El cuento despu¨¦s del cuento
Clotilde Armenta, que es un personaje de mi novela m¨¢s reciente, exclam¨® de pronto en alguna parte del libro: "?Dios m¨ªo, qu¨¦ solas estamos las mujeres en el mundo!". Rossana Rossanda, que es uno de los seres humanos m¨¢s inteligentes que "conozco, me pregunt¨® en una entrevista de Prensa c¨®mo hab¨ªa llegado yo a esa conclusi¨®n. "?Desde cu¨¢ndo lo sabes?", fue su pregunta concreta. Ning¨²n periodista me hab¨ªa puesto a pensar tanto sobre el comportamiento de alguno de mis personajes. Sobre todo, ninguno, como Rossana Rossanda en esa ocasi¨®n, me hab¨ªa obligado a pensar tan en serio sobre el papel de las mujeres en mis libros -y tal vez en mi vida-, que es algo de lo cual muchos cr¨ªticos han hablado no s¨®lo m¨¢s de lo que deben, sino inclusive m¨¢s de lo que saben.El personaje de Clotilde Armenta, que no existi¨® en la realidad, fue inventado por m¨ª, de cuerpo entero, porque me hac¨ªa falta como contrapeso a Pura Vicario, la madre de la protagonista principal. El car¨¢cter de Clotilde Armenta lo fui construyendo a medida que lo escrib¨ªa, de acuerdo con los meandros imprevistos del drama. Siempre tuve la intuici¨®n de que el crimen de la realidad no se pudo impedir porque en la vida real no existi¨® una mujer como ella, y en alg¨²n momento tuve la tentaci¨®n de que, en efecto, lo impidiera en el libro. Sin embargo, a cada paso me daba cuenta de que lo ¨²nico que ella pod¨ªa hacer para impedirlo era solicitar la ayuda de otros, y casi siempre esos otros eran hombres. Era una realidad, no s¨®lo dentro de la ficci¨®n, sino dentro de las condiciones sociales del pueblo. En la culminaci¨®n, del drama, yo mismo descubr¨ª, no sin cierto deslumbramiento, que era all¨ª donde radicaba la impotencia de Clotilde Armenta para impedir el crimen. Entonces fue cuando exclam¨®: "?Dios m¨ªo, qu¨¦ solas estamos las mujeres en el mundo!". No lo dije yo. Lo dijo ella, aunque sea algo dif¨ªcil de entender por alguien que no sea escritor. Sin embargo, creo que ella y yo lo descubrimos al misino tiempo, y que al descubrirlo nos dimos cuenta de que lo sab¨ªamos desde hac¨ªa mucho tiempo pero no logr¨¢bamos explic¨¢rnoslo. Fue eso lo que le contest¨¦ a Rossana Rossanda para una entrevista que public¨® hace pocos meses en su peri¨®dico, Il Manifesto, de Roma.
Uno de los primeros lectores del libro me dijo: "Esto no es m¨¢s que un sucio asunto de mujeres". Otro me se?al¨® que era un drama de j¨®venes, pues, en realidad, ninguno de sus protagonistas era mayor de veinticinco a?os, y este lector crey¨® entender que el libro era una prueba de que fueron los prejuicios de los adultos los que determinaron la tragedia. En todo caso, mi convicci¨®n es que la participaci¨®n de las mujeres fue decisiva en el drama, y esto corresponde a mi convicci¨®n de que el machismo es un producto cultural de las sociedades matriarcales. El personal que comandaba el drama desde las sombras era Pura Vicario, la madre de Angela -cosa que no ocurri¨®, por cierto, en la realidad-, y no creo que lo hiciera por vocaci¨®n, sino porque pensaba, que la familia no ser¨ªa capaz de sobrevivir al repudio social si sus hijos no lavaban la afrenta. Angela Vicario descubri¨® esa verdad mucho m¨¢s tarde, en el hotel del puerto de Riohacha, cuando volvi¨® a ver al esposo que la hab¨ªa repudiado y descubri¨® que lo amaba por encima de todo, y comprendi¨® que la madre era la ¨²nica responsable de la desgracia. Entonces la vio tal como era: "Una pobre mujer consagrada al culto de sus defectos". En todo caso, a mi modo de ver, lo que revela mejor la injusticia y la miseria de aquella sociedad es que la mujer m¨¢s libre del pueblo, y en realidad la ¨²nica libre, era Mar¨ªa Alejandrina Cervantes, la puta grande.
Otro aspecto quele interesaba mucho a Rossana Rossanda era el ingrediente de la fatalidad en el drama. En realidad nunca me interes¨® la fatalidad como factor determinante. Lo que se parece a la fatalidad en la Cr¨®nica de una muerte anunciada no es m¨¢s que un elemento mec¨¢nico de la narraci¨®n. Tal como en el Edipo rey, de S¨®focles -aunque parezca extra?o en una tragedia griega-, cuya esencia no es la fatalidad de los hechos sino el drama del hombre en la b¨²squeda de su identidad y su destino.
En mi novela, mi. trabajo mayor fue descubrir y revelar la serie casi infinita de coincidencias min¨²sculas y encadenadas que dentro de una sociedad como la nuestra hicieron osible aquel crimen absurdo. Todo era evita ble, y fue la conducta social, y no elfatum, lo que impidi¨® evitarlo. Rossana Rossanda no s¨®lo esta ba de acuerdo, sino que tal vez descifr¨® la clave m¨¢s inquietante. "Este no es el drama de la fatalidad", me dijo, "sino el drama de la responsabilidad". M¨¢s a¨²n: el drama de la responsabilidad colectiva. Yo creo, incluso, que la novela termina por desprestigiar el mito de la fatalidad, puesto que trata de desmontarla en sus piezas primarias y demuestra que somos nosotros los ¨²nicos due?os de nuestro destino. Todo esto me parece m¨¢s evidente cada vez que evoco el d¨ªa aciago en que ocurrieron los hechos en la realidad. Yo no fui testigo presencial, pero conoc¨ªa muy bien el lugar y conoc¨ªa muy bien a los protagonistas, que al fin y al cabo eran todos los habitantes del pueblo. Recuerdo que cuando conoc¨ª la noticia y sus pormenores, mi primera reacci¨®n fue de rabia, pues, por m¨¢s que le daba vueltas y m¨¢s vueltas, todo me parec¨ªa evitable. A partir de entonces, todos los testigos con quienes he seguido hablando se siguen preguntando c¨®mo fue que ellos mismos no pudieron impedirlo, y en todos he encontrado tanta ansiedad por justificar sus actos de aquel d¨ªa que he cre¨ªdo reconocer en esa ansiedad un cierto sentimiento de culpa. Yo creo que lo que los paraliz¨® fue la creencia, consciente o inconsciente, de que aquel crimen ritual era un acto socialmente leg¨ªtimo. Las circunstancias en que Bayardo San Rom¨¢n volvi¨® con la esposa repudiada no fueron tampoco las mismas que en el libro. Debo reconocer que en este caso la realidad fue m¨¢s aleccionadora. Todo fue, al parecer, un rumor que circul¨® casi veinte a?os despu¨¦s entre los testigos. Seg¨²n ese rumor, el marido hab¨ªa hecho toda clase de gestiones para volver con la esposa repudiada, y fue ella quien no quiso aceptarlo. Sin duda, el tiempo no hab¨ªa pasado con igual velocidad ni con igual intensidad para ella y para su marido. Pero lo que entonces me interesaba era que aquella tentativa de reconciliaci¨®n -tal vez inventada por los propios testigos- se divulg¨® de inmedia to entre los sobrevivientes, y ¨¦stos divulgaron el rumor como si fuera un hecho cumplido que los viejos esposos hab¨ªan vuelto a reunirse y vivir¨ªan felices para siempre. Tal vez sent¨ªan que to dos necesit¨¢bamos de esa reunificaci¨®n, porque era como el final de la culpa colectiva, como si el desastre de que todos ¨¦ramos culpables pudiera no s¨®lo ser re parado sino borrado para siem pre de la memoria social. Lo malo para todos es qu¨¦siempre aparece un aguafiesta desperdigado cuya ¨²nica funci¨®n en el mundo es recordar lo que los otros olvidan.
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