Discurso sobre las ra¨ªces cristianas de Europa
Durante el acto europe¨ªsta celebrado ayer por la tarde en la catedral de Santiago, el Papa pronunci¨® un discurso en el que hizo un llamamiento a reencontrar las ra¨ªces cristianas de Europa, el continente que, dijo Karol Wojtyla, m¨¢s ha hecho por el desarrollo del mundo. En este acto se encontraban presentes representaciones de organismos europeos y conferencias episcopales. El texto del discurso es el siguiente:"Majestades, excelent¨ªsimos e ilustr¨ªsimos se?ores, se?oras, hermanos: Al final de mi peregrinaci¨®n por tierras espa?olas me detengo en esta espl¨¦ndida catedral, tan estrechamente vinculada al ap¨®stol Santiago y ala fe de Espa?a. Permitidme que ante todo agradezca vivamente a su majestad el Rey las significativas palabras que me ha dirigido al principio de este acto.
Este lugar, tan querido para los gallegos y espa?oles todos, ha sido en el pasado un punto de atracci¨®n y de convergencia para Europa y para toda la cristiandad. Por eso he querido encontrar aqu¨ª a distinguidos representantes de organismos europeos, de los obispos y organizaciones del continente. A todos dirijo mi deferente y cordial saludo, y con vosotros quiero reflexionar esta tarde sobre Europa.
Mi mirada se extiende en estos instantes sobre el continente europeo, sobre la inmensa red de v¨ªas de comunicaci¨®n que unen entre s¨ª a las ciudades y naciones que lo componen, y vuelvo a ver aquellos caminos que, ya en la Edad Media, han conducido y conducen a Santiago de Compostela -como lo demuestra el A?o Santo que se celebra este a?o innumerables masas de peregrinos, atra¨ªdas por la devoci¨®n del ap¨®stol.
Desde los siglos XII y XIII, bajo el impulso de los monjes de Cluny, los fieles de todos los rincones de Europa acuden cada vez con mayor frecuencia hacia el sepulcro de Santiago, alargando hasta el considerado finis terrae de entonces aquel c¨¦lebre camino de Santiago por el que los espa?oles ya hab¨ªan peregrinado. Y hallando asistencia y cobijo en figuras ejemplares de caridad, como santo Domingo de la Calzada y san Juan Ortega, o en lugares como el santuario de la Virgen del Camino.
Aqu¨ª llegaban de Francia, Italia, Centroeuropa, los pa¨ªses n¨®rdicos y las naciones eslavas cristianos de toda condici¨®n social, desde los reyes a los m¨¢s humildes habitantes de las aldeas; cristianos de todos los niveles espirituales, desde santos como san Francisco de As¨ªs y santa Br¨ªgida de Suecia (por no citar otros espa?oles) a los pecadores p¨²blicos en busca de penitencia.
Europa entera se ha encontrado a s¨ª misma alrededor de la memoria de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homog¨¦neo y unido espiritualmente. Por ello mismo, Goethe insinuar¨¢ que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando.
La peregrinaci¨®n a Santiago fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensi¨®n mutua de pueblos europeos tan diferentes como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinaci¨®n acercaba, relacionaba y un¨ªa entre s¨ª a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidas por la predicaci¨®n de los testigos de Cristo, abrazaban el Evangelio y contempor¨¢neamente, se puede afirmar, surg¨ªan como pueblos y naciones.
La historia de la formaci¨®n de las naciones europeas va a la par con su evangelizaci¨®n, hasta el punto de que las fronteras europeas coinciden con las de la penetraci¨®n del Evangelio. Despu¨¦s de veinte siglos de historia, no obstante los conflictos sangrientos que han enfrentado a los pueblos de Europa, y a pesar de las crisis espirituales que han marcado la vida del continente -hasta poner a la conciencia de nuestros tiempo graves interrogantes sobre su suerte futura-, se debe afirmar que la identidad europea es incomprensible sin el cristianismo, y que precisamente en ¨¦l se hallan aquellas ra¨ªces comunes de las que ha madurado la civilizaci¨®n del continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansi¨®n constructiva tambi¨¦n en los dem¨¢s continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria.
Y todav¨ªa en nuestros d¨ªas, el alma de Europa permanece unida porque, adem¨¢s de su origen com¨²n, tiene id¨¦nticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, del esp¨ªritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperaci¨®n y de paz, que son notas que la caracterizan.
Dirijo mi mirada a Europa como el continente que m¨¢s ha contribuido al desarrollo del mundo, tanto en el terreno de las ideas como en el del trabajo, en el de las ciencias y las artes. Y mientras bendigo al Se?or por haberlo iluminado con su luz evang¨¦lica desde los or¨ªgenes de la predicaci¨®n apost¨®lica, no puedo silenciar el estado de crisis en que se encuentra, al asomarse al tercer milenio de la era cristiana.
Hablo a representantes de organizaciones nacidas para la cooperaci¨®n europea y a hermanos en el episcopado de las distintas iglesias locales de Europa. La crisis alcanza la vida civil como la religiosa. En el plano civil, Europa se encuentra dividida. Unas fracturas innaturales privan a sus pueblos del derecho de encontrarse todos rec¨ªprocamente en un clima de amistad, y de aunar libremente sus esfuerzos y creatividad al servicio de una convivencia pac¨ªfica, o de una contribuci¨®n solidaria a la soluci¨®n de problemas que afectan a otros continentes. La vida civil se encuentra marcada por las consecuencias de ideolog¨ªas secularizadas, que van desde la negaci¨®n de Dios o la limitaci¨®n de la libertad religiosa, a la que preponderan importancia atribuida al ¨¦xito econ¨®mico respecto a los valores humanos del trabajo y de la producci¨®n; desde el materialismo y el hedonismo, que atacan los valores de la familia prol¨ªfica y unida, los de la vida reci¨¦n concebida y la tutela moral de la juventud, a un nihilismo que desarma la voluntad de afrontar problemas cruciales como los de los nuevos pobres, emigrantes, minor¨ªas ¨¦tnicas y religiosas, recto uso de los medios de informaci¨®n, mientras arma las manos del terrorismo.
Europa est¨¢ dividida en el aspecto religioso: no tanto ni principalmente por raz¨®n de las divisiones sucedidas a trav¨¦s de los siglos, cuanto por la defecci¨®n de bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe y del vigor doctrinal y moral que esa visi¨®n cristiana de la vida, que garantiza equilibrio a las personas y comunidades.
Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la naci¨®n polaca, que se ha considerado siempre europea, por sus or¨ªgenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales, eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; yo, sucesor de Pedro en la sede de Roma, una sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusi¨®n del cristianismo en todo el mundo. Yo, obispo de Roma y pastor de la Iglesia universal, desde Santiago te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. S¨¦ t¨² misma. Descubre tus valores. Aviva tus ra¨ªces. Revive aquellos valores aut¨¦nticos, que hicieron gloriosa tu historia y beneficia tu presencia en los dem¨¢s continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al C¨¦sar lo que es del C¨¦sar y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles con secuencias negativas. No te deprimas por la p¨¦rdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. T¨² puedes ser todav¨ªa faro de civilizaci¨®n y est¨ªmulo de progreso para el mundo. Los dem¨¢s continentes te miran y esperan tambi¨¦n de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: "Lo puedo".
Si Europa es una, y puede serlo con el debido respeto a todas sus diferencias, incluidas las de los diversos sistemas pol¨ªticos; si Europa vuelve a pensar en la vida social, con el vigor que tienen algunas afirmaciones de principio, como las contenidas en la Declaraci¨®n Universal de los Derechos del Hombre, en el acta final de la Conferencia para la Seguridad y Cooperaci¨®n en Europa; si Europa vuelve a actuar, en la vida espec¨ªficamente religiosa, con el debido conocimiento y respeto a Dios, en el que se basta todo el derecho y toda la justicia; si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salv¨ªfico los vastos campos de la cultura, de la civilizaci¨®n y del desarrollo, su futuro no estar¨¢ dominado por la incertidumbre y el temor, antes bien se abrir¨¢ a un nuevo per¨ªodo de vida, tanto interior como exterior, ben¨¦fico y determinante para el mundo, amenazado constantemente por las nubes de la guerra y por un posible cicl¨®n de holocausto at¨®mico.
En estos instantes vienen a mi mente los nombres de grandes personalidades: hombres y mujeres que han dado esplendor y gloria a este continente por su talento, capacidad y virtudes. La lista es tan numerosa entre los pensadores, cient¨ªficos, artistas, exploradores, inventores, jefes de Estado, ap¨®stoles y santos, que no permite abreviaciones. Estos constituyen un estimulante patrimonio de ejemplo y confianza. Europa tiene todav¨ªa en reserva energ¨ªas humanas incomparables, capaces de sostenerla en esta hist¨®rica labor de renacimiento continental y de servicio a la humanidad.
Me es grato recordar ahora con sencillez la fuerza de esp¨ªritu de Teresa de Jes¨²s, cuya memoria he querido especialmente honrar durante este viaje, y la generosidad de Maximiliano Koibe, m¨¢rtir de la caridad en el campo de concentraci¨®n de Auschwitz, al que recientemente he proclamado santo.
Pero merecen particular menci¨®n los santo Benito de Nursia y Cirilo y Metodio, patronos de Europa. Desde los primeros d¨ªas de mi pontificado, no he dejado de subrayar mi solicitud por la vida de Europa, y de indicar cu¨¢les son las ense?anzas que provienen del esp¨ªritu y acci¨®n del "patriarca de Occidente" y de los "dos hermanos griegos", ap¨®stoles de los pueblos eslavos.
Benito supo aunar la romanidad con el Evangelio, el sentido de la universalidad y del derecho con el valor de Dios y de la persona humana. Con su conocida frase "Ora et labora" ("Reza y trabaja"), nos ha dejado una regla v¨¢lida a¨²n hoy para el equilibrio de la persona y de la sociedad, amenazadas por el prevalecer de tener sobre el ser.
Los santos Cirilo y Metodio supieron anticipar algunas conquistas, que han sido asumidas plenamente por la Iglesia en el Concilio Vaticano II, sobre la inculturaci¨®n del mensaje evang¨¦lico en las respectivas civilizaciones, tomando la lengua, las costumbres y el esp¨ªritu de la estirpe con toda la plenitud de su valor.
Y esto lo realizaron en el siglo IX, -,con la aprobaci¨®n y el apoyo de la sede apost¨®lica dando lugar as¨ª a aquella presencia del cristianismo entre los pueblos eslavos, que permanece todav¨ªa hoy insuprimible, a pesar de las actuales vicisitudes contingentes. A los tres patronos de Europa he dedicado peregrinaciones, discursos, documentos pontificios y culto p¨²blico, implorando sobre el continente su protecci¨®n, y mostrando a la vez su pensamiento y su ejemplo a las nuevas generaciones.
La Iglesia es adem¨¢s consciente del lugar que le corresponde en la renovaci¨®n espiritual y humana de Europa. Sin reivindicar ciertas posiciones que ocup¨® en el pasado y que la ¨¦poca actual ve como totalmente superadas, la misma Iglesia se pone al servicio, como Santa Sede y como comunidad apost¨®lica, para contribuir a la consecuci¨®n de aquellos fines que procuren un aut¨¦ntico bienestar material, cultural y espiritual a las naciones. Por ello, tambi¨¦n a nivel diplom¨¢tico, est¨¢ presente por medio de sus observadores en los diversos organismos comunitarios no pol¨ªticos; por la misma raz¨®n mantiene relaciones diplom¨¢ticas, lo m¨¢s extensas posible, con los Estados; por el mismo motivo ha participado, en calidad de miembro, en la Conferencia de Helsinki y en la firma d¨¦ su importante Acta Final, as¨ª como en las reuniones de Belgrado y de Madrid; esta ¨²ltima, reanudada hoy, y para la que formulo los mejores votos en momentos no f¨¢ciles para Europa.
Pero es la vida eclesial la que es llamada principalmente en causa, con el fin de continuar dando un testimonio de servicio y de amor, para contribuir a la superaci¨®n de las actuales crisis del continente, como he tenido ocasi¨®n de repetir recientemente en el simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas.
La ayuda de Dios est¨¢ con nosotros. La oraci¨®n de todos los creyentes nos acompa?a. La buena voluntad de muchas personas desconocidas, art¨ªfices de paz y de progreso, est¨¢ presente en medio de nosotros, como una garant¨ªa de que este mensaje dirigido a los pueblos de Europa va a caer en un terreno f¨¦rtil.
Jesucristo el Se?or de la historia, tiene abierto el futuro a las decisiones generosas y libres de todos aquellos que, acogiendo la gracia de las buenas inspiraciones, se comprometen a una acci¨®n decidida por la justicia y la caridad, en el marco de] pleno respeto a la verdad y la libertad.
Encomiendo estos pensamientos a la Sant¨ªsima Virgen, para que los bendiga y haga fecundos, y recordando el culto que se da a la Madre de Dios en los numerosos santuarios de Europa, desde F¨¢tima a Ostra Brama, de Loreto a Czestochowa, le pido que acoja las plegaria de tantos corazones, para que el bien contin¨²e siendo una gozosa realidad en Europa y Cristo tenga siempre unido nuestro continente a Dios".
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