Gobierno y partido
Alfonso Guerra acaba de dejar claro uno de los matices m¨¢s delicados de la futura pol¨ªtica espa?ola: el Gobierno no puede depender del partido en el poder. En esta distinci¨®n se encuentra exactamente el sentido ¨²ltimo de la democracia como poder racionalizado. La identificaci¨®n / confusi¨®n Gobierno / partido ha sido muy frecuente en nuestra Historia. As¨ª, se dijo durante muchos a?os: "`Gobiernan los conservadores" o "gobiernan los liberales". Y este plural supon¨ªa impl¨ªcitamente que gobernaba todo el partido, no s¨®lo el Gabinete, y, por a?adidura, todos los afiliados y afines, que se sent¨ªan gobernantes en la calle, y por eso se ha podido decir que cada espa?ol lleva dentro un arbitrista. Todo partido pol¨ªtico, no nos enga?emos, lleva en s¨ª el germen y la tendencia de partido ¨²nico. Toda dictadura engendra un partido ¨²nico, no s¨®lo por articular o decorar de alguna manera la mera fuerza, sino por la tendencia del partido favorecido -el fascista con Mussolini, el comunista con Stalin- a erigirse en ¨²nico. De modo que Alfonso Guerra ha dicho una de las pocas cosas inteligentes que hemos o¨ªdo en estas elecciones.El Gobierno no puede estar sentado en una habitaci¨®n esperando lo que decidan los jefes del partido en la habitaci¨®n de al lado.
Todav¨ªa hemos asistido a la angulaci¨®n delirante partido / Gobierno cuando Landelino Lavilla, como presidente de UCD, asumi¨® poderes propios del presidente del Gobierno. Este incesto pol¨ªtico s¨®lo pod¨ªa resolverse con el hundimiento en seco del Titanic / UCD.
Los socialistas tienen cien mil afiliados y casi diez millones de votantes. Esto deja claro que no pueden gobernar en nombre de los afiliados, sino de los votantes. Cuando un partido, siempre minoritario respecto de la poblaci¨®n (aunque sea triunfador en unas elecciones), gobierna en nombre de s¨ª mismo, asistimos a la curiosa figura pol¨ªtica de la dictadura dentro de la democracia.
Mitterrand, elegido presidente socialista por una Francia que est¨¢ muy lejos -en costumbres, usos y consumos- del socialismo, ha seguido la t¨¢ctica de gobernar desde el partido m¨¢s que desde el Gobierno. Dir¨ªamos que se ha equivocado. Esto es lo que nuestra derecha / derecha ha llamado rudamente mitterrandismo, como sin¨®nimo (aunque no hayan sido capaces de expresarlo tan claro) de dictadura democr¨¢tica o democracia presidencializada. E, importada la palabra, en seguida se estableci¨® el paralelismo con Felipe Gonz¨¢lez. Alfonso Guerra ha dejado claro, primero en la televisi¨®n y luego en Sevilla, que los socialistas espa?oles procurar¨¢n evitar ese error. No hay un crep¨²sculo de las ideolog¨ªas, como nos aleccionara don Gonzalo, sino unos partidos crepusculares que son los administradores y derechohabientes de la libertad que disfruta todo el mundo de tener ideas. Espa?a, que ha sido precursora y protom¨¢rtir de tantas cosas en la Historia de Europa (incluso del ensayo de contienda revoluci¨®n / contrarrevoluci¨®n: tres a?os), ilustra ahora con toda evidencia una proclividad mundial: en plena crisis de los partidos, vota m¨¢s gente que nunca. Los verdes alemanes, los ¨¢cratas franceses, los radicales italianos, son gentes que quieren acortar la distancia entre el ciudadano y el poder. Los vectores de la cosa p¨²blica son cada vez menos los partidos. Volviendo a la distinci¨®n inicial, el Gobierno administra el poder y el partido monopoliza el poder.
Esta figura pol¨ªtica de la dictadura dentro de la democracia se evita de dos maneras: autonomizando al Gobierno respecto del partido y reforzando esa autonom¨ªa mediante la incrustaci¨®n de independientes, t¨¦cnicos y hombres p¨²blicos. Toda una utop¨ªa, claro, porque a medida que el Gobierno / partido sea m¨¢s abierto, poroso y receptivo, la oposici¨®n ser¨¢ m¨¢s berroque?a, agresiva y partidista. Y leal, por supuesto.
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