Landelino, en camafeo de marfil
Es probable que en la intimidad de su coraz¨®n el joven Landelino llegara incluso a dudar. Pero no es seguro. Cuando la estampida est¨¦tica de mayo-68 lleg¨® a Espa?a convertida en material de boutique -vaqueros, zamarras, bufandas, harapos de guerrero vencido y sombreros de granja mormona-, la gente como ¨¦l estaba preparando oposiciones a abogado del Estado. La nueva m¨²sica, el sexo repartido y las cabelleras de fregona se hab¨ªan adue?ado de las aceras de Arg¨¹elles. En aquel tiempo, todo el a?o era primavera en Praga. Estudiantes y polic¨ªas se persegu¨ªan bajo las acacias en flor, desde el aula de Etica se arrojaban tazas de retrete sobre la caballer¨ªa rusticana y cada noche se emit¨ªa un parte de guerra en el frente de la Universitaria. En cambio, Landelino Lavilla estudiaba para letrado del Consejo de Estado o notario, -registrador de la propiedad, t¨¦cnico fiscal, inspector del Timbre, cosas como esas, diez horas diarias, con el cogote humillado ante un cuestionario de cuatrocientos temas, y arrastraba la babucha a cuadros por el pasillo recitando de memoria una retah¨ªla de art¨ªculos del c¨®digo, pruebas orales que a veces tambi¨¦n le tomaba la novia en una cafeter¨ªa. Juanita estaba sentada frente a Landelino, y entre ellos hab¨ªa dos tazas con rescoldos de caf¨¦ llenas de colillas de opositor.-A ver, cari?o, rep¨ªteme el tema de la enfiteusis.
-?La enfiteusis?
-Animo, amor m¨ªo. Yo te dar¨¦ la entrada.
-La enfiteusis es...
En la cafeter¨ªa se ve¨ªan potras con minifalda que estrenaban una forma rabiosa de vivir. De repente se o¨ªa un estallido de vasos y un tropel de estudiantes barbudos, perseguidos por los guardias, irrump¨ªa en el local saltando por la mesa donde la parejita de pichones se hac¨ªa arrumacos con la ley hipotecaria. Puede que Landelino llegara a dudar en el fondo de su coraz¨®n acerca de si deb¨ªa ponerse tambi¨¦n unos vaqueros, sobre todo cuando los domingos iba a misa llevando en la mano un devocionario a la altura de la tetilla y por su lado pasaban motocicletas cabalgadas furiosamente por revolucionarios de mayo y chicas liberadas abiertas en el trasport¨ªn. Pero Landelino era demasiado guapo y refitolero. No se podr¨ªa imaginar su cadera sometida a la ardiente presi¨®n de un Levis salvaje. Lo suyo era otra cosa.
Fotografiado con carita de ¨¢ngel empoll¨®n en el 'Ya'
En su d¨ªa hab¨ªa salido fotografiado con carita de ¨¢ngel empoll¨®n, iluminado con luz cenital, en las p¨¢ginas del diario Ya al conseguir el premio extraordinario de licenciatura mientras su generaci¨®n bailaba en Picadilly al comp¨¢s de los trallazos de pelvis de las primeras gogo-girls enjauladas. Landelino Lavilla nunca baj¨® a un s¨®tano ni husme¨® el perfume de aquel hacinamiento de muslos, de braguitas perfumadas con Nina Ricci, de tetas sin sost¨¦n que se extend¨ªa en el ¨¢mbito color fresa de los nuevos garitos. Despu¨¦s de mil noches de vigilia sac¨® la oposici¨®n, apag¨® el flexo y pas¨® directamente de la mesa de estudio al despacho, al consejo de administraci¨®n, a las alfombras de las altas secretar¨ªas, a los salones insonorizados de la banca, a ese espacio donde nunca se levanta la voz. La jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica vio en Landelino a un alev¨ªn puro, de clase muy fina. Hab¨ªa que evitar que le cayera en el terno alg¨²n lampar¨®n franquista, ya se sabe, una mancha de chorizo, ahora que el r¨¦gimen estaba en la agon¨ªa.
-El nuncio ha insinuado cierta opini¨®n.
-?Ah, s¨ª?
-Hay que guardar a Landelino en un camar¨ªn.
-?En el cofre del tesoro?
-Eso es. El d¨ªa de ma?ana podr¨ªa ser nuestra sota de oro.
-La cosa viene del Esp¨ªritu Santo directamente.
Landelino permanec¨ªa incontaminado
Landelino Lavilla era un joven p¨¢lido, usaba gris marengo para invierno y un tergal color crema en verano. Entonces ya ten¨ªa esa hermosura de estampita que causa estragos en el ropero parroquial e inspira confianza tambi¨¦n a la mujer del primer accionista. Existe un erotismo de dictamen, y en ciertos ambientes produce gran admiraci¨®n el trabalenguas jur¨ªdico, esa facultad de no encasquillarse jam¨¢s en medio del articulado, de sacar matices a la ley o de escabullirse entre los apartados de cualquier reglamento. En este asunto Landelino Lavilla era un valor s¨®lido. Comulgar todos los d¨ªas y verse avalado por la banca, estar en el secreto del designio de la Providencia y saber la combinaci¨®n de la caja fuerte; eso no es el poder en s¨ª mismo, pero es el reflejo m¨¢s fiel del poder. Encima ¨¦l besaba la mano a las se?oras parando los labios a la distancia exacta, y adem¨¢s do?a Juanita ya era su amante esposa y permanec¨ªa siempre a su lado, encargada de cepillarlo por dentro.
En aquella ¨¦poca Adolfo.Su¨¢rez estaba muy atareado limpiando los jaulones del franquismo para que entraran en escena los verdaderos se?ores, los servidores incontaminados del capitalismo puro, no demasiado montaraz, y del catolicismo suavemente atemperado al Papa de turno. Lleg¨® Landelino con la cara lavada con jab¨®n Lux, el pelo lamido con gomina, el guante de terciopelo, con modales de tresillo isabelino y la sonrisa plateada. Primero fue un atildado ministro de Justicia, despu¨¦s actu¨® de manera impecable como presidente del Congreso. Do?a Juanita estaba siempre en el palco. Era un matrimonio perfecto: ¨¦l all¨ª, en la tribuna de la C¨¢mara, muy tieso, hilando sutilezas reglamentarias, y ella en el balconcillo de invitados, con otras mujeres de diputados, haciendo calceta o jerseis de punto bobo o grano de arroz.
-?Te gusta?
-Es ideal.
-Se me est¨¢ yendo un poco de la sisa.
-Hija.
Y abajo se o¨ªa la voz de Landelino, que daba y retiraba la palabra a sus se?or¨ªas con un esmerado manejo de la sintaxis y la profilaxis, vocalizando las labiales y paladiales, como quien habla a un sordomudo con la boca llena de mermelada. Todo parec¨ªa muy esfumado de alfombra en aquel c¨ªrculo, pero en el banco azul ellos estaban a matar, cada uno con su daga en la manga. Adolfo Su¨¢rez iba ya sonado por las tarimas y detr¨¢s de las cortinas saltaban chasquidos de cuchilladas fatales. El mercenario hab¨ªa cumplielo el trabajo de preparar el camino a esa clase de pol¨ªticos muy educados e incapaces de afanar un cenicero, aunque pod¨ªan levantar con elegante soltura un pufo de 10.000 millones. No ven¨ªan con la agresividad tecnocr¨¢tica de los ejecutivos de anta?o. Ten¨ªan una pinta m¨¢s blandorra, levemente cleric.al, cargando el paquete genital en la derecha y el adem¨¢n de cuello torcidito entre la comprensi¨®n cristiana y la hipocres¨ªa florentina. En esa lucha negra de los suyos por el poder, Landelino permanec¨ªa incontaminado.
-T¨² no te muevas del camar¨ªn.
-Bueno.
-Primero vamos a cargarnos a este.
-Mil gracias.
-Vete maquillando. Que alguien te pase el plumero.
Si usted ha visitado en alguna ocasi¨®n el alto despacho de un banquero, si ha pisado nioquetas financieras de un consejo de administraci¨®n, si ha olido la dulzura. de una trastienda de nunciatura apost¨®lica o de sacrist¨ªa cara podr¨¢ intuir los marbetes, dise?os o envases de esa clase pol¨ªtica que le quit¨® a Su¨¢rez la trampilla bajo los pies. Esa gente vive en casa con muebles oscuros heredados del abuelo, con jamugas y cornucopias, un rastro del siglo XIX con olor a alcanfor. Trabaja en oficinas cl¨¢sicas sin ficus ni nevera, sin l¨¢mparas italianas ni mecheros sorprendentes, todo muy denso y levemente ra¨ªdo, con perfil de camafeo, retrato ovalado, consola con misal y una mar¨ªtilla traspasada con aguja de oro. Landelino Lavilla no ten¨ªa reflejos de camarilla, tampoco lo adornaban ma?as de Maquiavelo y, por otra parte, nunca hab¨ªa pisado la calle. Si se analizara la suela de sus zapatos, se ver¨ªa con claridad que tiene un brillo de sal¨®n. De casa al coche en la puerta, del coche al despacho del consejo, del despacho al entarimado, siempre con esa felpa bajo los talones que ahoga las pisadas. Hab¨ªa o¨ªdo el rumor ele que en la vida hab¨ªa obreros, atascos en las calzadas, gritos en los patios de vecindad y camioneros en las carreteras. Se lo hab¨ªan dicho de buena tinta, luego ser¨ªa verdad.
-T¨² no bajes del camar¨ªn.
-Bueno.
-El Esp¨ªritu Santo ha quedado en llamar.
-Eso espero.
-El vendr¨¢ por ti.
Salt¨® del retablo como un angelote desmelenado
Esper¨® demasiado, y Calvo Sotelo, incluso con su lentitud de pata de elefante, se le col¨® en la presidencia del Gobierno, aunque el desastre interno de UCD ya estaba fraguado y encima hab¨ªa llegado un gafe. Se produjo la desbandada a derecha e izquierda, y entonces Lavilla se qued¨® solo en el altar. Pero he aqu¨ª que Dios o tal vez la coca¨ªna pueden hacer milagros. Calvo Sotelo convoc¨® elecciones generales y Landelino salt¨® del retablo como un angelote desmelenado. Fue una sorpresa. De pronto se le puso el ojo luceferino y aquellas cejas tan dibujadas se levantaron en un arco de ira. Se ve que alg¨²n amigo golfo se lo hab¨ªa dicho.
-Hay unos polvitos blancos.
-?C¨®mo dices?
-P¨®ntelos en la nariz.
-?Para qu¨¦?
-Te convertir¨¢s en el guerrero del antifaz.
-Que no se entere Juanita.
En el primer discurso electoral ya salt¨® la barda. Levant¨® la garra en el aire y parece ser que alg¨²n muelle se le dispar¨® por dentro, porque aquello no era normal. Las frases ardientes le llevaban los extremos de la boca hasta las orejas, por primera vez en su vida un haz de siete hebras de pelo se le escap¨® del fijador y le cay¨® en la frente. A¨²n hubo m¨¢s. En el segundo mitin Landelino Lavilla tom¨® la sublime decisi¨®n. En un instante de furia moderna se ech¨® la zarpa al ombligo y se desabroch¨® el bot¨®n de la chaqueta. Ahora ya va disparado. La gente se ha llevado un susto tremendo al ver a este l¨ªder flam¨ªgero en un vuelo rasante de ¨¢ngel fiero a media altura. Es el mismo susto que se ha llevado Landelino cuando se ha sentido rodeado por la multitud. Es como una m¨¢quina. Le echas una moneda y te suelta un p¨¢rrafo bordado de sintaxis. Le echas dos monedas y emite una oraci¨®n pol¨ªtica m¨¢s larga y a mayor velocidad. Le echas tres y entonces se embala en un editorial a toda mecha. Pero esto no es un an¨¢lisis pol¨ªtico, sino el retrato m¨¢gico de ese se?or tan fino que se ve en los carteles cruzado de brazos.
En las capillas m¨¢s est¨¦ticas se ha puesto de moda otra vez el amor puro. Llevar a la novia, incluso a la mujer leg¨ªtima, bajo el paraguas cogida de la mano y frotarse las naricillas heladas a la luz de un farol de gas. El ruidajo, las gre?as, los cuellos sudados, el sexo feroz, los gestos terribles y las guitarras el¨¦ctricas est¨¢n heridas de muerte. Ves ahora a un pasota por la calle y parece que le han ca¨ªdo cien a?os encima. A los colegios mayores acude de nuevo una leva juvenil con corbat¨ªn de piqu¨¦ y flequillo dispuesta a preparar notar¨ªas o registros, una cosa segura. Es como entonces. Cantaban los Beatles o los Rolling y aquellos salvajes de su generaci¨®n estrellaban la osamenta en la oscuridad, pero Landelino com¨ªa pasteles y llevaba del brazo a Juanita a o¨ªr la conferencia sobre Rumano Guardini en el colegio mayor San Pablo. Todo ha vuelto. Ahora Landelino es un nuevo rom¨¢ntico. Exactamente parece un san Luis Gonzaga, algo talludo, que se hubiera decidido a tener familia numerosa.
La jaur¨ªa electoral agita las pancartas en el pabell¨®n, entona pareados vitoreando a su l¨ªder. ?Landelino, t¨² eres divino! Hay que estar a la altura de ese fervor. Do?a Juanita ha cogido a su marido, rescat¨¢ndolo de la multitud, y se lo ha llevado al medio de la pista. Suena el bolero Dos garden¨ªas, de Mach¨ªn, y la pareja inicia el baile del mitin. Landelino trata de ser moderno y se aprieta de bajos contra su esposa. Pero ella le clava el codo en el pecho, como anta?o, para mantenerlo a raya.
-Anda, deja que te meta pierna.
-No seas fresco.
-Mujer.
-Nos est¨¢ viendo todo el mundo. ?No te das cuenta?
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