Samuel Beckett recuerda a James Joyce
"Soy sabemillas mejor yo como hacer el milagro. Y veo en su diarreo que est¨¢ dejando de tartamudear en su silenciada vejiga, ya que le desvincul¨¦ m¨¢s como amigo y hermano para que se dejara un manguito y canonizara sus pies muertos en el aire del r¨ªo meti¨¦ndose con el pensamiento en la cuarta dimensi¨®n e interponiendo el oc¨¦ano entre la suya y la nuestra..." "Manguito pronto te encarrilar¨¢ con su mano tus orejas de Erin...". (Joyce en Finnegans wake)."Su distanciamiento era absoluto. Era asombroso. Daba igual que fuera la ca¨ªda de una hoja, o la ca¨ªda de la noche, o incluso la ca¨ªda de un imperio, el distanciamiento de Joyce era absoluto".
Tras todos esos a?os, el recuerdo m¨¢s indeleble y m¨¢s inmediato que Beckett conserva de Joyce es lo que llama su "distanciamiento: daba igual que fuera la ca¨ªda de Humpty Dumpty o la ca¨ªda del imperio romano, Joyce se manten¨ªa totalmente distanciado". Extiende las manos para dar ¨¦nfasis a las ¨²ltimas palabras y la conversaci¨®n entra de nuevo en un silencio de recuerdos.
Para la mayor¨ªa de la gente, el silencio en la conversaci¨®n supone un callej¨®n sin salida del pensamiento. Para Beckett constituye un h¨¢bil arma y un retiro familiar. Parece cubrirse con ¨¦l cuando lo desea, como si se tratara de su abrigo favorito.
En la actualidad, Beckett lleva una existencia tranquila y solitaria en su piso del bulevar St. Jacques, frente a la prisi¨®n Sant¨¦, con su esposa Suwanne. Tiene una peque?a casa de campo en la regi¨®n del Marne (descrita por un amigo m¨¢s como una fortaleza que como una casa de campo) y pasa parte del verano en T¨²nez. All¨ª, puede disfrutar de sus dos pasatiempos preferidos, la nataci¨®n y caminar sin ser molestado, en anonimato.
La soledad de un genio
A sus 76 a?os, se mantiene todav¨ªa en una asombrosa forma f¨ªsica. Los a?os no han hecho mella en su ligero cuerpo de 1,82 metros, y conserva a¨²n un paso r¨¢pido y erguido. Su presencia f¨ªsica irradia vitalidad: su perfil aguile?o, y su rostro todav¨ªa atractivo, forman un medall¨®n profundamente esculpido.
Su idea de una cita a las siete es presentarse a las siete en punto. Nos reunimos en un peque?o bar de una callejuela; ese es otro precio que tiene que pagar por la fama: ahora rehuye sus restaurantes favoritos del bulevar Montparnasse, como La Coupole, a donde ha estado acudiendo con regularidad durante muchos a?os; los turistas norteamericanos son su mayor azote. Su bebida, como siempre, el whisky irland¨¦s.
Ha desarrollado el don sutil de llevar las conversaciones en exactamente la direcci¨®n que quiere que tomen. Puede que lo aprendiera del mismo Joyce, como han dicho algunos, pero si la conversaci¨®n se dirige en una direcci¨®n no deseada, y especialmente cuando empieza a girar en torno a ¨¦l, la mata silenciosamente refugi¨¢ndose en su silencio. Y no se trata tanto del silencio como de una lenta ca¨ªda de la cabeza y un estudio meditado de la superficie de la mesa.
En este a?o del centenario de Joyce, Beckett se ha visto asaltado con peticiones para participar en las muchas ceremonias, pero las ha rechazado. Record¨® que en cierta ocasi¨®n, en los a?os cuarenta, un grupo de acad¨¦micos norteamericanos le encargaron que investigase el costo de traslado de los restos de Joyce a Dubl¨ªn. Lleg¨® incluso a consultar una funeraria de Pearse Street, pero luego, muy acertadamente, se olvid¨® la idea.
Quitar inter¨¦s al pasado, en esa manera, ser¨ªa inaceptable. Joyce, s¨®lidamente enterrado en su recuerdo, sigue siendo para ¨¦l una tumba importante que visitar en privado cuando lo desea y en el momento adecuado.
Sin embargo, conocer actualmente a Beckett debe tener pr¨¢cticamente el mismo efecto sobre la gente que tuvo su primer encuentro con Joyce en 1928. Beckett ten¨ªa veintid¨®s a?os y acababa de llegar de Trinity College para pasar dos a?os estudiando en la Ecole Normal. Par¨ªs segu¨ªa siendo la ¨²ltima gran ciudad de brillo literario. Y en aquellos d¨ªas, antes de que Joyce se retirara definitivamente tras el velo protector de su familia, manten¨ªa all¨ª su corte. Beckett acudi¨® a su primera velada con el escritor irland¨¦s Thomas McGreevy, visitante regular de la casa de Joyce.
Como Joyce en aquella ¨¦poca, la presencia de Beckett es enorme e intimidante. Durante la conversaci¨®n, sus ojos azules te absorben intensamente; hay algo de timidez y de nerviosismo, y largos silencios. Tal como dijo a Deirdre Bair, su bi¨®grafo oficioso, detesta el inter¨¦s por su persona, "lo ¨²nico que importa es lo escrito". Esta resistencia a separar la persona del arte le da un tono casi confesional a cualquier conversaci¨®n. Produce una inmediata lealtad. Los escritores famosos de nuestros d¨ªas no llevan vidas de monjes: son hombres p¨²blicos a quienes los medios de comunicaci¨®n recompensan con la dudosa moneda de la fama. La determinaci¨®n de Beckett de evitarlo le coloca, en el lenguaje de los periodistas, entre Greta Garbo y Howard Hughes. Y lo que quiz¨¢ encuentran m¨¢s imperdonable es su total rechazo de la noci¨®n modernista del ego. La televisi¨®n, que domina nuestra sociedad, tiene el ego como ¨²nico criterio. Que este asceta aguile?o prefiera mantenerse fuera de la vista del p¨²blico, meditando en silencio en la soledad de su desierto personal, se considera una actitud exc¨¦ntrica e incluso desagradecida.
Alegre y divertido
Sin embargo, nada menos cierto que la idea de Beckett como una personalidad solitaria y triste. Efectivamente, Beckett es un hombre muy alegre y divertido. Siempre acoge con gratitud toda noticia de Dubl¨ªn, incluso aunque le produzca un suspiro de incredulidad al o¨ªr que el hotel Hibernian ha desaparecido.
Para quienes conocen su pasado deportivo, no deber¨ªa sorprenderles su inter¨¦s por el equipo irland¨¦s de rugby (este a?o ha visto todos los encuentros del Trofeo de las Cinco Naciones en la televisi¨®n), llegando incluso a sentir admiraci¨®n por Ollie Campbell.
Discutimos el tema de un equipo de rugby formado por escritores irlandeses, proponiendo yo que ya que Beckett era un medio m¨¦l¨¦e, Joyce deber¨ªa jugar por fuera como medio exterior; ¨¦l insisti¨® cort¨¦smente que "no, jam¨¢s, Joyce jugar¨ªa de ala". Para quienes conocen bien el rugby no hace falta ninguna explicaci¨®n.
Los bi¨®grafos han documentado abundantemente la relaci¨®n entre los dos hombres. Comenz¨® a finales de los a?os veinte, hubo un per¨ªodo de separaci¨®n mientras Beckett viajaba por Inglaterra y Alemania, y m¨¢s tarde, en los ¨²ltimos a?os antes del estallido de la guerra, los dos hombres se vieron con mucha frecuencia.
No podemos m¨¢s que imaginarnos el efecto que debe haber tenido sobre el joven escritor reci¨¦n llegado de Dubl¨ªn. Exiliado de su ciudad natal, cuyas costumbres y maneras hab¨ªa llegado a odiar, Beckett se puso a los pies de Joyce en tremenda admiraci¨®n. Al fin y al cabo, ah¨ª estaba el hombre que hab¨ªa jurado atrapar en sus manos la conciencia art¨ªstica de su propia raza. Ah¨ª estaba el hombre que hab¨ªa dejado todo de lado para partir a un exilio medio inconsciente en respuesta a las voces art¨ªsticas que le llamaban.
Y durante todo ese tiempo en que Joyce estuvo reconstruyendo su ciudad natal y llen¨¢ndola de hombres mortales en su propia imaginaci¨®n, conserv¨® los valores esenciales de la baja clase media de la cat¨®lica Irlanda que hab¨ªa abandonado. El hogar de Joyce no era una buhardilla de bohemio: el vestirse para cenar, los elegantes manerismos, el gusto. por la buena comida y el buen vino, las veladas hasta muy tarde en torno al piano mientras las melod¨ªas de Moorese desperdigaban por la noche parisiense, todo eso estaba presente en casa de los Joyce.
Pero, sobre todo, este asombroso hombre, enfermizo pero infatigable, trabajaba en su vocaci¨®n ¨²nica. Cuarenta a?os despu¨¦s, Beckett est¨¢ todav¨ªa asombrado del ritmo de trabajo, sin importar lo enfermo que estuviera Joyce, que estuvo pr¨¢cticamente ciego durante largos per¨ªodos, y a pesar del aumento de sus problemas familiares.
Como Beckett recuerda ahora con cari?o, se llamaban entre s¨ª "Mr. Joyce y Mr. Beckett. Me estuvo llamando Mr. Beckett m¨¢s de diez a?os y luego dio el tremendo paso de llamarme simplemente... Beckett".
Pero tras las formalidades se esconden unos indicios importantes sobre la forma de vida de Joyce. Estaba intensamente dedicado a su familia. A todos los dem¨¢s, incluso a sus amigos m¨¢s ¨ªntimos, les manten¨ªa a distancia. "Amaba muy profundamente a su familia", recuerda Beckett, "y siempre les protegi¨®. Y, por supuesto, en sus ¨²ltimos a?os, los problemas de Luc¨ªa le hicieron mucho da?o. La amaba especialmente y jam¨¢s pudo sobrellevar su enfermedad". (Luc¨ªa Joyce enferm¨® de esquizofrenia muy joven; actualmente vive en un hospital en Northhampton, Reino Unido).
Hace algunos a?os, Beckett entreg¨® al museo Joyce de Sandycove un chaleco que Joyce le hab¨ªa regalado. Originalmente perteneci¨® al padre de Joyce y supone un indicio importante del concepto que Joyce ten¨ªa de su familia. "Sinti¨® una gran afecci¨®n por su padre", recuerda Beckett, "ese chaleco en particular se lo pon¨ªa una vez al a?o, el d¨ªa del cumplea?os de su padre; siempre daba una fiesta".
Superviviente entre cascotes
Los dem¨¢s cumplea?os familiares eran tambi¨¦n celebrados invariablemente. Joyce se mostraba obsesivo con fechas y n¨²meros, llegando a insistir en que la traducci¨®n francesa del Ulises se publicara el d¨ªa de su cumplea?os, el 2 de febrero.
Durante sus primeros a?os en Par¨ªs, Beckett prest¨® una gran ayuda a Joyce cuando se resent¨ªa de su salud. Con Joyce sin poder leer, Beckett escrib¨ªa al dictado partes de la obra que se convertir¨ªa en Finnegan's wake. Tambi¨¦n le tra¨ªa noticias frescas de Dubl¨ªn, que tan importantes fueron siempre para Joyce. La Irlanda de los a?os anteriores a la independencia hab¨ªa cambiado poco hacia finales de la d¨¦cada de los veinte, cuando Beckett estaba decidiendo su futuro. La omnipotente influencia de la Iglesia cat¨®lica y la pol¨ªtica nacionalista no eran en absoluto de su agrado, y lleg¨® finalmente a ser incluido en la santificada lista de escritores irlandeses prohibidos cuando su segundo libro, More pricks than kicks, cay¨® en desgracia con la junta de censores.
Respecto a Dubl¨ªn y a todo lo irland¨¦s, Beckett reconoce que Joyce pod¨ªa llegar a mostrarse incluso sentimental, "pero jam¨¢s en su obra, por supuesto". Beckett relata otra an¨¦cdota que recalca su comentario. Durante una visita a Dubl¨ªn en los a?os cincuenta, Beckett se desplaz¨® hasta Island Bridge y cogi¨® una piedra plana del lecho del Liffey, hizo que le grabaran una inscripci¨®n y se la llev¨® a Joyce como regalo. Fue siempre uno de sus recuerdos m¨¢s preciados.
Con las nubes de la guerra extendi¨¦ndose sobre Europa, Joyce hizo los preparativos para marcharse a Zurich. En uno de sus ¨²ltimos encuentros, Beckett recuerda que Joyce se enfad¨® mucho al o¨ªr que pocos dublineses, si es que hab¨ªa alguno, hab¨ªan le¨ªdo su reci¨¦n publicado Finnegan's wake. En junio siguiente, cuando los alemanes se aproximaban a Par¨ªs, Beckett cogi¨® uno de los ¨²ltimos trenes a Vichy, donde estaban los Joyce. Fue su ¨²ltimo encuentro, y se separaron para siempre cuando los Ej¨¦rcitos del Tercer Reich se echaron sobre Francia. En enero del a?o siguiente, 1941, Joyce mor¨ªa.
"Trabajo con la impotencia, con la ignorancia... mi peque?a exploraci¨®n es esa zona del ser que los artistas han dejado siempre de lado como algo no aprovechable, como algo por definici¨®n incompatible con el arte", as¨ª describi¨® Beckett su trabajo en cierta ocasi¨®n, compar¨¢ndolo con Joyce, de quien consideraba que iba camino de la omnisciencia y la omnipotencia como artista. "Cuanto m¨¢s sab¨ªa Joyce", escribi¨® Beckett, "m¨¢s pod¨ªa hacer".
Sin embargo, no hay duda de que Murphy, Watt, Malone y otros son ciudadanos de honor de la "ciudad del 16 de junio", con igual derecho que Bloom y Dignam y los dem¨¢s, y los dos hombres son, cada uno a su manera, maestros inigualables de la lengua inglesa.
A veces pienso que tras el terremoto que Joyce desat¨® en el lenguaje, Beckett es como un superviviente caminando entre los cascotes. En un rinc¨®n de ese tr¨¢gico paisaje que ha vuelto a levantar, entre los fecundos desperdicios, arde su peque?a hoguera. Despu¨¦s de los t¨®xicos excesos que se dieron con anterioridad, Beckett ha reducido el lenguaje al grito original.
Sobre todo, lo que Joyce hizo por Beckett fue, primeramente, ofrecerle un modelo irreprochable de integridad art¨ªstica: el distanciamiento, tal como hoy lo recuerda. Los amigos parisienses, cuando hablan de Joyce, recuerdan a Beckett sentado a su derecha. No resulta extra?o pues, que en Finnegan's wake Joyce comentar¨¢ de ¨¦l: "Muy pronto te afinar¨¢ a mano tu oreja de Erin..."
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