Una incoherencia
Hay un punto de principio muy interesante en esta obra: el planteamiento de una situaci¨®n real, ¨¢spera y dura de nuestra contemporaneidad pol¨ªtica -tan contempor¨¢nea que muchos de sus protagonistas est¨¢n hoy vivos- con nombres, fechas, uniformes, lugares. Una de las cosas de que muere nuestro teatro es de su incapacidad para asir el tiempo y la vida; es timorato, ambiguo, se esconde en alegor¨ªas, s¨ªmbolos, alusiones. El ¨²nico precedente es El corto vuelo del gallo, de Jaime Salom; y a¨²n as¨ª, la presencia de Franco en escena se reduc¨ªa a un vac¨ªo, a la suposici¨®n de un hombre invisible.Recupera La muerte de Garc¨ªa Lorca -con otro estilo, con otra envoltura- aquel teatro-documento del Norte -Hochhut, Peter Weiss- donde no s¨®lo se relataba algo que acababa de suceder, sino algo que estaba sucediendo simult¨¢neamente a la producci¨®n de la obra.
La muerte de Garc¨ªa Lorca, de Jos¨¦ Antonio Rial
Int¨¦rpretes, Rajatabla, taller de teatro del Ateneo de Caracas. Roberto Moll, Antonio Callejas, Carlos Canut, Cosme Cort¨¢zar, Daniel L¨®pez, Carlos Ram¨ªrez, Francisco Alfaro, Jos¨¦ Tejera, Alcides M¨¦ndez, Pilar Romero, Pedro Pineda, Dilia Waikaran, Mar¨ªa Brito, Mildred Chirinos, Mahuampi Acosta, Alma Ingiani, Fany Aroja, Amado Zambrano, Gonzalo Velutini, Luis Malave, Andr¨¦s Ter¨¢n. Figurines de El¨ªas Martinello, escenograf¨ªa de Ana Roisa Gallegos. Direcci¨®n de Carlos Gim¨¦nez. Estreno: Teatro Mar¨ªa Guerrero (Centro Dram¨¢tico Nacional). Madrid 9 de julio.
Y se cumpl¨ªa as¨ª la raz¨®n primordial del teatro: la depuraci¨®n, la llamada a la conciencia, la contemplaci¨®n como desde fuera de lo que se hab¨ªa vivido desde dentro.
Desgraciadamente, a partir de esta intenci¨®n todo lo dem¨¢s -la forma de realizarla- no funciona demasiado bien. Hay un intento de cr¨®nica y hay tambi¨¦n un intento de ritual. La cr¨®nica -detalles, situaciones reales, personajes concretos- se ahoga en el ritual; y al ritual le falta profundidad, belleza, grandeza verbal y pl¨¢stica. A esta incoherencia se suman otras.
Teatro pol¨ªtico de malos y buenos
Es un teatro pol¨ªtico, pero del estilo pol¨ªtico de malos y buenos. Para los malos, la fealdad, las carcajadas sard¨®nicas, el desali?o, las palabras aviesas, las miradas torvas; para los buenos, la belleza, la pureza, el angelismo, la dicci¨®n cuidada. Se puede estar -y yo, personalmente, lo estoy- de acuerdo con Rial en cu¨¢l fue la causa del mal, de qu¨¦ lado estaba y est¨¢ la raz¨®n; pero en el teatro, esta acentuaci¨®n de caracteres, esta falta de matices, no da m¨¢s que el follet¨ªn, el melodrama barato. Menos concuerda a¨²n con un teatro que tiene pretensiones de altura intelectual. Lo hace plano, f¨¢cil y, finalmente, inutil. La honestidad de seguir puntualmente unos sucesos -generalmente los investigados y publicados por Ian Gibson- produce escenas naturalistas, mezcladas con el intento de trascendentalismo esc¨¦nico, y las formas de ritual producen una cacofon¨ªa.Hay tambi¨¦n un riesgo al tratar personajes conocidos, no tanto por su apariencia fisica -en ese caso el verismo apenas importa- sino por sus escritos, por sus palabras, por su propio estilo. Rial cae en ese riesgo y no se salva. Una forma de tratar el drama de Garc¨ªa Lorca podr¨ªa ser darle un lenguaje coloquial directo y adecuado a las situaciones en que se le presenta. Otro, tratar de reducir sus parlamentos a palabras que ¨¦l pronunci¨® o escribi¨®: mucho m¨¢s dif¨ªcil, o casi imposible. El tercero es el de poner el lenguaje literario y po¨¦tico del autor en la boca del personaje, como si estuviese siempre en trance y en profec¨ªa. Es el peor camino, y es el que ha escogido Rial.
Este escritor tiene muchos talentos, pero no el de dar su propia voz a Garc¨ªa Lorca y, de paso, a algunos personajes de la generaci¨®n del 27. Por ese simple hecho est¨¢ falseando continuamente lo que quiere evocar.
Muchos riesgos
La interpretaci¨®n a?ade sus da?os propios. La compa?¨ªa no alcanza en esta obra el nivel profesional suficiente. Puede suceder que el sentido de la responsabilidad al encarnar a personajes tan conocidos de los espa?oles, la obligaci¨®n de retener su acento, la conciencia de todos los riesgos -y son muchos- que corren con esta representaci¨®n, les haya impedido hacerlo mejor, y en ello se incluye desde el personaje principal al menor.Con una excepci¨®n brillant¨ªsima: la de Carlos Canut en el mon¨®logo de Ruiz Alonso; dicho con toda la sencillez y todos los matices necesarios, y subrayado por un largo aplauso del p¨²blico.
No es casualidad que ese mon¨®logo sea el texto real que el personaje aut¨¦ntico grab¨® en el magnet¨®fono de Ian Gibson: un texto aut¨¦ntico para una situaci¨®n aut¨¦ntica permite que un actor haga una interpretaci¨®n excelente. Este mon¨®logo, algunas palabras o versos reales de Federico Garc¨ªa Lorca: de otros poetas, suenan de pronto con frescura y emoci¨®n, y muestran que todo lo dem¨¢s es cart¨®n piedra.
Y no s¨®lo el lenguaje, la imitaci¨®n o el remedo de Rial, sino la puesta en escena de Carlos Gim¨¦nez; una forma que se ha quedado vetusta. Procesiones, escotillones, mu?ecos, hieratismo, congelaci¨®n de escenas, son recursos antiguos que en nada corresponden ni a la profundidad de la tragedia real ni siquiera a la falsificaci¨®n -no de hechos, no de datos, sino de voz y de emoci¨®n- del texto.
El p¨²blico del estreno oficial acogi¨® con aplausos el final de la obra: antes de que se excediera en esos aplausos, Carlos Gim¨¦nez tom¨® la palabra para insistir en la calidad de "hijas de Espa?a" que tienen las Am¨¦ricas, y en el orgullo que significaba para ¨¦l devolver a Espa?a a un autor espa?ol.
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