El monarca y el republicano
Aparte intereses de este mundo, que ya no es el m¨ªo (salvo mi peque?o mundo de estudiantillas y viejos surrealistas), creo que puedo hacer la glosa altruista, ahora que ya todo ha pasado, de c¨®mo un republicano socialista/napole¨®nico franc¨¦s, Mitterrand, ha hablado, durante su visita, en monarca absolutista, mientras que nuestro Monarca, o sea, el Rey Don Juan Carlos I, ha hablado en dem¨®crata, en progresista, casi, casi, en republicano. La inversi¨®n no me parece disparatada desde el momento en que el ilustre Jos¨¦ Luis Sampedro acaba de confesarlo:-Yo soy republicano de Don Juan Carlos.
Mitterrand ha hablado de leyes, de costumbres tradicionales de Francia, de derechos y asilos seculares. Como un Rey Sol con el quepis de De Gaulle. Y uno escribe esto, como se dice al principio, con absoluto altruismo, ya que mi reino no es de este mundo y, por otra parte, mis peque?os mundo y reino viven de los segundos rom¨¢nticos franceses y los surrealistas, m¨¢s la cultura de la calle Ulm, Montaigne, Voltaire, Proust y Saint John-Perse. O sea, que uno no es as¨ª como un incontrolado antifranc¨¦s. Pero el Rey Don Juan Carlos ha hablado de libertad, justicia, paz, progreso, igualdad, y ha citado a Albert Camus. Parece que se hab¨ªan intercambiado los discursos. Y no hay, repito, ninguna iron¨ªa f¨¢cil en todo eso, sino que cada cual habla de la feria de las vanidades y de los indiscretos seg¨²n le va en ella, y Mitterrand, que era ya un carroz¨®n pol¨ªtico sin porvenir antes de ganar las elecciones, se ha incorporado de pronto toda la grandeur de Francia, del Rey Sol a De Gaulle e, incluso, ¨¦se que ¨¦l llama siempre, por no darle nombre, "mi antecesor".
Juan Carlos, por el contrario, es el Monarca democr¨¢tico de una democracia nueva que cree en Europa, en el progreso de las ideas, en la libertad, en la aventura europea del humanismo frente a las gerontocracias Este/ Oeste. Juan Carlos, con perd¨®n, parec¨ªa el republicano.
Hab¨ªa en sus palabras un republicanismo latente y reticente, que eran, quiz¨¢, las que mejor le iban -cre¨ªamos- al invitado que se invit¨® a s¨ª mismo: Mitterrand. Nadie supo a qu¨¦ ven¨ªa hasta el ¨²ltimo momento. Ven¨ªa a decirnos que ¨¦ramos "una miseria que a?adir a la miseria que ya es la CEE". Ven¨ªa a definirnos como los miserables, con olvido de los personajes de Sartre de ese nombre y t¨ªtulo, porque los miserables, al final, si no tienen la raz¨®n del Poder, tienen el poder de la raz¨®n. No me importa, no me excita, no me exalta, no se agitan en mi pecho de tumba Dao¨ªz y Velarde ni Clara del Rey ni la novia viuda de Velarde ni la planchadora del barrio, Manolita Malasa?a. Eso s¨®lo es "I'Espagne, oh lal¨¢". Habla uno con mucho vicio de Francia y alguna pasi¨®n de Espa?a. Ambos hombres de Estado han representado su papel, pero el que los papeles -los roles, dir¨ªan en las Falkland: esta ma?ana me llama Miguel Veirat desde Londres y nos damos un abrazo telef¨®nico: va a caer la dictadura argentina gracias a la guerra-, el que los papeles, digo, estuvieran cambiados, es una iron¨ªa de la Historia, sierripre ir¨®nica, iron¨ªa que favorece a nuestro Monarca democratizante frente al presidente franc¨¦s, iniperializante, condescendiente, como un Luis de paisano o un De Gaulle de tama?o normal. Lo que m¨¢s me gusta de todo esto y de esta cr¨®nica es el desapasionarniento altruista con que la escribo. S¨®lo quiero dejar constancia de un hecho, como dir¨ªa el Guillermo de nuestra adolescencia, tan recuperado hoy por nov¨ªsimos y neos: que los textos estaban cambiados, y con toda raz¨®n.
As¨ª, el texto de cada uno equival¨ªa al subtexto del otro. El inteligent¨ªsimo Mitterrand hubiera querido (lo habr¨ªa hecho en la oposici¨®n) hablar como el Rey de Espa?a. Pero la grandeur le arruga el traje. El Rey, quiz¨¢, habr¨ªa querido aludir a leyes y tradiciones que en Espa?a -ay- nos faltan. Mejor as¨ª, Majestad.
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