La envidia
Heliog¨¢balo, de Mem¨¦ Perlini, sobre textos de Anton¨ªn Artaud y de Bataille.Interpretado por La Maschera, de Roma: Giulliana Adezio, Viviana Andri, Fiametta Baralla, Vinicio Diamanti, Alessandro Genesi, Alex L¨®pez, Lidia Montanari, Jole Rosa, Toni Servillo, Tomoko Tanaka. Escenograf¨ªa y vestuario de Antonello Aglioti. Direcci¨®n: Mem¨¦ Perlini.
Teatro Espa?ol (del Ayuntamiento de Madrid), 9 de junio de 1982.
Un teatro con envidia del cine: secuencias, planos. Envidia del cine en blanco y negro, de la m¨²sica de fondo, hasta del doblaje (muchas veces los actores mueven los labios al tiempo que se oye su voz grabada). Algunas escenas son, incluso, sombras en pantallas. Hay, tambi¨¦n, envidia de la literatura escrita: fragmentos de Bataille. Hay envidia tambi¨¦n del otro sexo -o de los otros sexos-. Y envidia del erotismo: cuando el erotismo no funciona bien deriva siempre hacia la escatolog¨ªa, hacia el fe¨ªsmo, hac¨ªa el encanto de la monstruosidad. Teatro, en fin, para vanguardistas ancianos, para papamoscas de festival.
Cuando un teatro tiene envidia del cine o de la literatura, lo que tiene en el fondo es envidia del teatro: de ese teatro que parece fluir sencilla y naturalmente por la v¨ªa emprendida -que puede ser la de cualquiera de las vanguardias emprendidas, o la de cualquiera de los clasicismos permanentes.
Una pretendida obra de sensaciones
Mem¨¦ Perlini, director de La Maschera, de Roma, ha trabajado considerablemente en esta invest¨ªgaci¨®n. Decorados y figurines en blanco y negro, banda sonora gangosa (se supone que es deliberado: en estas cosas nunca se sabe lo que es fallo o incapacidad y lo que es deliberado; y en esa trinchera se defienden muchos), luces crudas y directas, actores que muestran personajes. hier¨¢ticos y lejanos (muchas veces, en este teatro de superficie disimulada por la pedanter¨ªa se trata de dar la sensaci¨®n de reflexi¨®n y pensamiento por los movimientos lent¨ªsimos o por la voz metalizada).
El relato se pierde: apenas interesa, evidentemente. No es una obra de narraci¨®n, sino una pretendida obra de sensaciones.
Pero el erotismo no sale adelante: es helado, artificial. No basta velar la sexualidad en cualquiera de sus formas por la insinuaci¨®n o por la metaf¨ªsica para conseguir el erotismo. A qu¨ª este supuesto se queda simplemente en ficci¨®n: en algo peor de lo que pretende ser un teatro maldito y audaz, en pudor y timidez.
Demasiado esfuerzo
Se nota demasiado esfuerzo, demasiado trabajo en todo. En el director, que intenta con fatiga apoderarse de lo que no es suyo, o ser el incubo de otra literatura, otro teatro, otro cine. En los actores, quienes a pesar de muy buena preparaci¨®n f¨ªsica, no consiguen tampoco que se deshumanice su figura humana para trascender a otra cosa (que no existe).
Interesa, quiz¨¢ para el profesional, ver el proceso de investigaci¨®n de Perlini -demasiado evidente- y algunos de sus hallazgos esc¨¦nicos; interesa ver c¨®mo no hay que hacer las cosas. Y apenas interesa algo m¨¢s.
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