Los malvinenses, apenas recuperados del susto, tratan de comprender lo que ocurri¨® en la guerra
Las informaciones que siguen se basan en declaraciones de los malvinenses -algunos hablan y muchos entienden el castellano-, a¨²n aturdidos p,or lo ocurrido. En las Malvinas, el rumor es el rey. Lo ocurrido con A.rgentina es dif¨ªcil de establecer. Hay contrad¨ªcciones en las declaraciones, que no por ello son falsas. En esta peque?a ciudad, m¨¢s bien pueblo, durante la ocupaci¨®n argentina, los habitantes de un.a punta no pod¨ªan comunicarse con los del otro extremo. A las cuatro de la tarde sonaba a diario el toque de queda.Los 1.800 mallvinenses son gente pac¨ªfica; s¨®lo necesitan dos polic¨ªas. En muy pocos casos hab¨ªan visto antes del 2 de abril, fecha de la invasi¨®n, fusiles o armamentos m¨¢s grandes. El susto fue grandioso. Tambi¨¦n la desproporci¨®n y la exageraci¨®n de los medios argentinos: 10.000 soldados contra 76 marines y una poblaci¨®n reducida.
La desproporci¨®n creci¨® en los d¨ªas posteriores. Los argentinos trajeron a las islas, d¨ªas despu¨¦s de la invasi¨®n, once grandes veh¨ªculos de transporte acorazado de tropas, que pasearon por la ciudad, destrozanilo los caminos, para volver a embarcarlos hacia Argentina tres d¨ªas despu¨¦s. 'Podo este despliegue, incluida la vig¨ªlancia en los tejados y los vuelos de lo helic¨®pteros, tuvo para los isleun s¨®lo significado: intimidaci¨®n. A algunos liab¨ªtantes, segun aseguraron, les enca?onaron.
Peque?a deportaci¨®n
A unos quince malvinenses de Puerto Stanley les deportaron a la bah¨ªa del Zorro, en la otra isla. Los argentinos fueron directamente por quienes ten¨ªan alg¨²n cargo civil o militar. lino de ellos es Stuart Wallace, miembro del consejo local, que pertenec¨ªa al ej¨¦rcito terr¨ªtor¨ªal (voluntarios) de las Malvinas. Wallace asegur¨® que los argentinos dispon¨ªan al llegar de un informe sobre casi todos los habitantes de las islas. Les hab¨ªan estado espiando.
Los argent¨ªnos llevaron a caboregistros en las casas en busca de armas, m¨¢quinas fotogr¨¢ficas y.ra diotransmisores (un equipo com¨²n en unas islas donde la comunicaci¨®n es dificil). Pero los argentinos se afanaron en estas pesquisas. De Comodoro Rivadavia llegaron instrucciones de seguir buscando transmisiones piratas. Este enviado especial encontr¨® un t¨¦lex en el basurero municipal. S¨®lo en algunas aldeas aisladas pudieron conservar estos aparatos para casos de urgencia m¨¦dica. Robin Pitaluga, seg¨²n su cui¨ªado Desmond King, propietario del ¨²nico hotel -el Upland Goose-, estaba en su granja de San Salvador, al norte de la Malvina oriental., cuando capt¨® el 2 de mayo -seis semanas antes del final de la guerra- un mensaje del portaviones Hermes, en el que el viceal rnirante Woodward ped¨ªa a los ar gentinos que se rindieran. Pitaluga fue a cont¨¢rselo a los argentinos. Su arresto y traslado a Puerto Stanley fue inmediato. Se le interrog¨® y se le dej¨® toda una noche en una trinchera a cargo de dos soldados, cuyo ¨²nico alimento era una taza de mate y unas galletas.
Est¨¢, entre otros, el caso de Mike Butcher, contratista, que dibuja como un nif¨ªo peque?o; le acusaron de espionaje. Le interro garon, amenaz¨¢ndole, sin herirle, con un rev¨®lver y un hierro de soldar. Lo lib¨¦r¨® el vicecomodoro Carlos Blumary, cabipza de la Administraci¨®n civil argentina en las Malvinas. A Buteher le quitaron su Land Rover y su tractor, causando da?os a su propiedad por valor de tres millones de pesetas. Espera que ahora le compense el Gob¨ªerno brit¨¢nico.
Muchos de los habitantes de Puerto Stanley se marcharon al camp -a la! granjas en el campo- a esperar que pasara la tormenta. Pero ha habido casos demalvinenses en i¨¦alas condiciones, como los 115 encerrados en una casa de Goose Green.
Algunos oficiales argentinos se instalaron en el hotel o en las casas, pagando sus alquileres. El peso argentino se mantuvo a un t¨ªpo de cambio fijo: 20.000 pesos por una libra esterlina. Los salar¨ªos de los malvinenses siguieron siendo pagados en libras. Pero en muchas de las casas los argentinos realizaron grandes destrozos, seg¨²n estos testimon¨ªos, pues cuatro semanas despu¨¦s de la rendici¨®n ya estaban m¨¢s o menos arregladas. Paseando ahora por Puerto ,Stanley y otros lugares no se aprecian grandes da?os en las fachadas de los precarios edificios, muchos de madera. Siete casas fueron arrasadas por los bombardeos brit¨¢nicos; una, la comisar¨ªa de polic¨ªa, qued¨® destruida por un cohete argentino mal disparado.
Comportamiento correcto
En general, los civiles argentinos, seg¨²n estos testimonios, tuvieron un comportamiento correcto. A su frente estaba el vicecomodoro Carlos Blumary, ya citado, y para el cual todo el mundo tiene buenas palabras. Conoc¨ªa las Malvinas y fue tra¨ªdo de Alemania, donde trabajaba en la Embajada argentina, para esta ocasi¨®n. Los m¨¦dicos argentinos atendieron bien a los isle?os.
Los oficiales argefitinos tampoco parecieron tener un comportamiento incorrecto, aunque s¨ª algo despectivo. No h¨ªcieron nada -salvo una mala televisi¨®npara ganarse las simpat¨ªas de la poblaci¨®n local. Hubo casos extra?os, como el del comandante Dowline, quien, seg¨²n Desmond King, amenaz¨® con fus¨ªlar a toda la poblaci¨®n.
Los testimonios describen al general Mario Men¨¦ndez, gobernador militar argentino del archipi¨¦lago, como educado y correcto. Se instal¨® sin Rrandes lujos en la Casa de la Gobernaci¨®n, ¨¢onde s¨®lo se rob¨® la plata. Dicho sea de paso, se encontraron muchas medicinas en su escritorio. Deb¨ªa ser un hipocondriaco. Seg¨²n Desmond King, en las contadas ocasiones que Men¨¦ndez se pase¨® por Puerto Stanley lo hizo con diez soldados alrededor, que apuntaban con sus fusiles en todas las direcciones. ?A qui¨¦n tem¨ªa? .
Mala distribuci¨®n de v¨ªveres
Un encargado brit¨¢nico de Obras P¨²blicas pudo constatar, en la cuesti¨®n de las requisas, la tensi¨®n, rivalidad y descoordinaci¨®n entre los diversos cuerpos de las fuerzas armadas. La relaci¨®n entr¨¦ los isle?os y los militares empeor¨® cuando se acerc¨® la fuerza expedicionaria brit¨¢nica y cuando se produjo el desembarco en San Carlos, el 21 de Mayo. Pero en el hotel Upland Goose, los oficiales se quedaban en sus habitaciones o en el sal¨®ri sin hacer nada:
Otra cuesti¨®n es la relativa a la situaci¨®n de la tropa argentina, especialmente de los reclutas. Hab¨ªa comida para todos en cantidades ingentes (la prueba es todo lo que ha quedado). Sin embargo, algunos soldados, al parecer, pasaban hambrer. Fue una cuesti¨®n de mala distribuci¨®n. Los que estaban en las colinas regresaban hambrientos; en las tr¨ªncheras de Puerto Stanley, al lado de unos soldados que s¨®lo ten¨ªan una barra de chocolate y unas galletas para todo el d¨ªa, otros ten¨ªan a diario una barbacoa de came.
La comida no les falt¨® a los malvinenses. John Smith invit¨® en algunas ocasiones a soldados argentinos a comer algo caliente en su casa. Estaba prohibido, y Men¨¦ndez hab¨ªa amenazado con fusilar al soldado que aceptara. Smith les vio hurgar en los gacos de basura de los malvinenses en busca de restos de pan o de carne.
Los reclutas argent¨ªnos estaban a la vez nerviosos y aburridos. Jugaban con el gatillo de sus armas y se divert¨ªan enca¨ªlonando a los isle?os a trav¨¦s de las ventanas. No hubo, sin embargo, ning¨²n incidente con mujeres, aunque el miedo estuvo siempre presente. Los reclutas, seg¨²n diversos isle?os, no hac¨ªan nada, no se entrenaban, no desfilaban. La ruptura de la disciplina fue casi total.
Sus rondas eran un peligro; as¨ª, una noche dispararon veintisiete tiros contra la casa del sacerdote cat¨®lico Daniel Spraggon (dependiente del nuncio papal de Londres) y dos tiros contra el hotel; seg¨²n Spraggon, tras sus protestas, los oficiales argentinos encargaron estas rondas a las tropas regulares y a los cabos.
La suciedad fue harto evidente por doquier en las alfombras, en la lana de los dep¨®sitos y en muchos otros lugares, cuentan los rrialvipenses. La defecaci¨®n fue una forma de protesta. No estaba bien claro contra qui¨¦n.
Esas dos ¨²ltimas semanas fueron las m¨¢s d uras para los habitantes de Puerto Stanley. Hab¨ªa soldados en todas partes y los civiles se sintieron rehenes de la batalla final en una ciudad de edificios poco robustos. Sin embargo, Blumary, seg¨²n el sacerdote cat¨®lico, hab¨ªa asegurado que no ha.br¨ªa combate en la capital.
Circuito de televisi¨®n
Los malvinenses se establecieron en algunas casas seguras. En la de John Smith, adem¨¢s de su familia, se instalaron en el s¨®tano otras once personas, construyendo una barr¨ªc¨¢da delante de las ventanas bajas para protegerse. De hecho, en las doce ¨²ltimas horas de la batalla final, los brit¨¢n¨ªcos dispararon 6.000 obuses en Puerto Stanley y sus alrededores.
?Qu¨¦ ha quedado de la presenc¨ªa argentina? Los invasores, no llevaron a cabo ninguna actividad cultural. Tan s¨®lo instalaron un circuito de televisi¨®n con programas en v¨ªdeo de partidos de f¨²tbol, de Tom y Jerry y de poco m¨¢s. Se terminaban con una oraci¨®n religiosa en la que Dios estaba de parte de los argentinos, lo que irritaba a los dos centenares de cat¨®licos de las Malvinas.
El tr¨¢fico pas¨® a la derecha con el nuevo r¨¦gimen. Los signos sobre el asfalto han quedado borrados. Los argentinos no cambiaron las se?ales de tr¨¢fico en ingl¨¦s.
No hay s¨ªntomas de Colaboraci¨®n de la poblaci¨®n con las filerzas de ocupaci¨®n, sino de pasividad y de no resistencia. El gobernador, Rex Hunt, hab¨ªa pedido, antes de ser deportado, que se mantuvieran los servicios esenciales, pero el agua potable fall¨®. Eran instalaciones calculadas para dos millares de personas, no 10.000. Hubo al final, algunos actos heroicos de los malvinenses.
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