Pionero y cronista con la Biblia en la mano
Tras la desaparici¨®n de Alan Dwan, Raoul Walsh y Henry King, la muerte de King Vidor clausura definitivamente la supervivencia de la generaci¨®n de directores pioneros que protagonizaron la fundaci¨®n de Hollywood. De ascendencia h¨²ngara como tantos nombres clave del cine norteamericano, represent¨® no obstante el arquetipo puro del pionerismo americano. En su carrera de self-mademan del cine recorri¨® puntualmente las fases de taquillero, proyeccionista, operador de noticiarios, figurante y guionista. Y como los grandes pioneros de aquella cultura destac¨® por su sentido ¨¦pico, por su aliento b¨ªblico y por su vigor como cronista de su pa¨ªs y de su ¨¦poca.El sentido ¨¦pico de Vidor fue com¨²n al de sus contempor¨¢neos Griffith e Ince, los dos fundadores del espect¨¢culo cinematogr¨¢fico norteamericano, y no es raro que habitase en un paisaje tejano nacido pocos a?os despu¨¦s de que se acallase la ley del rev¨®lver en su territorio. Cuando en La pradera sin ley (1954) Vidor nos cont¨® la epopeya del nacimiento de la propiedad privada de la tierra en el oeste, lo hizo con la autoridad hist¨®rica de quien pudo conocer todav¨ªa en su juventud los testimonios orales de supervivientes pioneros. Y no es raro que Vidor fuera quien introdujese, avanz¨¢ndose largamente a su tiempo, el formato expansivo de la pantalla panor¨¢mica para evocar la saga de Billy The Kid (1930). ?l sentido ¨¦pico estuvo ligado en Vidor a su preocupaci¨®n por el ritmo, que ya en 1923, durante el rodaje de Locuras de juventud, le llev¨® a experimentar con la m¨²sica silenciosa, haciendo que los actores interpretaran sus papeles siguiendo un ritmo musical previamente fijado. Esta preocupaci¨®n alcanz¨® su paroxismo en la escena magistral de la construcci¨®n del acueducto en El pan nuestro de cada d¨ªa (1934), que rod¨® a ritmo de metr¨®nomo.
El esp¨ªritu b¨ªblico de Vidor le fue insuflado por su adhesi¨®n a la secta protestante Christian Science. Casi toda la obra de Vidor se puede leer a la luz de esta influencia religiosa, como es posible leer la obra de Griffith a la luz de su militancia en la francmasoner¨ªa, que tuvo su culminaci¨®n en el gran monumento mas¨®n que fue Intolerancia. Desde esta perspectiva, Aleluya no es m¨¢s que una lectura b¨ªblica de la negritud americana, incluyendo las curaciones milagrosas tan caras a aquella secta. Del mismo modo que el socialismo ut¨®pico de cooperativista agrario proclamado en El pan nuestro de cada d¨ªa es de extracci¨®n b¨ªblica. Y el suntuoso melowestern Duelo al sol (1946), en el que se infiltr¨® la perversidad sexual de Sternberg, no es m¨¢s que una relectura er¨®tica del mito de Ca¨ªn y de Abel.
Pero junto al narrador ¨¦pico y al ferviente b¨ªblico, en Vidor hubo tambi¨¦n un gigantesco cronista de su sociedad y de su ¨¦poca. En el pa¨ªs que hizo del periodismo un arte mayor, descubrimos con frecuencia en su cine esta dimensi¨®n especular concisa y certera, e incluso en las cintas que aparentan ser pel¨ªculas triviales de evasi¨®n. No es casual que Vidor alcanzase la fama en 1925 con una pel¨ªcula que compilaba las memorias de guerra del ex capit¨¢n Laurence Stallings, quien perdi¨® una pierna en Europa y en un momento en que el fil¨®n del cine de guerra parec¨ªa olvidado y sin futuro comercial.
Con id¨¦ntica convicci¨®n sabr¨ªa dar luego testimonio de? drama agrario durante la Depresi¨®n en El pan nuestro de cada d¨ªa. Pero fue el protagonismo social de las grandes ciudades, megal¨®polis del mundo industrial, que hab¨ªa tenido su reflejo literario en Frank Norris, Sinclair Lewis y John Dos Passos, y luego en el cine (Cavalcanti, Ruttmann, Fejos, Murnau) el que inspir¨® a Vidor la que acaso sea su mejor obra maestra, The Crowd (La multitud), aviesamente traducida aqu¨ª como Y el mundo marcha (1928), que a trav¨¦s de la pareja an¨®nima de un John y una Mary como tantos, ajenos al star-system hollywodiano, demoli¨® el mito del sue?o americano y anunci¨® la crisis que estaba a punto de estallar desde Wall Street. De esta cr¨®nica de la selva urbana, prolongada luego en La calle (1931) de la pieza de Elmer Rice, confirmaron que, adem¨¢s de un pionero de la era fundacional y b¨ªblica, Vidor supo ser un sensib¨ªlisimo testigo y cronista de su tiempo.
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