Extramuros
Jes¨²s Fern¨¢ndez Santos tiene la mirada esquiva del que busca en otro lugar de la morada de esta vida la explicaci¨®n de lo que ocurre, y alguna vez ocult¨® tras las c¨¢maras sus ojos acuosos, esa verbosidad de la mirada que encuentra en la narraci¨®n la salida a una existencia que siempre e pareci¨® inc¨®moda porque quien ama las palabras odia los objetos. Esa dicotom¨ªa, esa lucha perenne le sit¨²a en un silencio que ¨¦l rompe con la gallarda afirmaci¨®n de su independencia, y concreta, cuando ve un filme, por ejemplo, en la displicencia ante la imagen: el fotograma ha de ser demasiado pleno como para convencer a un creador de im¨¢genes. Acude, con su chaqueta de pana, repleto del silencio de la imagen, a los extramuros de la cr¨ªtica cinematogr¨¢fica, pero no olvida que la suya es la posici¨®n del narrador, y por eso camina de puntillas sobre los argumentos, porque todos pudieron ser de su creaci¨®n. Es la teor¨ªa de lo que se acaba, porque la suya es la intolerancia del que ya lo supo, el que viene de vuelta y mantiene de Guevara, V¨¦lez o Che -le da igual- la capacidad espa?ola para hacer de la dureza una forma de ternura. Rara vez le ves de espaldas porque su manera de caminar es de frente, en escorzo, re?ido con su propia imagen, con la mano adelantada cuando est¨¢ feliz, con el colmillo hacia adentro cuando la tristeza es su territorio, el lugar m¨¢s transparente de su vida. Procura, entre las flores, escoger la m¨¢s bronca, y te la ofrece como quien ofrece una narraci¨®n de Aldecoa pasada por su pasapur¨¦, en el que queda la sustancia, el tu¨¦tano, la voz m¨¢s de hormig¨®n de la narrativa espa?ola de la posguerra, la cabeza rapada, el tiempo de su silencio, hasta que lleg¨® a extramuros y llev¨® all¨ª el silencio de las catedrales transidas de una imagen er¨®tica a la que ¨¦l fue refractario hasta que sus manos flacas tocaron el mar y, a la vuelta al molino leon¨¦s, encontraron que tocar es una manera de hacer literatura. Hoy vive sumido en el silencio metaf¨®rico del que le ha gui?ado un ojo a la desesperanza, y del que ha hecho del papel pautado un olvido voluntario. Sobre su espalda cuelga a¨²n la chaqueta de pana que usa para invitar a cerveza sin alcohol, a bitter kas sin aditamentos, a una conversaci¨®n en la que ¨¦l lleva la voz del inquisidor cantante. Tiene la ternura del que se endureci¨® un d¨ªa buscando en el medio del camino la esperanza del que se mantiene extramuros de s¨ª mismo para comprender mejor lo que no sabe, para estar mas cerca de la vida, para narrar de modo m¨¢s heroico la cobard¨ªa de no saber qu¨¦ hacemos.
Los ¨²ltimos premios
Los ganadores de las ¨²ltimas ediciones del Premio Planeta han sido: en 1981, Crist¨®bal Zaragoza, con su obra Y Dios en la ¨²ltima paya; - en 1980, Antonio Garreta, con Volaverunt; en 1979 el ganador fue Manuel V¨¢zquez Montab¨¢n, con su novela Los mares del Sur; el premio de 1978 fue entregado a Juan Mars¨¦, por su novela La muchacha de las bragas de oro, que m¨¢s tarde ser¨ªa llevada al cine; en 1977 gan¨® el premio Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, de Jorge Sempr¨²n, con la que se desat¨® una viva pol¨¦mica por sus referencias a la historia del Partido Comunista de Espa?a.
La edici¨®n de 1976 la gan¨® la obra de Jes¨²s Torbado En el d¨ªa de hoy, y la anterior, La gangrena, de Mercedes Salisachs.
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