La voz del 'jazz' de Ella Fitzgerald entusiasm¨® en el festival de Vitoria
La verdad, no pod¨ªa comenzar m¨¢s grandiosamente esta sexta edici¨®n del Festival de Jazz de Vitoria. Era lunes y los alrededores del polideportivo Mendizorroza se encontraban inundados de gentes itinerantes que bajo atentas miradas policiales trataban de comprar esa entrada que ya no exist¨ªa. Todo el papel se hab¨ªa agotado para escuchar a la prima donna del jazz, a Ella Fitzgerald.
No las ten¨ªamos todas con nosotros acerca del estado f¨ªsico y por tanto musical de esta importante se?ora. Hace algunos meses, en uno de esos programas sorpresa que TVE intitula Minutos Musicales hab¨ªamos escuchado un scat de esta mujer cuyo m¨¢s cari?oso calificativo ser¨ªa el silencio. Claro, tiene 64 a?os y su instrumento es con mucho el m¨¢s delicado que pueda emplear m¨²sico alguno. Por suerte pocos debieron escuchar aquella pena y el pabell¨®n mostraba un aspecto esplendoroso.Comenz¨® el concierto con el tr¨ªo de acompa?amiento realizando una serie de temas tan cl¨¢sicos como los que despu¨¦s recibir¨ªamos de la estrella de la noche. Y ya aquello result¨® suficientemente gustoso. Ten¨ªa que haber venido al piano uno de los grandes acompa?antes de esta m¨²sica, pero Jimmie Rowles hubo de ser sustituido por Paul Smith, un hombre que iba soltando unas armon¨ªas, unas acentuaciones y una real forma de hacer que se complementaba con la bater¨ªa maravillosa de Bobby Durham y el bajo de Keter Betts para ir acariciando esas canciones con la f¨¢cil sencillez que poseen los sabios.
Pero lo cierto es que las estrellas son las estrellas y la aparici¨®n de Ella sobre el escenario marc¨® el principio de una excitaci¨®n que luego, seg¨²n fue avanzando el concierto, correr¨ªa presurosamente hacia el delirio. Cosa normal, porque Ella estuvo impresionante. Ya su f¨ªsico imposible, con ese inmenso cuerpo y esas gafas de carei, se?alaban la presencia de algo vagamente familiar y admirable. Uno se queda extasiado mir¨¢ndola, pero cuando abre la boca y empieza a cantar uno pasa de la admiraci¨®n a la entrega, a dejarse llevar por esa voz incre¨ªblemente juvenil que sin grandes efectismos, sin desgarros, sabe tocar alguna fibra sensible que la mayor¨ªa llevamos dentro.
Ense?anza
Iba cantando piezas habituales en su repertorio temas lentos que hac¨ªan llorar a los m¨¢s entusiastas, canciones r¨¢pidas que impulsaban los pies sin que uno callera en la cuenta, alg¨²n grito inesperado, alg¨²n susurro desbaratador. Es cierto que tiene menos voz que en su plenitud, pero daba lo mismo. La gente parec¨ªa identificarse tanto con ella que la apoyaba emocionalmente en los pasajes que se presum¨ªan insalvables, trataba de vitorearla a cada poco, mostraba su hambre de swing dando (bien) las palmas, rindi¨¦ndose a la econ¨®mica sensibilidad que manaba del escenario. Impulsada sobre todo por Durham, envuelta en los juegos de Smith, Ella Fitzgerald vino a ense?arnos lo que es una cantante de jazz.
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