Buscando una direcci¨®n
Al espa?ol, en general movido por la soberbia, no le gusta indagar cuando se dirige a un sitio, y eso ocurre especialmente cuando va en autom¨®vil. Parece que ellecho de conducir un veh¨ªculo le autorice a saber no s¨®lo c¨®mo se lleva, sino a d¨®nde le lleva. Y mis experiencias en ese sentido son constantes. Lo malo es cuando quiere hacerlo y no hay gente para preguntar, y eso ocurre contin¨²amente en las urbanizaciones situadas en las cercan¨ªas de Madrid; lo peor que le puede pasar a uno es que alguno de sus habitantes le invite a cenar, es decir, a Regar cuando la noche ha ca¨ªdo, y las calles est¨¢n triste y dram¨¢ticamente desiertas. En principio, eso no ser¨ªa ¨®bice para encontrar la casa a donde vamos, porque naturalmente el anfitri¨®n nos lo ha explicado todo perfectamente:
-Mira, es facil¨ªsimo... (Jam¨¢s he encontrado a un residente de esos barrios que me diga que llegar a su casa es complicado). Sales de la carretera por donde hay una tienda de muebles... Luego sigues recto hasta la tercera calle y la tomas... Ver¨¢s una pared blanca a la derecha: es un convento. Sigues esa calle y luego la segunda a la izquierda... La quinta casa, tambi¨¦n a la izquierda, tiene unas vasijas grandes en el patio, ya sabes, tinajas de esas antiguas...
-Y es ah¨ª.
-No, eso te lo digo para ayudarte. Sigues m¨¢s arriba y en el n¨²mero 6, est¨¢ en cer¨¢mica, tienes tu casa... Hay un pino en la puerta.
Jam¨¢s se ha ofrecido a nadie nada con menos probabilidades d¨¦ que disfrute. Para empezar, la tienda que ten¨ªa que servir de referencia est¨¢ ceff ada, y dado que la luz de ne¨¢n est¨¢ apagada, es imposible saber si es la que vende dormitorios mallorquines u horchata de chufas cuando est¨¢ en funciones. Despu¨¦s de varios avances y retrocesos -"?Qu¨¦ hace, imb¨¦cil"-, uno se arriesga a entrar por la calle vecina y empieza la odisea, que se hace mucho m¨¢s horrible precisamente porque no lo es, es decir, porque uno no est¨¢ luchando por llegar a los brazos de Pen¨¦lope tras combatir con c¨ªclopes y escapar de magas, de tempestades, de sirenas; simplemente intenta burguesamente recorrer unas calles para llegar a una casa confortable donde le espera un ambiente agradable en que pasar la velada.
Uno se repite a s¨ª mismo que aquello es pan comido, que no tiene la menor importancia, que ser¨ªa rid¨ªculo que ¨¦l, que ha viajado por todo el mundo, se pierda por el simple d¨¦dalo de una urbanizaci¨®n madrile?a... Pero no puede evitarlo; a medida que se desoja para ver unos letreros inexistentes, a medida que cruza y recruza y busca el convento y la tinaja sin encontrarlos, cuando descubre que ha pasado tres veces por la misma esquina, cuando no ha encontrado un alma a quien preguntar -una chica joven que hab¨ªa sacado el perro se refugia apresuradamente en el portal tras el "oye, por favor" del desdichado conductor (aleccionada por sus padres: "No hables con nadie en la calle, ni?a; est¨¢ llena de violadores")-, entonces uno empieza a maldecir el d¨ªa en que acept¨® la invitaci¨®n a encontrar a los que le esperan todos los defectos imaginables, incluyendo naturalmente su incapacidad para describir d¨®nde viven, y cuando uno est¨¢ ya jurando que se vuelve a casa ("Ahora no podemos hacer esto, Ernesto", protesta la mujer), en ese momento justo y como por arte de magia, el conductor se encuentra frente a la casa buscada. All¨ª est¨¢, con su n¨²mero en cer¨¢mica, su pino en la puerta, y un poco m¨¢s atr¨¢s, efectivamente, hay unas tinajas. Uno estaciona, todav¨ªa irritado, llama a la puerta y el due?o le recibe diciendo:
-Pero, hombre, cre¨ªamos que os hab¨ªais perdido.
-?C¨®mo vamos a perdernos con lo bien que nos explicaste todo -masculla el invitado-. Especialmente cuando me dijiste la segunda calle, cuando es la tercera.
-?Ah! Es que la segunda no la contamos. ?No ves que es tan corta?
De las dos posibilidades que le nacen en el pensamiento, el invitado escoge, tras r¨¢pida cogitaci¨®n, la menos violenta. Y agarrando el whisky se sienta en el sof¨¢ dispuesto a escuchar de los due?os de la casa lo bien que se vive fuera de la contaminaci¨®n y, del ruido de Madrid.
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