tiempo de fomentar una cierta serenidad ante la violencia y el destino se puede ofrecer tambi¨¦n un subproducto miserable, un g¨¦nero podrido que venden todos aquellos que desde el poder son incapaces de albergar ideas en sus cabezas. En la larga galer¨ªa de gestos teatrales, inhumanos, feroces, esta inocente foto merecer¨ªa tener un puesto de honor. No precisamente por lo que expresa, sino por el mensaje que acompa?a a esta simbolog¨ªa de la crueldad trivializada y familiar. Una leyenda a pie de foto nos indica que este soldado alegre es un soldado ghurka que mide 1,60 metros, como los 8.000 ghurkas integrados en el Ej¨¦rcito brit¨¢nico y que a pesar de su estatura "es un terrible guerrero, como qued¨® demostrado durante la segunda guerra mundial cuando degollaron, con su c¨¦lebre pu?al kukri, a numerosos enemigos".
Leemos la noticia, y, si no estuvi¨¦ramos ya tan insensibilizados ante la crueldad, tendr¨ªamos que tomar aliento para asimilar de una vez tantos horrores. La sonrisa del pobre ghurka, amaestrado para la bestialidad, puede, de pronto, transformarse, afilarse su bandeja hasta convertirse en el c¨¦lebre pu?al kukri y ponerse a degollar -para eso es un temible guerrero- a quien le ordenen. Por ejemplo, a esos mismos seres humanos que ahora, como compa?eros de navegaci¨®n, r¨ªen la gracia del improvisado pase¨ªllo. Bastar¨ªa con que el destino no los situase al otro lado de la trinchera que ha establecido el mecanismo de la barbarie.
Podemos pensar tambi¨¦n que el c¨¦lebre pu?al, cuya celebridad se basa en el deg¨¹ello, puso a prueba su eficacia en gargantas absolutamente iguales a ¨¦stas por donde ahora asciende no s¨¦ qu¨¦ extra?a fraternal risa. Un peque?o golpe en el tim¨®n de los pactos y los intereses podr¨ªa hacer cambiar el rumbo de este temible guerrero, de todos los temibles guerreros del mundo, que pasean su pu?al como si fuese una prenda honorable, como si el verbo degollar, asesinar, pudiese tener carta de ciudadan¨ªa en el
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territorio de los que verdaderamente quieren ser hombres. Pero el lenguaje, esa irrenunciable conquista humana, se vende como una mercanc¨ªa, y su manipulaci¨®n creciente hace que se incorpore a nuestra mentalidad como un arma arrojadiza contra el pensamiento, como un instrumento para el cultivo de la irresponsabilidad y el olvido.
"En cambio, los temibles soldados temen marearse durante la traves¨ªa, por lo que han sido instalados en el puente n¨²mero 5, donde menos se nota el balanceo". De nuevo la id¨ªlica, enternecedora imagen familiar del ghurka mareado. Pero no es esta la contradicci¨®n m¨¢s evidente. Lo m¨¢s terrible es que un pa¨ªs entre cuyos preclaros hijos est¨¢ John Locke, el autor de la Ep¨ªstola sobre la tolerancia, tenga que amaestrar, como certeros degolladores, a estos peque?os robots intolerantes, a los que, sin embargo, hay que proteger del balanceo de la historia para que no despierten, para que no se mareen de asco, para que no descubran de una vez la tragedia de vivir s¨®lo para convertirse en animales corrompidos por ilustrados se?ores.
La tragedia de este ¨²ltimo cap¨ªtulo de las contradicciones de nuestros d¨ªas no consiste en que un r¨¦gimen degradado y sin fundamento tenga que entretener su fracaso utilizando la palabra patriotismo con la demagogia y la hipocres¨ªa de todos sus profanadores. Este socorrido truco hab¨ªa sido ya mostrado hace veinticuatro siglos por Plat¨®n en su an¨¢lisis del r¨¦gimen tir¨¢nico: "Y pienso que cuando en sus relaciones con los enemigos de fuera se ha avenido con los unos y ha destruido a los otros, y hay tranquilidad por parte de ellos, entonces suscita indefectiblemente algunas guerras para que el pueblo siga teniendo necesidad de ¨¦l, y para que pagando sus impuestos se hagan pobres, y por verse forzados a atender a sus necesidades cotidianas conspiren menos contra ¨¦l". (Rep¨²blica, VIII, 566 e).
Lo verdaderamente decepcionante es que el Reino Unido, que desde Locke, Hume, Shaftesbury, Hutcheson ha aportado ideas esenciales a la teor¨ªa del entendimiento humano, no sea capaz de asimilar sus mejores productos. Una lengua en la que durante los ¨²ltimos decenios se han escrito las m¨¢s sutiles p¨¢ginas sobre el an¨¢lisis de las proposiciones morales, sobre la racionalidad, la justicia, el bien -Ross, Moore, Stevenson, Hare, Rawls, Nowell Smith, etc¨¦tera-, se ha declarado impotente para cumplir sus prop¨®sitos racionales. En la primera p¨¢gina de su autobiograf¨ªa, Bertrand Russell, uno de los creadores de la l¨®gica moderna, hab¨ªa escrito: "Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la b¨²squeda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de los hombres". Sin duda que hoy tendr¨ªa Russell que plantearse, una vez m¨¢s, la relaci¨®n entre conocimiento y sufrimiento, al comprobar que, despu¨¦s de tantos siglos de teor¨ªa, sus compatriotas no han encontrado mejor soluci¨®n para sus conflictos que mandar por delante, como racional e ilustrado emisario, el sangriento y c¨¦lebre pu?al del ghurka.
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