La in¨²til intriga del atentado a J.R.
Dir¨¢n la ¨²ltima palabra los llamados paneles de audiencia, dir¨¢n la ¨²ltima cifra con decimales pero puede sostenerse, a ojo de buen cubero televisual, que la noche espa?ola en la que Kristine aprieta por dos veces el gatillo en direcci¨®n a J.R. no fue especialmente hist¨®rica en los anales de nuestra televisi¨®n; muy al contrario de lo que ocurri¨® aquella otra noche en que Falconetti se carg¨® en un callej¨®n de mala muerte al senador Jordache. Y es que sab¨ªamos de antemano, y ,con todo lujo de detalles, la identidad del autor del atentado contra el cerebro perverso de la Ewing Oil; pero, sobre todo, sab¨ªamos que J.R. saldr¨ªa con vida del atentado. Incluso la Prensa de estos d¨ªas hab¨ªa ofrecido im¨¢genes del mal¨¦volo sentado en silla de ruedas, de Sue Ellen llorando inocencias en el juicio de la asesina frustrada a punto del suicidio y de Bobby recicl¨¢ndose para el m¨¢s rentable papel de Ca¨ªn.Esa es la gran diferencia con los dem¨¢s pa¨ªses que durante cincuenta y pico cap¨ªtulos siguieron las barrocas interioridades y perversas exterioridades de esta familia que caus¨® furor estad¨ªstico all¨¢ por donde se emiti¨®, pr¨¢cticamente en el mundo entero excepto Jap¨®n, que prohibi¨® terminantemente el telefilme.
Reaccionamos durante casi un a?o de la misma manera que italianos, alemanes, franceses o venezolanos ante las semanales provocaciones que los guionistas tramaban, con la preciosa ayuda de los sondeos de opini¨®n. Id¨¦nticas pol¨¦micas, bromas, discusiones acerca de la influencia, rumorolog¨ªa, art¨ªculos o cotilleos. Una verdadera apoteosis de la repetici¨®n planetaria. Salivamos ante Dallas como los ordenadores de la CBS lo hab¨ªan previsto: como seres en v¨ªas de posindustrializaci¨®n. Tampoco aqu¨ª fue posible oficiar el mito pat¨¦tico del "somos diferentes". Fuimos id¨¦nticos. Mejor dicho, fuimos copias, telecopias.
El detalle novedoso estuvo en este cap¨ªtulo final. Las televisiones de los cincuenta pa¨ªses que emitieron la serie alcanzaron su gran momento estad¨ªstico (trescientos millones de espectadores) la noche del atentado contra J.R. Pero aqu¨ª, ya digo, el acontecimiento del atentado nos lo tragamos sin tanta estridencia, y las conversaciones del d¨ªa siguiente apenas se distinguieron de las provocadas por otros cap¨ªtulos Simplemente ocurri¨® que, como fuimos el ¨²ltimo pa¨ªs europeo en incorporarnos a la serie, los ecos del desenlace ya circulaban con desparpajo por la calle, los peri¨®dicos, las tertulias y la radio. Algo as¨ª como leer las novelas de Agatha Christie empezando por el final.
Result¨® in¨²til, y hasta rid¨ªculo el esfuerzo de los guionistas de la CBS por sembrar el cap¨ªtulo famoso de pistas falsas, sospechosos, miradas de dloble sentido, motivaciones criminales y perfidias mercantiles y conyugales m¨¢s que suficienteis para justificar no un homicidio, sino una masacre. En lugar del necesario suspense, esa acumulaci¨®n desmesurada de inviticiones al asesinato de J.R. provoc¨® el cachondeo de la audiencit espa?ola. En algunos bares y cafeter¨ªas, el personal aplaudi¨® guasonamente cuando sonaron los disparos, y lo com¨²n fue la co?a, los chistes, las risas y el pitorreo cada vez que el malvado comet¨ªa una fechor¨ªa tremenda a todo aquel que se le cruzara en el cap¨ªtulo, con el noble prop¨®sito de que no quedara personaj,e sin motivos para liquidarlo. )" como saben los amantes del g¨¦iiero, el suspense permite finas iridn¨ªas, pero no choteos de sal gruesa.
La ¨²nica intriga que produjo el cap¨ªtulo de la intriga consiste en saber si habr¨¢ segunda parte de la serie. Mientras que un sector importante del telespectorado considera que el m¨¦todo del coito interrupto es igual de nocivo en la cama que en las 625 l¨ªneas y que el derecho a la continuaci¨®n tambi¨¦n forma parte de las libertades informativas, otra parte nada desde?able de la audiencia espa?ola se inclina por el m¨¦todo japon¨¦s de interrupci¨®n del embarazo televisual de Dallas, alegando que se trata de gemelos univitelinos, y que vista la primera parte, visto el resto. Quiero aclarar, sin embargo, que el veto de los japoneses a la serie no estaba razonado por la monoton¨ªa y la falta de suspense, sino por estimar que se trataba de un producto altamente pornogr¨¢fico. Para las costumbres niponas, la peculiar manera de re¨ªrse que tiene la se?orita Lucy, ense?ando algo m¨¢s que las enc¨ªas, resulta intolerable para su sensibilidad. Por una vez, me siento profundamente identificado con los japoneses.
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