Est¨¢ de moda ser delgado
S¨ª, est¨¢ de moda en casi todo el mundo, y aun en el tercero, donde a tantos seres humanos les cuesta tanto trabajo comer para sobrevivir. Hace unos a?os, los art¨ªculos m¨¢s le¨ªdos en peri¨®dicos y revistas eran los relacionados con el c¨¢ncer. Ahora lo son los que hablan de la dieta, entendida ¨¦sta como las restricciones alimenticias para adelgazar y no como ¡°un r¨¦gimen que se manda observar a los enfermos o convalecientes en el comer y el beber¡±, seg¨²n la inefable descripci¨®n del diccionario de la Academia. Los libros sobre esta materia son cada d¨ªa m¨¢s numerosos y solicitados. En las reuniones sociales, m¨¢s que la pol¨ªtica y los signos del zodiaco, las conversaciones sobre m¨¦todos para recobrar la l¨ªnea son casi obsesivas. Siempre hay alguien que pretende haber encontrado una dieta ideal ¨De irreal, por supuesto¨D, que permite adelgazar como una gacela sin ning¨²n sacrificio. Se reparten copias entre los amigos. Se cuentan puntos de calor¨ªas, se habla de comida antes de comer, y cuando se llega a la mesa se tiene tanta hambre que hay un acuerdo un¨¢nime: ¡°Hoy no hago dieta, empiezo el lunes¡±. Hay quienes no s¨®lo cuentan puntos sino que pesan los alimentos en la mesa con un granatario de farmac¨¦utico. La duraci¨®n de las conversaciones telef¨®nicas aumenta porque hay un tiempo suplementario destinado a hablar de la dieta. A veces le invitan a uno a comer, y el anfitri¨®n es tan discreto que decide cocinar para que nadie engorde y se termina comiendo peor que en el hospital. Al cabo de tantos a?os de estar viviendo dentro de esta logia de dietistas puedo sacar algunas conclusiones generales. La m¨¢s curiosa, desde luego, es la de que los hombres son mucho m¨¢s obsesivos que las mujeres por la conservaci¨®n de su l¨ªnea, sobre todo despu¨¦s de cierta edad. Parece ser que las mujeres renuncian m¨¢s temprano. Recuerdo una amiga esclava de su silueta que, en medio de la pachanga ruidosa y multitudinaria de sus treinta a?os, me dijo: ¡°El sue?o de mi vida es cumplir los sesenta para poder comerme todo lo que me d¨¦ la gana¡±. Es probable que cuando los cumpla ¨Dy el d¨ªa est¨¢ lejano¨D se sienta atravesando una segunda juventud, y entonces sea m¨¢s intensa que ahora su ansiedad por mantener el peso. Pienso, en cambio, que los hombres tenemos el sentimiento contrario, y que, a medida que nuestra vida avanza, tenemos una mayor preocupaci¨®n por no parecer m¨¢s feos de lo que Dios nos hizo.
La mejor soluci¨®n, desde luego, es ser rico en la India, donde el tama?o de la panza se considera en proporci¨®n directa con la respetabilidad.
Los fabricantes de alimentos y los propietarios de restaurantes empiezan a preocuparse. Acabo de comprobar que en Italia hay una campa?a publicitaria para convencer a los clientes de que el plato nacional, o sea, las pastas en todas sus formas, tiene la virtud m¨¢gica de no engordar si se las come solas. En todo caso, durante muchos a?os seguidos, y nunca fue desmentido que la cantante de ¨®pera de peso completo, Mar¨ªa Callas, que en sus mocedades pesaba casi cien kilos, recobr¨® su figura corporal para siempre con una dieta dr¨¢stica de espagueti. La creencia de que las pastas no engordan si se comen solas est¨¢ muy generalizada en Italia. Sobre todo entre la gente de cine, que es la que m¨¢s tiene que cuidar su apariencia para vivir. Sin embargo, M¨®nica Vitti es una de las mujeres m¨¢s bellas y esbeltas que conozco, y la he visto comerse dos platos de espagueti a la putanesca y un conejo entero con berenjenas y, enseguida, dos kilos de helado de crema, mientras ve¨ªa en la televisi¨®n una pel¨ªcula de pandilleros. Nunca he podido saber, y siempre he olvidado pregunt¨¢rselo, si la cara de complacencia infinita con que miraba la pantalla era por el placer del helado despu¨¦s de haber comido tanto, o por la felicidad con que los bandidos ametrallaban a los polic¨ªas.
Como es natural, ante la obsesi¨®n de la dieta ha surgido la obsesi¨®n contraria: tratar de demostrar los peligros de la dieta. Hace poco, una amiga se encontr¨® con un amigo que parec¨ªa haber envejecido treinta a?os durante los seis meses en que se hab¨ªan dejado de ver. ¡°Pero qu¨¦ te ha pasado¡±, exclam¨® ella, convencida de que aquel pobre hombre era v¨ªctima de una enfermedad fatal. Pero el amigo le contest¨®: ¡°Es que hice la dicta de los carbohidratos¡±. Este m¨¦todo de adelgazamiento, que se volvi¨® muy popular hace a?os, con el prestigio real o falso de haber sido creado para los pilotos de la Fuerza A¨¦rea del Canad¨¢, tiene ahora, en efecto, la rara reputaci¨®n de ser muy eficaz, no s¨®lo para adelgazar, sino tambi¨¦n para envejecer sin necesidad de vivir demasiados a?os. Seg¨²n la Academia de Ciencias de Estados Unidos ¨Dcitada por una agencia de Prensa¨D, ciertas dietas pueden provocar diversos tipos de c¨¢ncer, como casi todo, al fin y al cabo, pues si uno cree lo que lee, aun en revistas especializadas y serias, se termina por pensar que lo que produce el c¨¢ncer es el hecho simple de estar vivo. Pero los datos de la Academia de Ciencias de Estados Unidos son precisos y alarmantes: las dietas podr¨ªan ser la causa del 40%, de los casos de c¨¢ncer en los hombres y del 60% en las mujeres.
Menos mal que otro art¨ªculo sobre el mismo asunto, publicado hace poco en el New York Times, dice la misma cosa, pero vista por el lado positivo: una dieta acertada puede prolongar la vida m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites imaginables: "Si la respuesta del ser humano a la restricci¨®n de los alimentos fuera similar a la de los animales de laboratorio", dice el art¨ªculo, "la duraci¨®n m¨¢xima de la vida podr¨ªa extenderse hasta 140 a?os, y el promedio actual de vida podr¨ªa aumentar a m¨¢s de 120".
Nada me gusta m¨¢s en este mundo que comer. Tengo la inmensa suerte de que ning¨²n problema me quita el hambre, sino todo lo contrario, me la estimula. Hasta el punto de que en una mala ¨¦poca puedo estar comiendo sin pausas durante todo el d¨ªa. Adem¨¢s, quedo encerrado, entonces, en un tri¨¢ngulo vicioso: cuando no me est¨¢ saliendo bien lo que escribo, caigo en cierta desmoralizaci¨®n que me produce un hambre insaciable, y de tanto comer para tratar de saciarla termino por engordar sin ning¨²n control, y esta gordura me produce un estado de desmoralizaci¨®n que me impide escribir bien.
De modo que tengo razones cient¨ªficas, inclusive profesionales, para preocuparme por las dietas. Pero no creo mucho en ellas, porque me parece que todo lo que entra por la boca engorda, as¨ª como me parece que todo lo que sale de ella envilece. Es un mal destino: haber pasado la mitad de la vida sin comer porque no ten¨ªa con qu¨¦, y tener que pasar igual la otra mitad, s¨®lo por no engordar.
Copyright 1982. Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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