La 'corporativitis', amenaza democr¨¢tica
Es asombrosa la actualidad que pueden tener algunos de los juicios de Ortega y Gasset, denunciando en 1921 determinados males de la sociedad de su tiempo sobre lo que ¨¦l llamaba la invertebraci¨®n espa?ola. Si el proceso de formaci¨®n de la nacionalidad se caracteriza por la integraci¨®n en un todo com¨²n de partes diversas y dispersas, la decadencia es lo contrario: un proceso de desintegraci¨®n, en que "las partes del todo comienzan a vivir como todos, aparte". Esto es lo que ¨¦l llama particularismo -que considera el s¨ªntoma m¨¢s grave de la actualidad espa?ola de su tiempo- y que define de la siguiente manera: "La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a s¨ª mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los dem¨¢s". En realidad, el fen¨®meno tiene su origen en una dial¨¦ctica necesaria: el principio de incorporaci¨®n e integradi¨®n exige, al llegar cierto grado de desarrollo, un proceso inverso de complejidad y diferenciaci¨®n social; lo ¨²nico malo es que este ¨²ltimo principio de diferenciaci¨®n social lleve al grupo, profesi¨®n o gremio a perder conciencia de su participaci¨®n en el todo, convirtiendo a la sociedad en un conjunto de compartimentos estancos. Por eso concluye su razonamiento as¨ª: "Habr¨¢ salud nacional en la medida en que estas clases y gremios tengan viva conciencia de que es ella meramente un trozo inseparable, un miembro del cuerpo p¨²blico. Todo oficio u ocupaci¨®n continuada arrastra consigo un principio de inercia que induce al profesional a irse encerrando cada vez m¨¢s en el reducido horizonte de sus preocupaciones y h¨¢bitos gremiales. Abandonado a su propia inclinaci¨®n, el grupo acabar¨ªa por perder toda sensibilidad para la interdependencia social, toda noci¨®n de sus propios l¨ªmites y aquella disciplina que mutuamente se imponen los gremios al ejercer presi¨®n los unos sobre los otros y sentirse vivir juntos". Cuando se ha llegado a esta situaci¨®n podemos decir que el esp¨ªritu corporativo se ha visto afectado por un germen latente siempre en todo cuerpo p¨²blico y productor de una enfermedad que podemos llamar corporativitis: inflamaci¨®n del car¨¢cter corpora:tivo en una profesi¨®n o gremio cualquiera.Las anteriores reflexiones tienen una desgraciada actualidad con motivo de las actitudes tomadas por un sector importante de la clase m¨¦dica, al recompensar con la elecci¨®n como presidente de los colegios m¨¦dicos de Espa?a a quien hab¨ªa sido sancionado poco tiempo antes por la Administraci¨®n p¨²blica, expuls¨¢ndole del servicio en el Hospital Provincial por irregularidades probadas en el mismo. Las declaraciones posteriores del doctor Rivera demuestran el car¨¢cter vindicativo de dicha elecci¨®n, dando por supuesto que los m¨¦dicos organizados colegiadamente est¨¢n dispuestos a defender sus intereses profesionales -sean leg¨ªtimos o ileg¨ªtimos- por encima. de la contrapartida con que est¨¢n obligados a la sociedad por la funci¨®n que les justifica moralmente de estar al servicio de la salud colectiva. El hecho es grave por afectar a una de las demandas b¨¢sicas de toda sociedad civilizada como es la sanidad p¨²blica, pero no constituye un caso aislado. Recientemente, y de forma reiterada, hemos visto c¨®mo determinados grupos de la clase militar se atribuyen el monopolio de los intereses nacionales, desoyendo la opini¨®n mayoritaria de los espa?oles repetidamente manifestada en las urnas, y est¨¢n dispuestos a utilizar, en defensa de su particular opini¨®n, los instrumentos -las armas- cuyo fin originario es la defensa nacional contra enemigos externos. Abundando en semejante actitud de irresponsabilidad, estamos viendo tambi¨¦n a una parte importante de la clase pol¨ªtica ultilizar los p¨¢rtidos pol¨ªticos como medios para satisfacer sus ansias de poder y de medro personal, sin el m¨¢s m¨ªnimo respeto a la funci¨®n pol¨ªtica intr¨ªnseca a tales partidos, que es el ser veh¨ªculos de expresi¨®n de la opini¨®n p¨²blica; despreciando a ¨¦sta hasta el escarnio. En cierto modo, y salvando las distancias, en el mismo particularismo recaen quienes desde determinadas comunidades aut¨®nomas utilizan la construcci¨®n del Estado de las autonom¨ªas como medio de obtener el mayor bot¨ªn para la parte que defienden en detrimento de la estabilidad del conjunto nacional.
Estos ejemplos de corporativismo desatado, convertidos algunos en patol¨®gica corporativitis, son quiz¨¢ la amenaza m¨¢s grave que padece la democracia espa?ola. Otros problemas -el paro, el terrorismo, la crisis econ¨®mica- podr¨¢n ser m¨¢s importante! considerados intr¨ªnsecamente, pero permiten ser detectados y tratados t¨¦cnicamente, ya que su concreci¨®n y delimitaci¨®n posibilita dicho tratamiento. La corporativitis, no; est¨¢ difusa y repartida por todo el cuerpo social, haciendo estragos donde y cuando menos se piensa. Es desolador que la enfermedad diagnosticada por Ortega en 1921 siga vigente con tanta o mayor fuerza en 1982. Y m¨¢s alarmante a¨²n resulta el hecho de que la desintegraci¨®n e invertebraci¨®n del cuerpo social que la corporativitis provoca es una demanda objeti-
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va contra la democracia. La sociedad que no puede coexistir libremente por que le falta el elemento b¨¢sico a toda convivencia democr¨¢tica -la solidaridad de los miembros con el conjunto- est¨¢ pidiendo un poder desp¨®tico como ¨²nico medio de mantener la cohesi¨®n social. El principio de solidaridad es la argamasa que sostiene todo conjunto humano, y si esa argamasa falla, el edificio social tendr¨¢ que ser apuntalado con instrumentos de fuerza. Esto es la enunciaci¨®n de un hecho, y en ¨¦l no va impl¨ªcito ning¨²n juicio de valor. Por eso, aunque individual y subjetivamente todos nos proclamemos dem¨®cratas, cuando la solidaridad nacional falla estaremos trabajando de un modo objetivo a favor de la dictadura. Por otro lado, la solidaridad tambi¨¦n tiene sus leyes, y su presencia o ausencia no es un puro capricho del azar. Si la argamasa se hace de cal, agua y arena, la solidaridad se hace de sacrificios en funci¨®n de un bien com¨²n; cuando ¨¦ste no existe, no se ve el sentido del, sacrificio y los miembros del cuerpo social empiezan a tirar ego¨ªstamente cada uno por su lado. Se defienden entonces los intereses grupales e intragrupales, pero desaparece el sentido de interdependencia social con respecto al todo. Es el momento en que la corporativitis nace, y nada m¨¢s parecido a esta enfermedad en el orden social que el c¨¢ncer en la biolog¨ªa individual. Si se ha definido a ¨¦ste como el crecimiento acelerado e incontrolado de c¨¦lulas malignas a expensas de las sanas, algo parecido ocurre en el organismo social afectado de corporativitis. Los grupos, clases, gremios y cuerpos profesionales que viven dentro de la sociedad al servicio de ¨¦sta, empiezan a desarrollarse a sus expensas, produciendo una patolog¨ªa social que s¨®lo puede acabar de dos formas: o la desintegraci¨®n total o el reforzamiento de la cohesi¨®n social por medio de mecanismos externos extraordinarios (ll¨¢mense dictadura, autoritarismo, estados de excepci¨®n, etc¨¦tera). Es el momento en que se empieza a hablar del cirujano de hierro, del hombre fuerte, del ciudadano providencial, del salvador de la patria... La ¨²nica forma de alejarnos de semejantes peligros es hacer a la democracia -volvemos a Ortega- "un sugestivo proyecto de vida en com¨²n", es decir, lanzar ideales colectivos incitantes para la mayor¨ªa del cuerpo social. El sacrificio individual y corporativo que exige la solidaridad del inter¨¦s colectivo s¨®lo podr¨¢ surgir si el ciudadano medio ve ese inter¨¦s colectivo, es decir, si hay un nuevo modelo espa?ol que estimule los mecanismos de la generosidad y del altruismo -¨²nico ant¨ªdoto conocido contra la corporativitis-.
Tarea de intelectuales, de artistas, de escritores, de los hombres de la cultura en general, que tienen ah¨ª un reto al mismo tiempo urgente, apasionante e imperioso.
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