El Papa vuelve a condenar en Loyola el terrorismo
No hay pancartas en Loyola, que est¨¢n prohibidas, ni apenas gritos: silencio y un sol t¨ªmido y friolento abri¨¦ndose paso entre las nubes. El Papa habla dio la violencia: "Quer¨ªa decirles con afecto y firmeza -y mi voz es la de quien ha sufrido personalmente la violencia- que reflexionen en su camino, que no dejen instrumentalizar su eventual generosidad y su altruismo. La violencia no es un medio de construcci¨®n, ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica". Y sigue, "una vez m¨¢s, repito que el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero proh¨ªbe buscar soluciones por caminos de odio y de muerte".
Qu¨¦ jornada agotadora: el d¨ªa empez¨® muy pronto para algunos. De madrugada, La¨ªna sali¨® escopeteado hacia Loyola: hab¨ªa problemas, problemas que retuvieron los helic¨®pteros de los periodistas, e incluso el del. Papa, que lleg¨® al acto con 45 minutos de retraso. Todo estaba organizado magn¨ªficamente: la polic¨ªa aut¨®noma, embutida en sus uniformes de rojo estrepitoso, bordeaba el recorrido hasta la puerta principal de la bas¨ªlica, en donde Garaikoetxea har¨ªa las presentaciones oficiales, todo con m¨²sica de txistus, antes de entrar en el recinto.Pero los problemas descoyuntaron el protocolo: a las ocho y pico de la ma?ana, por enigm¨¢ticas causas t¨¦cnicas. La recepci¨®n oficial tuvo que trasladarse a toda prisa hacia la otra esquina del recinto. Aterrizamos los periodistas, y en el controlado descontrol -centenares de polic¨ªas por todas partes- no saben muy bien qu¨¦ hacer con nosotros: en la nueva pista de aerrizaje no hay tribuna para Prensa. Caminamos sin saber muy bien hacia donde y de pronto chocamos con Garaikoetxea y las fuerzas vivas. Y al instantes, los pumas rugen sobre nuestras cabezas, y aterriza. el Papa.
Los helic¨®pteros levantan una polvareda infernal. Las fuerzas vivas, alineadas con sus trajes de gala -est¨¢ Laina y Aramburu Topete- desaparecen en el improvisado sim¨²n. Cuando el aire se aclara, las autoridades, lagrimeantes, se sacuden los unos a los otros las hombreras y solapas de sus trajes azul marino. Hay una confusi¨®n considerable. Pero el Papa desciende, y Garaikoetxea, apoy¨¢ndose levemente en su bast¨®n de mando, le acompa?a hasta el recinto. All¨ª, el Gobierno vasco tiene una zona reservada, netamente diferenciada de la tribuna de las autoridades del Gobierno central, en donde est¨¢n Marcelino Oreja y M¨²gica. Y ante el Lendakari y su esposa, dos reclinatorios almohadillados en rojo profundo, que destacan ampulosamente en el campestre recinto.
El presentador es el obispo de la di¨®cesis de San Sebasti¨¢n, Seti¨¦n, que hace un discurso biling¨¹e y breve. Seti¨¦n es un religioso particularmente activo que redact¨® en 1980 una interesante ponencia sobre la situaci¨®n de la Iglesia en su di¨®cesis.
"Se puede detectar claramente el alejamiento y desvinculaci¨®n casi masiva de las generaciones j¨®venes, de veinte a cuarenta a?os", dice en uno de los puntos del documento. Y est¨¢ en lo cierto: en la gira del Papa hay infinidad de ni?os, multitud de ancianos, una barbaridad de padres y madres de familia, mesnadas de adolescentes. Pero se advertie el vac¨ªo de esa franja biogr¨¢fica, la escasa asistencia de personas entre los veinte y los cuarenta.
Y alguien del servicio de orden comenta la causa de los problemas t¨¦cnicos, del retraso en el viaje, de la precipitada llegada de La¨ªna: dice que los perros polic¨ªas, adiestrados en descubrir Goma 2 por el olor, se han pegado a algunos de los postes del recinto, largas varas de las que cuelgan los, altavoces
El hurac¨¢n, en Javier
De Loyola a Javier, en un vuelo sobre monta?as calinosas, con vientos fort¨ªsimos. Los chinook de los periodistas se zarandean en el aire locamente. La tripulaci¨®n de los helic¨®pteros aseguran que es uno de los viajes peores que han hecho en su vida. Los cardenales, que nos siguen en otro chinook, suelen aprovechar los viajes para rezar: es de suponer que ahora estar¨¢n orando doblemente. "Yo lo siento por el Papa", comenta un militar.
El Papa, en su Puma, ha de moverse a¨²n m¨¢s, al ser el aparato m¨¢s peque?o. Llegamos a Javier retorcidos y mareados. El lugar est¨¢ abarrotado: miles de banderas y pa?uelos rojos dibujan en el acto un festivo ambiente a lo San Ferm¨ªn. Muchas pancartas de Univ, un patrocinamiento del Opus. Y el monumento, tan perfecto y recortado en el cielo como un decorado teatral, como el castillo de Herodes de los belenes. El animador de Javier tiene connotaciones l¨ªricas: "Dejemos sueltos los corazones, vamos a permanecer en silencio, porque este es un momento altamente eclesial". Anuncia la cuenta atr¨¢s de la llegada de Juan Pablo II, y en una pasajera ofuscaci¨®n, hija del embeleso dice: "Vamos a prepararnos para recibir a san Francisco, digo, perd¨®n, a su Santidad el Papa". Han colocado una tribuna simpl¨ªsima: un peque?o estrado, un palio de seda blanca y oro, un sill¨®n. Todo en el borde exterior de la muralla, all¨ª donde azotan m¨¢s los vientos. Y a estas alturas, el soplido es casi de hurac¨¢n. Llega Juan Pablo II, se instala bajo el palio. Est¨¢ enormemente cansado, pero primero ha de escuchar la presentaci¨®n obispal, y, despu¨¦s, recibir la medalla de oro de la Diputaci¨®n.
"El excelent¨ªsimo se?or presidente de la excelent¨ªsima Diputaci¨®n Foral va a hablar", dice el animador. Y el doblemente excelent¨ªsimo habla. Hace un fr¨ªo espantoso y el Papa se arrebuja en su capa, que ondea con la ventolera. Despu¨¦s inicia su homil¨ªa, salt¨¢ndose algunos p¨¢rrafos: el ruido del palio, aleteando, se cuela por el micro.
Encuentro con los enfermos
Casi sin comer y, desde luego, sin descansar, se llega a Zaragoza: el primer acto es el encuentro con los enfermos. Una explanada cuadrangualar y un animador exorbitante: no he visto hombre mas retumbante y clamoroso. En primer lugar, y con la voz quebrada de emoci¨®n, anuncia la entrada en el recinto de "los periodistas internacionales que acaban de llegar ?Un aplauso para eelloooos!" En su briosa desmesura, lanza un viva por "nuestros enfermos llenos de salud". Es todo un espect¨¢culo, un sutil muestrario de ardientes inflexiones. Dicen que lleva as¨ª horas. Es un personaje delicioso. Mientras los enfermos y ancianos esperan pacientemente, envueltos en mantas, al lado, en el estadio de la Romareda han metido a 50.000 ni?os menores de 14 a?os: el Papa da una vuelta al campo salund¨¢ndolos y los chavales le cantan una cosa titulada Qu¨¦date con nosotros. Despu¨¦s, la homil¨ªa de los enfermos. Y luego ir¨¢ en romer¨ªa al Pilar, para cerrar con el rezo del rosario este dia exageradamente largo.
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