Telegrama precipitado
Escribo la primera palabra de esta p¨¢gina dos minutos despu¨¦s de enterarme de que el premio Don Miguel de Cervantes ha hecho justicia una vez m¨¢s. Mi hermano Eladio Caba?ero y mi mujer, Francisca Aguirre, han salido corriendo a la casa de Luis Rosales para abrazarlo, besarle las mejillas, gritar de j¨²bilo y tal vez llorar de emoci¨®n. Yo me he encerrado a escribir estos p¨¢rrafos, ardi¨¦ndome en la boca la alegr¨ªa y con el coraz¨®n lo mismo que una casa encendida. Tembl¨¢ndome la mano, que ni yo mismo s¨¦ si podr¨¦ luego descifrar mi caligraf¨ªa. Ignoro qu¨¦ lograr¨¦ decir. Toda la historia, extensa y honda, de mi relaci¨®n con Rosales se est¨¢ agolpando en mi memoria como una multitud de gratitud, de a?os, de vino conversado, de Cervantes y de Machado recitados con devoci¨®n. A estas alturas de la p¨¢gina ya he comprendido que el lector no podr¨¢ esperar de ella ni la s¨ªntesis de mi admiraci¨®n por una de las obras po¨¦ticas m¨¢s rigurosas y calientes, m¨¢s fraternales y perfectas de este siglo memorable del idioma espa?ol, ni el perfil de uno de los seres m¨¢s generosos y m¨¢s nobles, m¨¢s cervantinos y m¨¢s machadianos de cuantos iluminan nuestra aventura de escribir entreg¨¢ndole la conciencia al lenguaje. Quiero que el lector sepa que anoto esta p¨¢gina con la premura de la felicidad y con prisa por poner un punto y correr a la calle, llamar a la casa de Luis, darle un abrazo, y ver, quiz¨¢, la sonrisa misteriosa y magn¨ªfica de Miguel de Cervantes junto a alguna silla vac¨ªa.No s¨¦ si Don Miguel, en este instante entre las muchas ocupaciones que acaso la gloria conlleva, tendr¨¢ ocasi¨®n de acercarse hasta la casa de este premio Cervantes para mirar la dicha de algunos de cuantos le queremos y para sonre¨ªr, con silenciosa aprobaci¨®n. Si aquel inmenso padre de espa?oles no anda en este momento conversando con Sancho o acariciando la lana de una oveja. o la cara de un galeote, entonces se habr¨¢ excusado por un instante ante la gloria, se habr¨¢ acercado a la calle de Vallehermoso y sin un ruido, con discreci¨®n impetuosa, ah¨ª estar¨¢, invisible, pudoroso, viendo cuando quiere la gente a uno de sus grandes disc¨ªpulos. Y yo, lector, como puedes imaginarte, no me quiero perder ese milagro.
De modo que esta vez conf¨®rmate con algo que es m¨¢s peque?o y que es m¨¢s grande que el comentario a una po¨¦tica absolutamente imprescindible en la historia creciente de la alt¨ªsima poes¨ªa escrita en espa?ol, algo que es m¨¢s y es menos que el dibujo de un hombre como hay pocos y para quien le pido a la Fortuna que dure mucho entre nosotros, que: nos dure siquiera hasta que hayamos aprendido un poco m¨¢s junto a su obra y al lado de su dignidad. Que nos dure a¨²n muchos a?os ese coraz¨®n cervantino, lleno de grandeza y de angustia, de tolerancia y compasi¨®n, de humildad. y de genio, de serena preocupaci¨®n civil y de una laboriosa alegr¨ªa. De modo que me voy. Dejo pendiente con vosotros una cita m¨¢s lenta: pronto habr¨¦ terminado un libro sobre la obra po¨¦tica de este a quien hoy festejamos. En ¨¦l celebrar¨¦ la inveros¨ªmil temperatura de su imaginaci¨®n po¨¦tica, de su parsimonioso furor expresivo, su indecible invenci¨®n, y ese puntual amor de cada p¨¢gina que sirve a todas de juntura y que ha hecho que su obra, su obra entera, majestuosa y viril, delicada y solemne, nos llegue a la emoci¨®n "m¨¢s junta que una l¨¢grima". Comprometo esta cita con vosotros como se entrega un juramento. Ahora tengo que correr, llamar a la puerta de la casa de Luis Rosales, fundirme con quienes ya est¨¢n all¨ª con ¨¦l, queri¨¦ndolo, felices, y entrever la sonrisa con que el maestro de mi maestro quiz¨¢ preside enigm¨¢ticamente esa fiesta tan justa, la sonrisa de aprobaci¨®n pudorosamente inmortal con que Don Miguel felicita a su extraordinario disc¨ªpulo: "Enhorabuena, Luis".
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