El destino de los embalsamados
Como uno de los chismes peri¨®dicos que divulgan las agencias de Prensa, ha surgido ahora la versi¨®n de que el cuerpo de Lenin que se exhibe en la plaza Roja de Mosc¨² es, en realidad, una estatua de cera. Se dice que un sobrino de Stalin llamado Budu Svakadze revel¨® el secreto en ufi libro que el KGB no pernliti¨® publicar en 1952, pero que una copia del manuscrito logr¨® llegar a Israel por correos clandestinos, y desde all¨ª ha sido difundida al mundo por el Jerusalem Post. Todo esto es tan dif¨ªcil de comprobar, que tal vez el m¨¦todo m¨¢s ¨²til sea tomarse el trabajo de viajar a Mosc¨², hacer la cola de tres horas bajo las nieves de enero y entrar en el glacial y denso edificio de m¨¢rmoles incandescentes para tratar de averiguar con ojos propios qu¨¦ puede haber de cierto en este follet¨ªn trasnochado.Yo lo hice en las dos ¨²nicas ocasiones en que he estado en la Uni¨®n Sovi¨¦tica -en 1957 y en 1979-, y en ambas tuve la impresi¨®n de que el cuerpo de Lenin estaba hecho de su materia natural, aunque es f¨¢cil entender que un visitante distra¨ªdo, o demasiado incr¨¦dulo, se sienta inclinado a pensar que es una estatua de cera. La primera vez, el cuerpo de Lenin yac¨ªa en su urna de cristal, a la derecha del cuerpo de Stalin, que todav¨ªa entonces se consideraba digno de aquella gloria de formaldeh¨ªdo. Lenin hab¨ªa muerto 33 a?os antes, y Stalin, apenas cuatro, y la diferencia se notaba. Este ¨²ltimo parec¨ªa irradiar un aura de vida, y su bigote hist¨®rico de tigre montuno apenas si ocultaba una sonrisa indescifrable. Lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n -como ya lo dije en los reportajes que publiqu¨¦ en aquella ocasi¨®n- fueron sus manos delgadas y sensibles, que parec¨ªan de mujer. De ning¨²n modo se parec¨ªa al personaje sin coraz¨®n que Nikita Jruschov hab¨ªa denunciado con una diatriba implacable en el vig¨¦simo congreso de su partido. Poco despu¨¦s, el cuerpo ser¨ªa sacado de su templo glorioso y mandado a dormir un sue?o sin testigos, y tal vez m¨¢s justo, entre los muertos numerosos de los patios del Kremlin. Muy cerca de la tumba de Jdhn Reed, el ¨²nico norteamericano que alimenta las rosas de aquel jard¨ªn quim¨¦rico.
El cuerpo de Lenin era menos impresionante, porque estaba menos conservado. En efecto, 33 a?os son muchos, aun para los muertos, y tambi¨¦n en ellos se notan, a trav¨¦s del tiempo, los artificios del embalsamamiento. Al lado de la cabeza de Stalin, enorme y maciza, la de Lenin parec¨ªa tan fr¨¢gil como si fuera de vidrio, y su semblante oriental parec¨ªa llegarnos de muy lejos. Tal vez buena parte de esa degradaci¨®n hab¨ªa sido heredada de sus dos ¨²ltimos a?os de vida, que para Lenin hab¨ªan sido de sufrimientos. En 1922 hab¨ªa sido operado para sacarle una bala que le qued¨® en el cuello del atentado de agosto de 1918, y el brazo izquierdo le qued¨® sin vida. El a?o siguiente sufri¨® varias reca¨ªdas, perdi¨® el habla, se redujo a la nada su fabulosa capacidad de trabajo, y el 21 de enero de 1922 muri¨® devastado por la arterioesclerosis cerebral. Su cerebro, extra¨ªdo para embalsamar el cuerpo, ten¨ªa la consistencia ¨¢rida de una piedra. La inutilidad del brazo izquierdo se notaba aun despu¨¦s de embalsamado, y la erosi¨®n general del cad¨¢ver, que ya era evidente la primera vez que yo lo vi, lo era mucho m¨¢s la segunda, cuando ya hab¨ªan transcurrido 55 a?os de la muerte. Pero en ning¨²n caso me pareci¨® una estatua de cera, entre otras cosas, porque la cera no tiene la buena virtud de envejecer.
En realidad, lo que mas me estremeci¨® en las dos ocasiones en que vi la momia de Lenin fue la impresi¨®n ineludible de que el cuerpo no se conservaba completo bajo las s¨¢banas de la urna, sino que lo hab¨ªan cortado por la cintura para facilitar la conservaci¨®n.
Hasta el pecho, en efecto, el relieve del cuerpo era convincente, pero luego se confund¨ªa con la superficie del mes¨®n donde estaba acostado, y se dejaba la puerta abierta a cualcluier aventura de la imaginaci¨®n. No era f¨¢cil soportar la idea de que la muchedumbre que desfilaba por el mausoleo le estaba rindiendo tributo a un h¨¦roe Partido por la mitad, cuya parte inferior se hab¨ªa podrido y convertido en polvo en alg¨²n basurero distinto.
En todo caso, estas suposiciones son posibles por la mala costumbre de conservar cad¨¢veres para ser adorados por la muchedumbre. Nada se parece menos a la imagen que se tiene de un hombre o una mujer memorables que sus desperdicios mortales arreglados como para una fiesta funeraria. Los motivos de los egipcios eran perdonables, porque cre¨ªan que mientras se conservara el cuerpo se conservar¨ªa tambi¨¦n el esp¨ªritu, y en ning¨²n caso embalsamaban a sus faraones para la exhibici¨®n p¨²blica. Los cat¨®licos, al rev¨¦s, piensan que la conservaci¨®n casual del cuerpo es un indicio de santidad, y lo exponen en sus templos para deleite de sus fieles. Pero es dif¨ªcil encontrar una justificaci¨®n doctrinaria para la costumbre creciente de los reg¨ªmenes comunistas, que parecen confundir el culto de los h¨¦roes con el culto de sus momias. Es el caso en Bulgaria, donde se conserva el cuerpo de Dimitrov, y el caso de China, donde se conserva el cuerpo de Mao, y el caso de Vietnam, donde se conserva el cuerpo de Ho Chi Min. No se necesita ser un visionario para suponer que Kim II Sum, el presidente de Corea del Norte, que desconoce por completo el dulce encanto de la modestia, debe estar ya ansioso por someter su cuerpo glorioso a los buenos oficios de sus embalsamadores.
Por fortuna, Cuba sent¨® un precedente ejemplar para este lado del mundo con las manos del Che Guevara,, que fueron cortadas por la CIA para una identificaci¨®n a fondo por las huellas digitales. Un antiguo funcionario del Gobierno boliviano que desert¨® de su cargo las llev¨® despu¨¦s a La Habana, y no falt¨® quien sugiriera la idea de conservarlas para el culto p¨²blico. Fidel Castro, que tiene la buena costumbre de llevar estos problemas hasta la ¨²ltima instancia, lo consult¨® con las muchedumbres al final de un discurso en un acto de masas. La respuesta, que era la que Fidel Castro esperaba, fue un¨¢nime y rotunida: nones.
Hay en Am¨¦rica Latina otros antecedentes que no son tan consoladores. El general Antonio L¨®pez de Santa Ana, que gobern¨® a M¨¦xico varias veces desde 1833, perdi¨® la pierna derecha en la guerra contra los invasores franceses y la hizo enterrar en la catedral, bajo palio de obispo y con todos los honores militares y religiosos, en unos funerales babil¨®nicos presididos por ¨¦l mismo. M¨¢s tarde, el general Alvaro Obreg¨®n perdi¨® el brazo izquierdo por una bala de ca?¨®n que le dispar¨® Pancho Villa en la batalla de Celaya, y su mano se conserva todav¨ªa en la ciudad de M¨¦xico, achicharrada por el formol, en un monumento p¨²blico, que por razones inescrutables se ha convertido en un sitio de peregrinaci¨®n de los j¨®venes enamorados. El caso m¨¢s extra?o de nuestro tiempo es el del cad¨¢ver de Evita Per¨®n, que desapareci¨® de Buenos Aires despu¨¦s de embalsamado y repareci¨® muchos a?os despu¨¦s en Italia, bajo la responsabilidad del Vaticano. El hombre que la embalsam¨® era un catal¨¢n grandilocuente que mont¨® guardia en la antesala de la enferma durante las largas semanas de su agon¨ªa, pues deb¨ªa proceder al embalsamamiento en el instante mismo de la muerte para una conservaci¨®n m¨¢s convincente y duradera. Mientras esperaba, les hac¨ªa ver a los visitantes ilustres el ¨¢lbum de fotos de sus trabajos m¨¢s notables. Y entre ellos, su obra maestra: un ni?o de Montevideo que hab¨ªa muerto a los siete a?os, y cuyos padres lo hicieron embalsamar sentado en una sillita y vestido de marinero. Todos los a?os, durante muchos, sus hermanos le celebraron el cumplea?os con los que fueron sus amigos, hasta que todos crecieron, y se casaron y tuvieron otros hijos para embalsamar, y el pobre ni?o embalsamado, en su sillita de madera y con su vestido de marinero, qued¨® a merced de las polillas y el olvido en un ropero del dormitorio.
Copyright 1982 Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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