Preguntas ante el nuevo mapa pol¨ªtico
Los resultados electorales del 28 de octubre abren una serie de interrogantes que apasionan o, cuando menos, interesan a la opini¨®n p¨²blica de modo inmediato. La sacudida en el sistema de partidos ha sido tan fuerte que muchos se preguntan con justeza ante qu¨¦ tipo de cambio estamos. Esta pregunta se desdobla en varias subcuestiones, a saber, si ha cambiado el Gobierno o, como algunos apuntan, ha cambiado el sistema; si estamos ya ante un sistema bipartidista llamado a consolidarse y en el que encuentran expresi¨®n pol¨ªtica adecuada las aspiraciones de la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles, y si queda, por ¨²ltimo, alg¨²n papel que jugar al centrismo en sucesivas confrontaciones, o si su papel hist¨®rico se ha agotado con el fin de la transici¨®n que protagoniz¨®.Creo que es el momento de enfrentarse a esas preguntas, fuera ya del apasionamiento de la campa?a electoral, sine ira et studio. Y lo primero que hay que disipar es la tentaci¨®n simplificadora. En la que, a mi juicio, han incurrido tanto quienes dan ya por cristalizado el sistema de partidos que emerge de la pasada consulta (hasta el a?o 2000, ha dicho Verstrynge) cuanto quienes ven desde ya un amplio hueco electoral para el maltrecho centrismo, al que consideran infrarrepresentado en estas nuevas Cortes (por ejemplo, Garrigues, que public¨® un animoso trabajo en Abc el propio d¨ªa 29).
Pero vayamos con las cuestiones. De entrada, hay que decir que el contenido de las respuestas no puede sino incorporar una cierta carga conjetural. En efecto, el cambio se demuestra andando, y en esta hora las declaraciones de los nuevos responsables no pasan -como es natural- de meras manifestaciones de buenos prop¨®sitos. Sin embargo, hay consecuencias derivadas de la pura aritm¨¦tica electoral que ya permiten algunas conclusiones.
Respecto al cambio de Gobierno o cambio de sistema, desde luego, lo que ha cambiado es el sistema de Gobierno. No es un juego de palabras. La holgada mayor¨ªa que el PSOE ha ganado en ambas C¨¢maras permite el desarrollo -sin concesiones y sin pretextos- de un programa de Gobierno. Esto, que no result¨® posible a los sucesivos Gobiernos minoritarios de UCD, tiene enormes consecuencias, a cuyo despliegue asistiremos en los pr¨®ximos meses. Desde luego, el estilo consensualista y concurrencial que ha marcado -positiva y negativamente- las dos legislaturas democr¨¢ticas, no va a estar presente en ¨¦sta que ahora inauguramos.
Se escuchan en estos d¨ªas consejos al PSOE sobre a qui¨¦n debe mirar para gobernar: seg¨²n unos -entre ellos los propios l¨ªderes del PSOE- debe atender a toda la sociedad; seg¨²n otros, sus votantes ser¨ªan la referencia de, la acci¨®n de gobierno. Cuesti¨®n mal planteada, a mi entender. El Gobierno socialista no debe mirar a unos ni a otros, sino a su propio programa electoral. En pura teor¨ªa democr¨¢tica, la ¨²nica respuesta satisfactoria es el cumplimiento cabal y exacto de las l¨ªneas program¨¢ticas con que el PSOE ha pedido y obtenido la confianza de los espa?oles. Otro curso de acci¨®n ser¨ªa desnaturalizador de la misma entra?a del proceso electoral, como proceso de agregaci¨®n de preferencias sobre la conducci¨®n de los asuntos p¨²blicos.
Bipartidismo o partido predominante
La segunda cuesti¨®n, sobre el bipartidismo, tampoco admite una respuesta simple. Es cierto que entre el PSOE y AP suman m¨¢s del 70% de los votos expresados y casi el 90% de los esca?os. Pero tanto o m¨¢s importante que esa verificaci¨®n es la de que el PSOE dobla pr¨¢cticamente a su inmediato seguidor en esca?os y le rebasa en m¨¢s de cuatro millones de votos populares. No estamos ante un bipartidismo cl¨¢sico, sino ante una situaci¨®n que puede llegar a configurarlo o no. Claramente, esta situaci¨®n puede devenir en una de partido predominante o en una de bipartidismo, que exige la alternancia entre los dos partidos (o, como se?ala Sartori, su expectativa cierta al menos). Que ello sea de una forma o de otra depende de c¨®mo jueguen su juego unos y otros. En este sentido, las preguntas m¨¢s relevantes ser¨ªan: ?Puede el PSOE alimentar pol¨ªticamente un electorado tan heterog¨¦neo como -seg¨²n el puro an¨¢lisis ecol¨®gico- constituyen sus diez millones de votantes? Eliminada UCD como vivero de votos, ?cabe el swing en proporciones masivas entre PSOE y AP? Por otro lado, ?podr¨¢ AP compatibilizar las aspiraciones de su electorado m¨¢s derechista con la competencia centr¨ªpeta, que tiene que sostener con el PSOE si quiere llegar a gobernar? No creo que nadie est¨¦, hoy por hoy, en condici¨®n de dar respuesta s¨®lida a estos interro-
Pasa a la p¨¢gina 10
Viene de la p¨¢gina 9
gantes y, por tanto, el bipartidismo no est¨¢ cantado. Me viene ahora a la memoria la alegr¨ªa con que polit¨®logos, pol¨ªticos y periodistas saludaron en 1979 la cristalizaci¨®n del bipartidismo imperfecto que: se dibujaba en la competencia UCD-PSOE. No hay por qu¨¦ presumir mayor solvencia a las, afirmaciones que ahora se hacen sobre la vigencia de este nuevo bipartidismo.
Caminos de ida y vuelta
Queda, por ¨²ltimo, la cuesti¨®n del centrismo y su superviviencia. Pregunta no independiente de las anteriores y cuya respuesta pende no s¨®lo de lo que pueda hacer el centrismo parlamentario desde su fuerza casi residual, sino, en gran parte, del comportamiento de los dos principales actores del sistema: el socialismo en el poder y la derecha en la oposici¨®n. El descalabro sufrido por UCD y CDS tiene mucho de espec¨ªfico, aunque no es -contra lo que persona tan erudita como Fraga ha dicho- un caso ¨²nico en la ciencia pol¨ªtica comparada. Incluso hay casos en la historia contempor¨¢nea de fracasos mayores y, lo que es m¨¢s sorprendente, de renacimientos: en Turqu¨ªa, el partido de Ismet In?n¨¹, el Partido Republicano Popular, obtuvo en las primeras elecciones de la posguerra (1946) el 84,9% de los votos; descendi¨® al 14,2% en 1950, y al 5,7% en 1954; en 1961 lleg¨® al 38,4%, y en 1977 alcanzaba el 47,3%. Hay, como se ve, caminos de ida y vuelta.
Pero esto no es Turqu¨ªa y el ejemplo por s¨ª mismo nada dice sobre la posibilidad concreta que aqu¨ª se dilucida. La cuesti¨®n, aqu¨ª y ahora, es la de si el 28 de octubre los electores castigaron unas trayectorias personales y unas formas de gobernar, o bien descartaron unas ideas. En otros t¨¦rminos, la cuesti¨®n est¨¢ en saber si Alianza Popular puede representar a todo aqu¨¦l que no se siente socialista, y si el PSOE puede mantener indefinidamente un apoyo social extenso entre las clases medias progresistas. Y la respuesta no es f¨¢cil. En primer lugar, hay que decir que la ecolog¨ªa del voto de UCD en esta ocasi¨®n revela que ha sido un voto de inercia y clientela mucho m¨¢s que un voto ideol¨®gico. Por tanto, el mill¨®n y medio largo de votos conseguidos por UCD no son el fundamento de su eventual resurrecci¨®n electoral. En segundo lugar, hay que advertir que en gran parte ser¨¢n las pol¨ªticas respectivas del PSOE y AP las que determinen la amplitud o estrechez del vac¨ªo de representaci¨®n que el vigente sistema de partidos genera.
Con estas cautelas se puede, sin embargo, aventurar que alg¨²n hueco se va a crear. Es muy dif¨ªcil que, en la pr¨¢ctica, las pol¨ªticas socialistas le permitan consolidarse como el catch-allparty en que sus diez millones de votos le convierten por el momento. Es igualmente dif¨ªcil que AP pueda cohonestar duraderamente los intereses y las ideas de reaccionarios, conservadores y liberales que hace unos d¨ªas la han votado masivamente.
Eso no quiere decir que a partir de ahora se abra un saco en el que, sin m¨¢s, van a caer como fruta madura votos desencantados de la derecha y de la izquierda. El saco se abrir¨¢, dadas unas condiciones, si existe en el espacio ideol¨®gico del centro (liberal y dem¨®crata de inspiraci¨®n cristiana) el talento pol¨ªtico para organizar de abajo arriba una oferta atractiva y si se sabe articularla con un trabajo de base en el tejido social. Esa tarea oscura y dif¨ªcil de vindicaci¨®n del centrismo dar¨¢ la medida del temple humano y la capacidad pol¨ªtica de quienes siguen creyendo en unos ideales y en su virtualidad para organizar la convivencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.