La fragilidad del turismo
LA TEMPORADA tur¨ªstica presenta, a estas alturas del mes de agosto, una realidad bastante satisfactoria, Las previsiones oficiales y de los empresarios del sector coinciden en se?alar un incremento del n¨²mero de turistas (difieren en el porcentaje de este incremento) y una cierta mejora, no precisamente sensacional, en la calidad de dicho turismo (entendiendo el concepto calidad en relaci¨®n con el dinero gastado por los visitantes en su esta?cia en Espa?a).Conviene resaltar estas tendencias por la significaci¨®n que el turismo tiene en Espa?a: representa un 8,5% de la renta nacional; sus ingresos suponen lo equivalente a la tercera o cuarta parte de las exportaciones espa?olas; genera directa o inducidamente una de cada 12 pesetas que circulan y uno de cada 12 empleos; la tercera parte de la actividad de los talleres de reparaci¨®n de autom¨®viles tiene que ver con el turismo, as¨ª como un 50% aproximadamente de las fotograf¨ªas que se realizan, etc¨¦tera. Por todo ello, la repercusi¨®n del sector tur¨ªstico en los resultados del a?o econ¨®mico es determinante en muchas ocasiones.
Sin embargo, no parece correcto lanzar las campanas al vuelo porque Espa?a se haya llen¨¢do de turistas en estos primeros d¨ªas del mes, ni porque las playas del Mediterr¨¢neo se asemejen ahora, desde la distancia, a gigantescos hormigueros. La coyuntura tur¨ªstica no es lineal, sino sumamente cambiante a lo largo de los meses.
El ejemplo m¨¢s cIaro est¨¢ en que mientras agosto est¨¢ colmando las dichas de los empresarios del sector, julio fue un mes simplemente bueno (equiparable al pasado ejercicio) y los meses de invierno se prev¨¦n como muy flojos.
Todo ello ha dado lugar a et¨¦reos intentos de diversificar temporalmente las vacaciones de los asalariados espa?oles (los turistas interiores) que nunca llegaron a cuajar. Precisamente uno de esos pintorescos intentos tuvo como protagonista al actual ministro de Turismo, Luis G¨¢mir, en su anterior paso por dicho departamento. Entonces, como ahora, los intentos no pasaron del terreno de las ideas.
En cuanto a la cifra que se aventura como indicativa del n¨²mero de turistas que pisar¨¢n Espa?a durante- 1982 -alrededor de 43 millones-, no sirve m¨¢s que como tope de un ranking que tuvo su expresi¨®n m¨¢s alta probablemente en el a?o 1978. De esos 43 millones hay que descontar a los marroqu¨ªes, portugueses y dem¨¢s emigrantes que s¨®lo tienen a Espa?a como terreno de pago para sus respectivas tierras y que ni siquiera llegan a pernoctar en ella. La cifra ajustada de turistas en sentido estricto que provienen del exterior estar¨ªa m¨¢s cercana a los 24 millones. Pero ni siquiera este dato tiene demasiada relevancia por s¨ª mismo, sino que habr¨ªa que potenciarlo indicando su calidad, esto es, las reservas de divisas que aporta y si la media de dinero que cada visitante gasta en Espa?a aumenta en progresi¨®n superior al incremento del coste de la vida. Tambi¨¦n es preciso indicar que este a?o han coincidido en Espa?a algunas circunstancias que pueden haber servido para incrementar el n¨²mero de turistas y que no se repetir¨¢n otras temporadas. Es el caso del Mundial de futbol (se calcula que unas 300.000 personas entraron espec¨ªficamente en Espa?a por este motivo) y del A?o Santo Compostelano. Sin embargo, ser¨ªa err¨®neo analizar el fen¨®meno tur¨ªstico en Espa?a simplemente desde el lado de la oferta, por las enormes concomitancias econ¨®micas que tiene. El protagonista del fen¨®meno es el turista, y no es arriesgado avanzar que ¨¦ste no se siente en muchos momentos visitante de un pa¨ªs europeo. La nula conservaci¨®n y protecci¨®n de los activos tur¨ªsticos naturales y artificiales ha sido una constante ya desde mediados de los a?os sesenta. Muchos especuladores asumieron el negocio tur¨ªstico como una fuente de acumulaci¨®n intensiva de capital sin riesgos y con poca inversi¨®n, y pudieron matar a la gallina de los huevos de oro sin remordimiento alguno. La contaminaci¨®n de aguas y playas, el desastre urban¨ªstico de muchas zonas, la multiplicaci¨®n de precios abusivos, la ausencia de m¨ªninios servicios sanitarios, son moneda corriente en muchas de nuestras costas.
Mientras no se ataje con rigor la depredaci¨®n de la naturaleza y se modernice lo que constituye la industria tur¨ªstica, es decir, mientras no se asuma la necesidad de una calidad en la oferta, es casi rid¨ªculo lamentar la masificaci¨®n de los demandantes y ciertamente anecd¨®tico resaltar la cifra global de visitantes de nuestro pa¨ªs. Pese a todo ello, 1982 ser¨¢ considerado como un a?o excelente para el turismo en Espa?a.
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