Qu¨¦ fue de 'El acorazado Potemkin'?
El acorazado Potemkin, la obra maestra del realizador sovi¨¦tico S. M. Eisenstein y una cumbre indiscutible de la cinematograf¨ªa, ha vuelto a las quietas aguas de las pantallas espa?olas de agosto. En diversos cines se ha repuesto la obra para deleite de cin¨¦filos y como un motivo m¨¢s para regresar con la memoria a las fechas de su estreno -21 de diciembre de 1925 en el teatro Bolshoi de Mosc¨²- y a las circunstancias en que por primera vez fue recibido el filme en nuestro pa¨ªs. El trabajo que publicamos rememora esta epopeya cinematogr¨¢fica sobre la primera acci¨®n revolucionaria en el ej¨¦rcito zarista, provocada en 1905 por la insurrecci¨®n de los marinos que se negaron a comer un rancho de carne podrida y se enfrentaron de modo heroico a una orden de fusilamiento colectivo, y analiza el recuerdo que los propios sovi¨¦ticos tienen de este hecho y de la pel¨ªcula que lo fij¨® en la historia. Una cierta indiferencia ante los s¨ªmbolos creados por la escenograf¨ªa extraordinaria de Eisenstein no impide que en la URSS y en todo el mundo se considere la obra como un ejercicio revolucionario y como una lecci¨®n de cine.
La primera sorpresa fue que ellos no entend¨ªan ninguna de las pronunciaciones posibles del nombre Potemkin. Yo estaba en Odessa y buscaba enfebrecido las famosas escaleras de la pel¨ªcula El acorazado Potemkin: aquellas donde la heroica gente mor¨ªa fusilada por los soldados del zar, y por las que saltaba un cochecito de ni?o.Odessa es una amable ciudad de verano, donde pasan las vacaciones los buenos obreros de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, con sus ni?as con lacitos en la cabeza, sus jovencitas de falda muy corta; llena de puestos de helados, de bebidas refrescantes y de frutas naturales. Fue m¨¢s bien laborioso llegar a comprender que Potemkin se pronuncia de una manera parecida a pachunquin, en mi Assimil no se dec¨ªa nada parecido.
A partir de ese hallazgo pros¨®dico, pude inquirir algo m¨¢s. Me hablaron del pr¨ªncipe Pachunquin -Potemkin-, que, al parecer, lleg¨® a tener un conocimiento perfecto de las zonas er¨®genas de Catalina II, lo cual le produc¨ªa a ella un inefable placer, y a ¨¦l, un poder absoluto.
Me hablaban del acorazado en s¨ª y del heroico comportamiento de sus marinos, que se sublevaron, en 1905, en nombre del pueblo ruso (y principalmente, a?ad¨ªa yo in mente, porque les daban para comer carne agusanada y alg¨²n feudal se guardaba el dinero). Esto y¨¢ me situaba cerca de la pel¨ªcula, pero no consegu¨ªa que mis apurados interlocutores establecieran la relaci¨®n. El nombre de Einsenstein no aclaraba nada. Y cuando yo hablaba de cine, o gesticulaba con la mala expresi¨®n corporal que tiene siempre un cr¨ªtico esc¨¦ptico algo que remedase al cine, como me sab¨ªan espa?ol, me felicitaban calurosamente por las pel¨ªculas de Sara Montiel y de Joselito (una de ellas le daba en un cine al aire libre). Lo m¨¢s dif¨ªcil fue explicar el sentido del t¨ªtulo El puente, de Bardem, reci¨¦n premiada en Mosc¨², y hacer comprender que no ten¨ªa ninguna relaci¨®n con la ingenier¨ªa, sino con las fiestas intercaladas.
El peso de la an¨¦cdota
Una de las primeras lecciones que se aprenden en esta profesi¨®n es la an¨¦cdota del periodista ingl¨¦s cuyo barco se detuvo a la madrugada en el puerto de Le Havre, absolutamente vac¨ªo, con excepci¨®n de un cojos y escribi¨® su primera cr¨®nica de viaje con esta frase: "Los franceses son cojos y pasean en la madrugada por los muelles de las ciudades portuarias". De no ser por el considerable peso de esa an¨¦cdota, en una carrera profesional que ha pretendido ser pulcra, que El acorazado Potemkin es una pel¨ªcula que no ha tenido en la URSS la inmensa importancia que ha tenido en el mundo entero yo lo atribuir¨ªa a las considerables dificultades que tuvo Einsenstein con Stalin, que le impidi¨® terminar, por lo menos, tres pel¨ªculas, y luego le prohibi¨® absolutamente, Iv¨¢n el Terrible. De todas formas, no me resisto a creer que es as¨ª.
Sacar¨ªa tambi¨¦n la impresi¨®n de que las famosas escaleras de Odessa no tuvieron gran relaci¨®n con la revuelta de 1905 -uno de los preludios de la revoluci¨®n de 1917-, y que fue la fantas¨ªa visual de Einsenstein la que produjo una de las m¨¢s bellas escenas antol¨®gicas del cine mundial. En principio, nadie en Odessa relacionaba las escaleras con el "Potemkin'", y mi muy curiosa insistencia en visitarlas parec¨ªa un exotismo de turista (que en todas partes son, raros y caprichosos).
-?Para qu¨¦ quiere usted ir a la escalinata -me dec¨ªan- si ya no hay necesidad de utilizarla? Ahora se pasa de un nivel a otro de la ciudad mediante una modern¨ªsima escalera mec¨¢nica. Paga usted medio copec y ya est¨¢...
Me empujaban hacia las escaleras mec¨¢nicas. Ante mi resistencia, me dec¨ªan:
-No tenga usted miedo ... Son de una segur¨ªdad absoluta ...
No era correcto explicarles que escaleras como esas las hay en las ciudades espa?olas a docenas.
-Si no tiene usted el medio copec, yo se lo presto... (son generosos).
No hubo m¨¢s remedio que descender las escaleras mec¨¢nicas, elogiarlas, y, luego, buscar "las otras, las monumentales, las grandiosas. Bueno, eran un monumento, y nada m¨¢s. Ten¨ªan un aspecto radiante, bajo un cielo terso, cruzado de gaviotas, con algunas parejas fotografi¨¢ndose, y nada m¨¢s. Cualquier pir¨¢mide de Egipto decepciona siempre al que ha visto Sinuh¨¦ en el cine... Y no hay mejores callejuelas de N¨¢poles que las que bajaron una vez las nalgas gloriosas de Sof¨ªa Loren, fotografiadas por Vittorio de Sica. La realidad se empe?a siempre en multar al cine, y no lo consigue nunca (parafraseando a Oscar Wilde).
Aquel acomado
Por otra parte, aquel Acorazado Potemkin (?cielos, Pachunquin!) de la primera vez ten¨ªa su contexto. El de la guerra civil. La Rep¨²blica Espa?ola no fue tan avanzada como para reconocer a la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Era una rep¨²blica eminentemente burguesa y temerosa de ser mal interpretada. Hab¨ªa dudado hasta 1933, y despu¨¦s se produjo el bienio negro de Lerroux y Gil Robles, que no cumplieron los acuerdos diplom¨¢ticos.
1El primer embajador sovi¨¦tico, Rosemb¨®rg, Reg¨® a Madrid el 27 de agosto de 1936: en pleno bombardeo a¨¦reo de la ciudad, y present¨® sus credenciales a Aza?a dos d¨ªas despu¨¦s (cuando volvi¨® a su pa¨ªs, desapareci¨® en una de las purgas de Stalin contra los espa?oles).
Fue entonces cuando se trat¨® de divulgar alguna imagen posible de lo que era la URSS, aun sin perder de vista la propaganda. Hasta entonces, todo eran f¨¢bulas, que oscilaban entre la pintura absolutamente negra y la hagiograf¨ªa de Stalin. En aquella aproximaci¨®n tom¨® un papel esencial el cine sovi¨¦tico: era la primera vez que se ve¨ªa. Es curioso que, a pesar de su contenido propagand¨ªstico, lo que se ve¨ªa de la URSS era otra cosa, algo m¨¢s que la mera divisi¨®n truculenta entre el comunismo y el anticomunismo.
Vino entonces El acorazado Potemkin (todav¨ªa Einsenstein no es taba maldito por la revoluci¨®n que ¨¦l ayud¨® a triunfar); y vino Tchapalev, y los milicianos que iban a la sierra con sus alpargatas madrile?as y un viejo m¨¢user desvencija do quer¨ªan emular al guerrillero rojo ... Y Los marinos de Kronsladt ... Y El carnet del partido, y Tres canciones sobre Lenin, y un documental titulado Golpe por golpe, donde se mostraba el armamento y el dispositivo militar sovi¨¦ticos, que paralizar¨ªa a los alemanes si quisieran atacar a la URSS (luego, lo hicieron y la respuesta no fue la prevista: fue otra, y m¨¢s dependiente del hero¨ªsmo personal y el nacionalismo ruso que de las armas).
De todas formas, el p¨²blico madrile?o segu¨ªa siendo tiemo, sentimental y lloroso en lo que respecta al cine: idolatraba a Angelillo (?qu¨¦ ¨¦xito tendr¨ªan, aun ahora, en la URSS de Joselito y la Montiel pel¨ªculas como Centinela alerta y La hija de Juan Sim¨®n!), y lo que m¨¢s le impresion¨® de la cinematograf¨ªa sovi¨¦tica fue El circo. No he visto, posteriormente, ninguna referencia a esa pel¨ªcula en las historias del cine. No ha debido dejar rastro.
El Circo era la historia, de una muchacha -no s¨¦ ahora si ¨¦cuy¨¦re o trapecista-, en los Estados Unidos, que ten¨ªa amores, inevitablemente ?l¨ªcitos en su pa¨ªs, con un negro, y viv¨ªa aterrorizada porque le hab¨ªa nacido un hijo terriblemente negro. " escond¨ªa. Pero el villano, otro artista de la compa?¨ªa -domador o qui¨¦n sabe qu¨¦, a esta distancia- sab¨ªa su secreto y la dominaba, la acosaba. La compa?¨ªa viajaba por el mundo, y el villano oprim¨ªa a la muchacha del desliz oscuro, y pretend¨ªa acostarse con ella: un miserable. La compa?¨ªa llegaba a Mosc¨², y all¨ª el obseso sexual decid¨ªa, por fin, ejecutar su venganza. Sal¨ªa a la pista, en plena funci¨®n, cuando la muchacha estaba actuando, y mostraba al ni?o negro al p¨²blico. ?Oh, sorpresa.?
Al p¨²blico le parec¨ªa una cosa normal y corriente. Eran nuevos ciudadanos sovi¨¦ticos y, por tanto, no ten¨ªan prejuicios raciales de ninguna especie. Una espectadora tomaba al ni?o en sus brazos, le mec¨ªa y le arrullaba... Lo pasaba al espectador de al lado, y as¨ª, poco a poco, el ni?o terriblemente negro daba su vuelta al Tuedo coreado Por una bell¨ªsima -por lo menos, en el recuerdo- canci¨®n de cuna, mientras la joven madre lloraba de emoci¨®n y felicidad -hab¨ªa encontrado su verdadera patria, la verdadera libertad- y el villano hu¨ªa, avergonzado y humillado... Y no s¨¦ bien si hasta arrpentido y filosovi¨¦tico. ?Cu¨¢nto ha hecho por la uni¨®n de los pueblos el cine malo! El Circo, del que los arrogantes ensayistas no saben nada, ni quieren saberlo, fue mucho m¨¢s importante en aquel mo mento que El acorazado Potemkin, con su gran belleza. Quiz¨¢ porque su propaganda era veros¨ªmil: lo que tiema, folletinescamente contaba, era algo que entraba en lo posible, ¨¦nfasis aparte.
Hoy, en cambio, El acorazado Potemkin es, m¨¢s que una lecci¨®n revolucionaria, una lecci¨®n de cine. De lo que pod¨ªa haber prqducido la revoluci¨®n sovi¨¦tica si no se hubiera escierotizado, cerrado, amargado tan pronto. Aunque no la recuerden en Odessa, y aunque prefieran las escaleras mec¨¢nicas de medio copec...
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.