La moda del f¨²tbol
Ahora, en esta ocasi¨®n, mi punto de vista se ampl¨ªa o se oblicua para seguir mirando lo mismo, con todos sus posibles. La verdad real que registra a diario la c¨¢mara es infinitamente cambiante -juego de probabilidades-, pero siempre es la verdad real la que dicta su ley -su sentido-. Sobre ella planea la posibil¨ªdad del arte, que es lo que vemos oblicuamente, sin dejar de ver derecho la verdad real. Mi diario alimento televisivo se ameniza, a veces, con los platos extraordinarios que ofrece el cine -siempre directo y no siempre satisfactorio-, y el parang¨®n que se establece entre ellos determina el juicio exigente. Todo esto, hablando en general, pero si quiere uno hacerse entender tiene que atreverse a hablar en particular, con todas sus consecuencias. Hablar¨¦, pues, de una constante nota que aparece entre las de cotidiana importancia: pol¨ªtica, guerra, salud p¨²blica, muerte, en fin, nota deportiva. De ¨¦sta, destac¨¢ndose como el pan nuestro de cada d¨ªa, el f¨²tbol... Podr¨ªa se?alar sus excelencias en tanto que deporte, pero prefiero juzgarlo con el metro de mi predilecci¨®n, que abarca lo deportivo, lo que, aparte toda idea de juego, queda en ben¨¦fico ejercicio -llam¨¦mosle calistenia-; lo est¨¦tico, efecto de la perfecci¨®n f¨ªsica de los atletas; lo ¨¦tico -regla del juego eficac¨ªsima en un juego que incita al violento arrebato de lo que se puede obtener con un buen golpe, patada o zancadilla; el esf¨¦rico... ?Qui¨¦n le aplic¨® por primera vez ese tropo?... La pelota, el bal¨®n -se trat¨® de imponer el monstruo balompi¨¦, que result¨® inviable-, y surgi¨® el apelativo que se?ala lo m¨¢s elevado dir¨ªamos excelso- de su constituci¨®n material, su esfericidad. As¨ª, aplic¨¢ndole ese adjetivo sustantivado que alcanza categor¨ªa emblem¨¢tica, como si al llamarle as¨ª le se?al¨¢ramos como el que lo es por antonomasia, el que rueda y vuela en par¨¢bolas perfectas -como digno emisario de la perfecci¨®n, como el que es el esf¨¦rico-. ?Todo, menos desmitificar! Todo, todo, es decir algo. Algo hay que hacer cuando tomamos con pinzas -quiero decir, con esmero y amor- un mito. ?Ah!, cuidado especial cuando tomamos o pescamos uno vivo: el todo o el algo que tenemos que hacer es exprimirle -sin lastimarle, sin chafarle- y obtener su jugo, todo su jugo, como nos ense?an los robots dom¨¦sticos. De este modo pongo en pr¨¢ctica mi sistema propio, ensalzar lo que estimo por conocimiento de su valor -secreto manifiesto-, empezando por las cotidianas peque?eces hasta llegar a las abstractas, universales, inmortales categor¨ªas. De todo esto me pertrecho para hablar del f¨²tbol.Por supuesto, no voy a hablar de f¨²tbol, porque de sus lances y triqui?uelas t¨¦cnicas no entiendo una palabra, ni me importa. Yo veo -m¨¢s exactamente, contemplo- el f¨²lbol como espect¨¢culo, como fen¨®meno, como man¨ªa, como pasi¨®n, en una palabra -en una grav¨ªsima, mir¨ªfica palabra-, como moda. Visto as¨ª, tengo que estudiarlo psicol¨®gicamente, porque la moda es cosa del alma. La moda es una inclinaci¨®n er¨®tica, es algo que nos seduce y nos posee, en ella nos enajenamos. Condici¨®n o efecto integral del amor es enajenaci¨®n, movimiento traslaticio que nos lleva y nos instala en aquello que deseamos r¨¢pidamente, sin tr¨¢niites, sin m¨¢s que la s¨²bita ojeada, el flechazo... La moda basta con verla al pasar para entregarnos, y nos posee porque hacemos que nos recubra. Parece que la adopt¨¢semos, pero es que no podr¨ªamos vivir, no podr¨ªamos dormir sin estar en ella. La moda hace los tipos, determina las predilecciones no s¨®lo de hombre y mujer -aunque ¨¦sta en primer lugar (se cantaba en los veinte: "Quiero / que mi novio sea portero / de un equipo de futbol...")-, sino tambi¨¦n entre los del mismo sexo por lo que significa de entendimiento -no quiero decir comprensi¨®n, palabra que se ha degradado en concesi¨®n; entendimiento es concurrencia irracional, mim¨¦tica, siempre lejos de la mortecina costumbre, porque siempre se la conoce, se la vive, como esencialmente mudable-. La moda, en su ser, relacionada con el tiempo y el lugar, dos categor¨ªas mensurables -duraci¨®n larga o breve, extensi¨®n exigua o ilimitada-. Me disipo hablando de la moda, pero tengo que frenar y hablar de la moda del f¨²tbol.
Pasi¨®n un¨¢nime
Acabo de decir duraci¨®n y extensi¨®n: pocas modas habr¨¢ habido en los dos sentidos tan triunfales. Nuestro siglo se mantiene en ella y tenemos que reconocer que en otros pueblos naci¨® con genuina sencillez, no as¨ª en el nuestro, pero si ahora nos invade no podemos considerarla imitaci¨®n, sino expresi¨®n aut¨¦ntica del total de nuestra cultura, conocimiento y vida. El f¨²tbol es hoy d¨ªa nuestra verdad, porque lleva a la pr¨¢ctica -la lleva a patadas- la intenci¨®n de universalidad, esto es, de intercambio, entendimiento en la simpat¨ªa, emulaci¨®n sin rencor, lucha sin guerra... Y salto, arrebatada por el arte, sobre las breves noticias televisivas a la monumental pel¨ªcula Evasi¨®n o victoria, gui¨®n disparatado poir inveros¨ªmil, pero demostrativo de la belleza y pureza de la lucha, que, con riesgo de la vida, subraya el desprecio por la guerra, Yo no s¨¦ si esa pel¨ªcula habr¨¢ que tomarla como pacifista: me importa tan poco como los intr¨ªngulis del f¨²tbol. Lo que importa es la pasi¨®n un¨¢nime... Me arriesgo a invocar el aluvi¨®n de las cruzadas, que inund¨® el mundo con la cruz... Me arriesgo porque esta pasi¨®n un¨¢nime no tiene un signo, pero su informulada, titubeante, aparentemente fr¨ªvola fraternidad parece tener en su fondo un germen de verdad que, tal vez alg¨²n d¨ªa, llegue a ser... A lo que no quiero arriesgarme es al optimismo: sostengo y propugno el ?alerta!... Montar la guardia quiere decir vivir en examen implacable, en elecci¨®n consciente de los caminos que seguimos y de los que todav¨ªa est¨¢n por trazar. Determinaci¨®n de la carga que soportaremos y que, a la larga, seguir¨¢ siendo nutricia y cobijadora, eficiente en los incalculables derroteros que habremos de seguir. Que habr¨¢n de seguir ellos, los que parten de este punto. Ellos son los que parten, pero la carga se la suministramos nosotros. Es muy dif¨ªcil la elecci¨®n al calcular la utilidad de nuestros cachivaches caseros. Hay que tener mucho cuidado con no poner en el hato enseres que fueron valiosos en su tiempo, que conservan su brillo y cuesta trabajo abandonarlos al or¨ªn de los siglos futuros, pero que, confrontados con la verdad circunstante, disuenan, no tienen posible enganche con nuestros mecanismos vitales, no ayudan a vivir. Tal vez lo primero sea saber qu¨¦ es lo que queremos -?lo que quieren ellos, aquellos para los que queremos el mundo?-, y parece claro que queremos vivir, pero no est¨¢ tan claro el c¨®mo. Cuando se cantaba (800-900): "Cambiando eterna vida por la existencia ruin"..., era magn¨ªfico -?magnificencia de lo justo, de lo que ajusta!- ir a la plaza a ver el espect¨¢culo de la muerte.. . Tachemos la palabra histri¨®nica, espect¨¢culo: ir a ver la muerte... Yo ensalc¨¦ una vez "el lujo de la sangre". Hoy me parece una perfecta porquer¨ªa. ?Por qu¨¦? Porque no concuerda con el resto, porque la asepsia a que nos habituamos no tolera la visi¨®n de esa mancha. Entonces, ?viviremos a un r¨¦gimen de asepsia?... La aflicci¨®n de est¨®mago -en cuerpo y alma- aqueja a nuestras gentes desnutridas, en toda la extensi¨®n del esf¨¦rico que habitamos... ?Nos dejaremos hundir en el tremedal de la impotencia sin descubrirles el secreto de lo sagrado en la vida?
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