El signo la patada
Nada se puede hacer cuando se tiene la suerte de cara. Desde que el bal¨®n se puso en juego con aquella horterada de sindicato vertical en Barcelona, estos once maniqu¨ªes de El Corte Ingl¨¦s han combatido ferozmente con el coraz¨®n en el ga?ote para ser eliminados de la competici¨®n. Quer¨ªan darnos esa alegr¨ªa, pero no es f¨¢cil dejar en la cuneta a un equipo que lucha a muerte buscando la propia humillaci¨®n, porque el masoquismo es una fuerza creadora. Por otra parte, est¨¢ la adversidad. Nadie pod¨ªa prever que los jugadores de Honduras se conformaron con un empate. Era imposible imaginar que el odio de un ¨¢rbitro, en el partido contra Yugoslavia, llegara a la desfachatez de pitar un penalti antirreglamentario a nuestro favor; que L¨®pez Ufarte, en un momento de inspiraci¨®n, lo fallara y que aquel odio fuera tan persistente que obligara por las malas a otro maniqu¨ª a repetirlo hasta que el bal¨®n llegara a su destino. Despu¨¦s los irlandeses se empe?aron en detener s¨¢dicamente la puntilla en lo alto, cuando estos chicos ya hab¨ªan puesto la cerviz en su sitio a la espera del golpe mortal, que los llevar¨ªa a hombros del p¨²blico hasta la acequia m¨¢s pr¨®xima.Aquella tarde algunos patriotas l¨²cidos esperaban un gran suceso para Espa?a, la gloria de la hecatombe, el resplandor de una derrota lo m¨¢s deshonrosa posible. No hubo suerte. Nuestra selecci¨®n nacional, lejos del desastre absoluto, que es lo mejor en estos casos, fue redimida a medias por la chapuza y salv¨® la primera fase de la eliminatoria del campeonato dejando pelos en la gatera, pese a su esfuerzo tenaz por quedar envilecida. Pero esto, al parecer, es el deporte. En el f¨²tbol la pelota en un elemento racional impulsado por veintid¨®s cerebros imprevisibles, que nunca se sabe por d¨®nde van a salir, aunque el aficionado espa?ol es consciente de lo que puede esperar de los suyos. El bal¨®n est¨¢ programado para no entrar en la porter¨ªa. Y estos chicos de El Corte Ingl¨¦s juegan con la misma idea que el bal¨®n.
Fuera del estadio la cosa va bien. Esto parece un entierro de tercera. No han llegado las crujientes multitudes, que te obligan a pedir hora en el urinario p¨²blico. Tampoco se han reventado los tabiques de los hoteles ni hay prostitutas colgadas en el perchero de los restaurantes. La calle no hierve de trapos, gorros de papel y bocinas, ni las hordas avanzan sobre un pastizal de envases de refrescos. Las salas de masaje est¨¢n de rebajas y la multinacional de pipas, cacahuetes y bomb¨®n helado se ha reunido en sesi¨®n de emergencia. Los dirigentes de este pa¨ªs esperaban la explosi¨®n. Ellos vendr¨¢n volando y lo llenar¨¢n todo, burdeles, conciertos, bares, gradas, parques, comedores, tiendas y espect¨¢culos. Saltar¨¢n las taquillas, se abatir¨¢n las vallas, el gent¨ªo trepar¨¢ por los muros y acabaremos todos con los bolsillos atiborrados de d¨®lares. Pero este Mundial de f¨²tbol hubiera sido lo m¨¢s parecido a un congreso de farmac¨¦uticos, si no llegan a acudir ciertos seguidores ingleses que beben cerveza, eructan brutalmente bajo el sol y son acuchillados al anochecer.
Se ven algunas bandadas de n¨®rdicos descamisados con macuto de ave migratoria y la tripa amarilla. Los brasile?os bailan la samba en el asfalto. Eso es todo. Este campeonato de f¨²tbol s¨®lo es una fiesta familiar en torno al televisor.
-?Qui¨¦n juega hoy?
-Polonia contra... No recuerdo.
-Invita a alguien. Har¨¦ una tortilla de patatas.
-?Llamo a los primos?
-Pondr¨¦ tambi¨¦n un gazpacho. Y de postre, albaricoques, que est¨¢n en oferta.
Patatas, gazpacho, tiros en el postre, tortilla de patatas, primos de Albacete, goles, penaltis, albaricoques, zancadillas en el ¨¢rea, el televisor lleno de muslos aceitosos, el carrito de los licores, el cubo de hielo, el marido pegado a la pantalla como un mosquito, ¨¦sos son los signos de un combate de f¨²tbol con una ama de casa reinando en delantal de cocina entre invitados.
Entonces los once maniqu¨ªes de Espa?a a¨²n se estaban criando como chotos en el pasto h¨²medo de El Saler, junto al mar de Valencia. Los cuidadores les daban friegas cada hora, se les ve¨ªa felices en la dehesa con el pesebre lleno de vitaminas, mientras los patriotas planchaban la bandera y hac¨ªan g¨¢rgaras con ponches de p¨®lvora para aclamarles en las gradas del estadio. Sus m¨²sculos iban a representar los valores de nuestra raza. Cuanto m¨¢s canijo se es o m¨¢s quesos de bola se tiene en los ri?ones, m¨¢s se ve uno sublimado en estos gloriosos guerreros de calz¨®n corto, camisola ardiente, reflejos de linimento en las r¨®tulas y botas de cabritilla. Los espa?oles somos gente de cuello corto, tirando a bajitos y con la boina en la ceja. Era una hermosura contemplar a estos muchachos sueltos por el campo, tan elegantes con la gre?a venteada de ozonopino, haciendo flexiones. Te daba un pasmo de gusto cuando ve¨ªas a estos dioses con un biter-kas en las fauces doradas por encima del atasco encaramados en la valla o vestidos con trajes de la segunda planta, secci¨®n caballeros, de unos grandes almacenes elaborando jugadas de anuncio con el bal¨®n para demostrar lo el¨¢stico de la sisa, lo flexible de la pretina o lo suave del pliegue. Hoy los h¨¦roes se alimentan de piensos compuestos, y si H¨¦rcules hubiera sobrevivido a la gripe de aquel a?o en Grecia, tambi¨¦n habr¨ªa anunciado una marca de calzoncillos. Los atletas de Olimpia en aquel tiempo representaban casas de aceite y barber¨ªas de p¨®rtico. Los espa?oles se sent¨ªan representados en los quiebros de L¨®pez Ufarte, en los vuelos espaciales de Arconada, en los m¨²sculos abductores de Quini, en el tri¨¢ngulo scarpa de Gallego; y esa tarde, en la mesa del centro, tambi¨¦n hab¨ªa muchas cosas que picar: almendras, panchitos, rodajas de salchich¨®n, y gran variedad de licores. La luz del televisor doraba en la media penumbra del hogar diez millones de aperitivos, meriendas, hervidos familiares, s¨¦molas del abuelo, merluzas de r¨¦gimen y sopas con estrellitas.
-Qu¨¦date a cenar, oye.
-Ese defensa es un le?ador.
-?Quieres tomar algo?
-Dame un whisky.
-Qu¨¦ bestia es ese t¨ªo. S¨ªrvete t¨² mismo. En el descanso os dar¨¦ una sopita.
-Aqu¨ª tienes avellanas.
-Ac¨¦rcame el hielo.
-Juanito est¨¢ fatal.
-?Os apetece un par de huevos fritos?
-iiGol!!
El gol era en contra, naturalmente. Y, en ese momento, los irlandeses iban por all¨ª como b¨²falos radiantes despidiendo trallazos, que sembraban el terror en quince metros a la redonda. Antiguamente, el f¨²tbol era un deporte de mucho coraje, pero ahora se ha convertido en un juego intelectual; no hay m¨¢s que ver las piemas de ese asesino. En aquella ¨¦poca, seg¨²n dicen, los espa?oles se tiraban en plancha contra la punta de la bota del enemigo. En cambio, ¨¦stos confunden la furia con el barullo, se regatean a s¨ª mismos y caen sentados del susto cuando viene el contrario con el lanzallamas. Se supone que hoy ninguna pasi¨®n es suficiente para vencer. Hay que saber trigonometr¨ªa, como se ha demostrado en las Malvinas; pero a los irlandeses les bast¨® con la regla de tres. Y cuando la humillaci¨®n alcanz¨® la c¨²spide y se vio claro que ellos no demostraban un inter¨¦s especial en apuntillar a los espa?oles y todo el pa¨ªs ten¨ªa la sopa atragantada, en el coraz¨®n de algunos patriotas de colmillo retorcido comenz¨® a brillar una luz. Con un poco de suerte, el bal¨®n de los irlandeses podr¨ªa entrar otra vez en nuestra porter¨ªa, aunque fuera de rebote, y entonces Espa?a quedar¨ªa eliminada, el pesimismo nacional estallar¨ªa como una flor en el estercolero y, de eso, a lo mejor nac¨ªa otra generaci¨®n del 98.
Este pa¨ªs ha sido grande en Otumba, en Trafalgar, en los naufragados maderos de la Invencible, en aquel gol que fall¨® Carde?osa en otro mundial, en el modo de perder las ¨²ltimas colonias cuando los yanquies nos quitaron Cuba como se roba una cartera en el tranv¨ªa, en el desastre de Annual, en la muerte de Manolete. Si despu¨¦s de preparar este tinglado de f¨²tbol de forma tan zarrapastrosa y de haber dado al mundo una imagen de territorio tercermundista con este jolgorio de negocios sucios y trampas de p¨ªcaros llega un equipo de segunda y nos echa a patadas por la puerta falsa antes de comenzar la funci¨®n, se hubieran o¨ªdo llantos, estertores y crujidos de dientes. El lloriqueo nos va. Espa?a siempre ha hecho de las grandes derrotas una obra de arte, porque aqu¨ª el pesimismo es una moral.
-?Usted cree que de ese desastre hubiera salido otra generaci¨®n literaria?
-Ni eso.
-Vaya por Dios.
-Y la culpa la tiene el Naranjito, que es gafe.
Finalmente, la selecci¨®n nacional fue salvada por la chapuza, como siempre sucede. Los patriotas se guardaron las banderas, en la plaza de Valencia se quem¨® una falla en honor de nada, los h¨¦roes salieron con el rabo entre piernas bajo los insultos de la clientela, en el cielo de la ciudad los fuegos artificiales iluminaron durante media hora la gloria ratonera de once maruquies de pl¨¢stico y, los m¨¢s siniestros parroquianos se relam¨ªan pensando que esta panda de baldados la pr¨®xima, vez no se ir¨ªa de vac¨ªo. Alemania dar¨¢ buena cuenta de ellos.
Pero no todo el mundo halla el placer en la cat¨¢strofe. Hay redentores con navaja que buscan la soluci¨®n en los callejones de la historia y despu¨¦s sonr¨ªen s¨¢dicamente en el juzgado de guardia mordiendo el filtro del cigarrillo. Desde luego, este campeonato no es un congreso de farmac¨¦uticos y en Madrid aquella noche jugaban ingleses y alemanes un partido paralizado por el miedo, que no era exactamente una pelea con el bal¨®n, sino un c¨¢lculo algebraico contra el azar. Hac¨ªa un calor alcanforado en el asfalto y los sudorosos hinchas birit¨¢nicos estaban cumpliendo los ritos de la tribu, como otras veces. El f¨²tbol para ellos es un problema de fuerza y geometr¨ªa, en medio de una bacanal. J¨®venes ingleses en ba?ador, con la barriga llena de cerveza, llevaban banderas, gorros, escarapelas con, los colores de su horda, gritaban, escup¨ªan, vomitaban y se despe?aban en la avalancha de la org¨ªa seg¨²n la tradici¨®n. Despu¨¦s de todo fue una acci¨®n sin importancia, una cuchillada de nada, que se realiz¨® con la brillantez habitual en estos casos.
Sobre el sopor de la acera ellos ven¨ªan aullando sin camisa, con la piel hervida por el sol de todo el d¨ªa y les sal¨ªa espuma de cerveza por las orejas. Era suficiente. Otros muchachos espa?oles sub¨ªan planchados, con mucha condecoraci¨®n de: hebillas y herrajes, cueros, fijador y guanteletes alzando la bandera de la patria. Llegaron hasta all¨ª para exigir a unos hinchas ingleses borrachos que les devolvieran Gibraltar ahora mismo. No hubo forma de entenderse.
-Eh, t¨².
-?Es a m¨ª?
-A ti te digo.
-Qu¨¦ pasa.
-Gibraltar espa?ol.
-?Qu¨¦?
Y de pronto la navaja brill¨® en la noche como el vientre de una sardina. Cuando el ingl¨¦s se quiso dar cuenta ya la ten¨ªa dentro. Es una manera como otra de ganar un partido. Y entonces comenzaron a ulular las sirenas de la polic¨ªa cuando la multitud sal¨ªa del estadio comiendo pipas de girasol y en las gradas hab¨ªa quedado un pasto de cascos, cucuruchos y or¨ªnes de cerveza sobre una masa de bomb¨®n helado.
Era muy dulce la noche de Madrid. Las salas de masaje hac¨ªan reba¨ªjas a los alcaldes de pueblo, guerreros con macuto dorm¨ªan en los bancos de los parques, cantaba Pl¨¢cido Domingo, darizaban las bailarinas en los tablados, la Casiopea se ve¨ªa sobre las acacias, en los s¨®tanos otras brillantes estrellas de la madrugada agitaban el culo en honor de los forasteros, los bares ten¨ªan la puerta abierta por donde entraban y sal¨ªan banderas ebrias, bandadas n¨®rdicas con garrafas. Pero el gran espect¨¢culo tuvo lugar en un balc¨®n. En ese instante pasaba por all¨ª el cami¨®n de la basura y el brigadier fosforescente, al o¨ªr las risotadas, levant¨® la cabeza.
-?Ves lo que yo veo?
-S¨ª.
-Son ingleses.
-?Qu¨¦ hacen?
-Eh, oiga.
-Hijos de perra. ?Pero, te das cuenta?
La funci¨®n segu¨ªa en aquel balc¨®n del hostal. Unos ingleses desnudos se estaban masturbando entre carcajadas bajo el firmamento y luego se limpiaban las partes con la bandera espa?ola en plan de macabro homenaje. Bueno, Madrid es una ciudad internacional, ellos eran j¨®venes, hac¨ªa mucho calor aquella noche, aqu¨ª la cerveza es barata, horas antes acababan de ser acuchillados unos compatriotas, puede que estuvieran borrachos, pero los huesos de Agustina de Arag¨®n se estreincieron en la tumba. De modo que hab¨ªa que llamar a la polic¨ªa. Y a partir de ah¨ª se desarroll¨® esa escena que tanto gusta a los insomnes que pasean el perro de madrugada. Al d¨ªa siguiente la cuentan en la oficina.
-Anoche hubo jaleo en el barrio.
-?Qu¨¦?
-Unos gamberros ingleses que se masturbaban con la bandera.
-?Con cu¨¢l?
-Con la tuya.
-Cielos.
-Lleg¨® la polic¨ªa y comenzaron los estacazos.
-Esa gente es dura de pelar.
-Todav¨ªa insultaban cuando los agarraron del gaznate y los metieron en el caldero.
-Se ve que no entienden nada.
En algunas tiendas del Reino Unido venden rollos de papel higi¨¦nico con los colores del Union Jack, o sea, que cualquier ciudadano brit¨¢nico tiene derecho a limpiarse el pliegue con el s¨ªmbolo m¨¢s sagrado de la patria. Aqu¨ª no somos tan ligeros y el alcalde de M¨®stoles a la m¨ªnima se revuelve en el toril. Son cosas que trae la vida moderna, rescoldos de la libertad. Eso se arregla con un simple atestado y cuatro legajos de comisar¨ªa. En el calabozo dan sopa paisana, incluso a los que ofenden a la bandera.
Pero en los campos de f¨²tbol hay establecida una batalla m¨¢s dif¨ªcil y la selecci¨®n espa?ola va a necesitar tambi¨¦n la ayuda de los geo para ganar a Alemania y a Inglaterra. Aunque este Mundial es s¨®lo una fiesta familiar. Rummenigge, Maradona, Platini, Zico y Keegan son mu?ecos estelares, s¨®lo televisivos, que se mezclan cada d¨ªa con el hervido del hogar, con la s¨¦mola del abuelo, con el biber¨®n del ni?o. La pantalla lanza h¨¦roes sobre la mesa puesta y el campeonato de f¨²tbol ya es como rezar el rosario en familia.
Al caer la tarde las calles est¨¢n vac¨ªas. Los estadios tambi¨¦n est¨¢n vac¨ªos. En el aire silencioso de la ciudad se extiende un ectoplasma de parafina. Todo incita a creer que este campeonato de f¨²tbol no existe en la realidad, que s¨®lo es un anuncio prolongado de la televisi¨®n. Se ha trenzado en las ondas un lenguaje de signos a trav¨¦s de las patadas, con un bal¨®n volando a modo de objeto celeste no identificado, con veintid¨®s se?ores arrancados de las vallas publicitarias que beben biter-kas o visten prendas de la segunda planta, secci¨®n caballeros, en unos grandes almacenes o se afeitan con una crema determinada. Llega el momento de la verdad, ese de la carta de ajuste, que conecta con un estadio fantasma y todo el mundo se recoge en un sal¨®n-estar-comedor en las cuatro partes del planeta. El marido sovi¨¦tico, argentino, alem¨¢n o japon¨¦s, queda pegado al televisor como un mosquito y las amas de casa en cualquier punto de la tierra reinan en delantal de cocina entre los suyos ante un espect¨¢culo irreal.
-?Quieres tomar algo?
-Un whisky.
-?Con agua?
-iiGol!!
En el televisor Espa?a juega contra Alemania. Once maniqu¨ªes de El Corte Ingl¨¦s se mueven conectados directamente con la conciencia de la patria. Pero no existen en la realidad. Este campeonato s¨®lo ser¨ªa una fantasmagor¨ªa si algunos hinchas no fueran acuchillados o se masturbaran en un balc¨®n.
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