Los obispos
De Gaulle llamaba al Partido Comunista Franc¨¦s "el partido del extranjero". La Iglesia, en Espa?a, tambi¨¦n es el partido del extranjero, aunque sea un extranjero tan peque?o como el Vaticano.A m¨ª esto no me parece mal. Lo que me cabrea un poco es que no se apunten en el registro ese de los partidos. La Conferencia Episcopal se ha pronunciado ante las pr¨®ximas elecciones. Cualquiera tiene derecho a pronunciarse. Es la libertad, de expresi¨®n que la Iglesia no siempre ha propiciado en Espa?a. Dado que los cat¨®licos espa?oles son miles y miles, lo que digan los obispos tiene valor pol¨ªtico y electoral. Seguir presentando la papela, en su texto y protocolo, como esp¨ªritu puro de celulosa que sobrevuela la contienda, me parece a?agaza.
Los banqueros han dado dinero a los partidos. Los obispos, m¨¢s prudentes, s¨®lo animan a votar. En su documento -apol¨ªtico y deselectoral- defienden el derecho a la vida de los no nacidos, la libertad de ense?anza (que aqu¨ª se traduce en prepotencia de la ense?anza religiosa, parcial y cara), la iluminaci¨®n de la fe y los imperativos morales de la Iglesia. Como hay unos partidos confesionales que defienden emp¨ªricamente las mismas cosas, los obispos no necesitan exhortar al voto a esos partidos, porque resultar¨ªa tautol¨®gico, (cosa que la Iglesia, por otra parte, suele resultar con frecuencia). Y ya s¨¦ que algunos lectores, cat¨®licos lo que menos me van a perdonar es esta palabra, "tautol¨®gico", porque no saben lo que significa.
El catolicismo sociol¨®gico es una abrumadora realidad en Espa?a, y por eso no tiene mucho sentido que los se?ores obispos, unos entrados en a?os y otros en carnes, ensayen de nuevo el ballet teol¨®gico de sobrevolarnos a todos, dejando claro que no hacen electoralismo ni descienden de la patr¨ªstica a la casu¨ªstica.
Su documento avala (e incluso mejora, por lo sereno y distante) algunos programas pol¨ªticos concretos. Es una farsa ingenua la de mostrar a la Iglesia espa?ola gestante de ideolog¨ªas terrestres. en tanto que se nos persuade de que s¨®lo se trata de un cristal duralex atravesado por un rayo de luz de la que va a nacionalizar Felipe, sin romperlo ni mancharlo.
La Iglesia tuvo su democracia cristiana en Italia, su Gil-Robles en Espa?a, su nacionalcatolicismo cuando Franco. La Iglesia, en su morfolog¨ªa valle-de-l¨¢grimas, parece l¨®gico que cristalice en un partido pol¨ªtico coherente. Los pol¨ªticos son hombres de manos sucias que pueden entrar en cuestiones sartrianas que no convienen a cardenales y arzobispos. El documento conferencial que la Iglesia espa?ola ha emanado ahora es aproximadamente impecable y s¨®lo se deteriora y arde por una punta cuando, habiendo apostado por las causas sociales por las que l¨®gicamente debe apostar (unas sublimes, otras no tanto), pretende quedar al margen de las luchas de los hombres, como si esto fuera prosa de ¨¢ngeles.
La Iglesia, claro, no es exactamente "el partido del extranjero", pues hay un catolicismo nacional que supera con mucho al nacionalcatolicismo. S¨®lo la ambig¨¹edad, la vaguedad, el escr¨²pulo, traicionan la verdad natural/sobrenatural de ese papel. Si hay cosas que un obispo no puede decir y otro obispo no debe o¨ªr, que dejen a los partidos confesionales -tenemos muchos- hacerlo por ellos.
El documento episcopal, contra lo que han dicho todos los peri¨®dicos, incluido ¨¦ste, es un documento electoral. Corrobora con su autorid¨ªd, serenidad y longanimidad los programas verbalizantes de algunos pol¨ªticos cocineros que nunca llegar¨¢n a frailes Negarlo es peor.
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