La Iglesia y el movimiento obrero en Espa?a
Ser¨ªa pueril negar que, cuando en nuestro siglo XIX se desarrolla la conciencia obrera y se expresa en organizaciones de importancia, comparte con liberales y republicanos cierta dosis de anticlericalismo. Nada m¨¢s explicable hist¨®ricamente: la instituci¨®n eclesial, que en el antiguo r¨¦gimen hab¨ªa sido poseedora de un medio de producci¨®n como la tierra -explotando as¨ª trabajo humano- y hab¨ªa disfrutado derechos de se?or¨ªo en infinidad de lugares, hab¨ªa cumplido tambi¨¦n la funci¨®n de legitimar el poder. Pero lo original de Espa?a (que entra probablemente en los rasgos espec¨ªficos de su paso del antiguo r¨¦gimen a la sociedad burguesa) es que la Iglesia sigui¨® cumpliendo esa funci¨®n legitimadora del poder de la burgues¨ªa liberal agraria, sobre todo cuando se termina el conflicto de las desamortizaciones y hay una hegemon¨ªa agrario-financiera, columna vertebral del poder durante m¨¢s de medio siglo a partir de C¨¢novas (obs¨¦rvese la diferencia, por ejemplo, con la III Rep¨²blica francesa, en la que la escuela cumple esa funci¨®n legitimadora del poder burgu¨¦s).Sin embargo, la Internacional tuvo mucho cuidado de precisar en Espa?a que consideraba la cuesti¨®n religiosa como un asunto individual (v¨¦ase Manifiesto del Consejo Federal espa?ol, 17-10-1871, y mitin en los Campos El¨ªseos de Madrid). Despu¨¦s ser¨¢ Pablo Iglesias quien aclare que el enemigo del socialismo es el capitalismo y no la religi¨®n.
El pontificado de Le¨®n XIII y su De Rerum Novarum significaron, en el ¨²ltimo decenio del siglo, el intento de cohesionar un paternalismo que cerrase el paso al socialismo; en Espa?a se crearon c¨ªrculos obreros cat¨®licos (por el padre Vicent) y corporaciones cat¨®lico-obreras presididas por patronos y obispos, y en la c¨²spide, el obispo de Madrid-Alcal¨¢, el marqu¨¦s de Comillas (patrono modelo), S¨¢nchez de Toca, el general Azc¨¢rraga, etc¨¦tera. ?Para qu¨¦ seguir?
Con tales m¨¦todos abord¨® dif¨ªcilmente la Iglesia el reto de la sociedad industrial del siglo XX. El paso de los c¨ªrculos a los sindicatos cat¨®licos se hizo esencialmente bajo el modelo de los de Moreda en la Hullera Espa?ola, feudo de Comillas, cuyo hombre de confianza, Carlos Mart¨ªn Alvarez, fue quien redact¨® las Normas de Acci¨®n Cat¨®lica y Social del cardenal primado monse?or Aguirre, en 1910; su prop¨®sito expl¨ªcito era "defender a los trabajadores, adelant¨¢ndose a los enemigos de la religi¨®n y del orden".
Problemas de influencia
Religi¨®n y orden social, he aqu¨ª la identificaci¨®n que impidi¨® a la Iglesia ejercer influencia en la clase obrera de las aglomeraciones industriales. Cuando la crisis estructural espa?ola es ya muy clara, en 1919, la junta central de Acci¨®n Cat¨®lica organiza la Campa?a en favor del orden social y del principio de autoridad. ?Cu¨¢l pod¨ªa ser la audiencia de la Confederaci¨®n Nacional de Obreros Cat¨®licos, creada en 1917, sin escapar al doble control de la jerarqu¨ªa y de la patronal?En cambio, la Iglesia obtuvo un ¨¦xito con los propietarios parcelarios peque?os y medios en la Confederaci¨®n Nacional Cat¨®lico-Agraria, ¨²nica organizaci¨®n capaz de utilizar el sentimiento de propiedad del campesino pobre para lograr la hegemon¨ªa sobre ¨¦l de los grandes propietarios. Hay una apasionante historia de la CNCA (sobre la que J. J. Castillo ha escrito p¨¢ginas muy instructivas) que va desde el segundo decenio del siglo y luego corre de par con la CEDA (no hay que olvidar que Gil Robles era el secretario general de la CNCA en 1930).
Esto nos hace pensar en los a?os-clave de la Rep¨²blica. Todos conocen el rechazo frontal del integrismo tipo Segura, pero menos las instrucciones confidenciales de Pacelli (secretario de Estado del Vaticano) para defender como algo id¨¦ntico "los derechos de la Iglesia y el orden social" (29-4-1931), para la creaci¨®n de Acci¨®n Nacional, luego Acci¨®n Popular, versus CEDA. Mientras la Iglesia movilizaba sus bases sociales de campesinos pobres contra la reforma agraria, perd¨ªa la batalla de las f¨¢bricas y las minas: la transformaci¨®n de los sindicatos cat¨®licos en Confederaci¨®n Espa?ola de Sindicatos Obreros (CESO) no les hizo perder amarillismo ni ganar afiliados.
En estas breves l¨ªneas poco ha de decirse de nuestra guerra (civil y social), en la que los sacerdotes inmolados fueron el precio pagado por el comportamiento de clase de la jerarqu¨ªa durante siglos, y en que un Sumo Pont¨ªfice felicitaba a los vencedores (16-4-1939) como brazo de la Providencia contra "los enemigos de Jesucristo (que) han querido hacer en Espa?a un experimento supremo de las fuerzas disolventes...".
Sin embargo, en el orden sociol¨®gico la Iglesia no es un todo homog¨¦neo; a trav¨¦s de ella pasa la gran contradicci¨®n social que genera la din¨¢mica de la historia. Y as¨ª hubo aquella HOAC y aquella JOC, que, mucho antes de que la jerarqu¨ªa lo viese bien, abrieron sus brazos a todas las corrientes del movimiento obrero en la ¨¦poca dif¨ªcil de la dictadura franquista.
Fue aquello como un nuevo cr¨¦dito obtenido por la Iglesia (al que no fue ajeno el breve, pero rico, pontificado de Juan XXIII). Digamos, sin embargo, que se puede continuar la funci¨®n legitimadora del orden social sin necesidad de seguir legitimando algo tan desgastado hist¨®ricamente como el franquismo en su ¨²ltimo decenio. Adem¨¢s, una instituci¨®n as¨ª tiene una vida propia, unas pautas y unos reflejos que no cambian f¨¢cilmente. El laicismo de nuestra Constituci¨®n (que ¨¦se es el art¨ªculo 17, a pesar de la coletilla de su n¨²mero 3) le resulta a la Iglesia duro de aceptar, as¨ª como la ruptura del nexo con los presupuestos del Estado.
Hoy vivimos una crisis -que no es s¨®lo econ¨®mica- de gran complejidad; incluso en el bloque dominante se buscan ya otros organismos persuasorios o / y legitimadores. Y pudiera la Iglesia caer en la trampa de defender un orden moral al que est¨¢ muy apegada (anti-divorcio, anti-control de la natalidad, ense?anza privada, etc¨¦tera) para, casi sin darse cuenta, deslizarse a defender tambi¨¦n el orden social de la CEOE, de la misma manera que la jerarqu¨ªa se qued¨® titubeando la noche del 23-F (como un mister Haig cualquiera). No deja de ser digno de atenci¨®n que, bas¨¢ndose en cierta interpretaci¨®n de la moral, los prelados hayan aconsejado, de manera indirecta, que no se vote m¨¢s all¨¢ de la UCD hacia mano izquierda. Sabemos que la l¨ªnea divisoria entre el porvenir y el pasado pasa por el seno mismo de la Iglesia. Que los trabajadores espa?oles sean religiosos o dejen de serlo no es nuestro tema; pero no ser¨ªa l¨®gico lamentarse de la "descristianizaci¨®n del mundo obrero", si no se termina con esa injerencia en la vida socio-pol¨ªtica espa?ola que ya tiene una historia de demasiados siglos.
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