Despu¨¦s del viaje
JUAN PABLO II volvi¨® ayer desde Santiago de Compostela, antaf¨ªo punto extremo de la cristiandad, a su sede de Roma, tras diez jornadas en nuestro pa¨ªs durante las cuales c:ruz¨® lo ancho y largo de la geograria espa?ola y pronunci¨® medio centenar de discursos. En Espa?a el Papa ha hablado mucho y para todos los gustos, obede,ciendo lo mismo a la pluralidad de auditorios que a la complejidad de su mundo mental. Pero, ?existe en Espa?a alg¨²n grupo humano que se identifique de veras con el conjunto del mensaje wojtyliano, al margen las declaraciones m¨¢s o menos encendidas de adhesi¨®n incondicional?No parece f¨¢cil la respuesta. Y no hablamos, como es obvio, de personas individuales, sino de asociaciones o grupos rn¨¢s o menos representativos que operan en la vida de? pa¨ªs. Quienes suspiraron de alegr¨ªa cuando Karol Wojtyla hablaba desde el altar de la Castellana contra la permisividad sexual, el divorcio o el aborto, son en gran parte parientes sociol¨®gicos de quienes boicotearon en la pasada legislatura la ley de incompatibilidades, con la que hubieran, sin embargo, tenido que obedecer a la renuncia. del doble empleo, que el Papa ped¨ªa en Barcelona. Y los que est¨¢n dispuestos a repartir distributivamente la escasez del mercado de trabajo, se habr¨¢n sentido reconfortados con la invitaci¨®n papal a reformar el orden econ¨®mico, empezando por una planificaci¨®n global de la econom¨ªa. Pero no estar¨¢n dispuestos a aceptar que la m,oral del Estado est¨¦ dictada por la Iglesia cat¨®lica. Tampoco es f¨¢cil dar con un colectivo que aplauda la reforma agraria, propiciada en Sevilla, y comulgue, al mismo tiiempo, con el confesionalismo a ultranza en la escuela.
Hoy por hoy, no existe en Espaf¨ªa un sujeto sociol¨®gico que haga suyas todas las doctrinas del Papa. Y ¨¦ste es, parad¨®gicamente, el nervio del pontificado de Juan Pablo II: Karol Wojtyla quiere crear ese sujeto. No s¨®lo por su formi, tambi¨¦n por su finalidad, los viajes de Juan Pablo II responden a una modema y original especie de lo que podr¨ªa'definirse, desde esp¨ªritus laicos, como una campa?a electoral, y desde esp¨ªritus cat¨®licos, como una campa?a de apostolado.
Las constantes referencias de Wojtyla a la tradici¨®n cristiana,, al Siglo de Oro espa?ol y sus gestas, no parecen as¨ª exclusivos artilugios ret¨®ricos, sino que m¨¢s bien expresar el modo de sociedad que el actual Papa quisiera actualizar: la respublica christiana. El "no tem¨¢is" que incesantemente dirige a los obispos, un tanto replegados sobre s¨ª mismos tras el envite de la moderna secularizaci¨®n, refleja el car¨¢cter p¨²blico y social de este pontificado que no pretende encerrarse en la sacrist¨ªa, sino llegar a los problemas econ¨®micos (discursos de Barcelona y Sevilla) y antropol¨®gicos (Facultad de Derecho de Madrid). Quiz¨¢ haya sido en Toledo donde m¨¢s claramente expuso su voluntad de crear con los cat¨®licos algo as¨ª como un movimiento social cristiano. Para darle forma ha ido desgranando una coherente estrategia de conjunto: primero hay que lograr una cohesi¨®n disciplinar y doctrinal de la misma Iglesia (discursos a los'sacerdotes, en Valencia y a los religiosos, en Loyola); luego hay que consolidar el ¨¢mbito familiar cristiano (homil¨ªa de la Castellana), la escuela (Granada y Palacio de los Deportes) y movilizar a lajuventud (Bernab¨¦u), sin olvidar una vieja reivindicaci¨®n de la Iglesia: ofrecerse como tutora de la moral p¨²blica en nombre de un denominado derecho natural, que ella regenta.
En un pa¨ªs como Espa?a, de cuya memoria no se ha borrado la experiencia del nacionalcatolicismo, estas actitudes papales evocan recuerdos superados y que en cierta forma se ligan a la historia reciente de divisiones entre espa?oles. Sin embargo, Juan Pablo II no tiene en la mente, porque no lo ha vivido, ese pasado concreto, sino el de su Polonia natal, y as¨ª se explica que ¨¦l haga coherente un mensaje en mubho identificable con la Iglesia espa?ola durante el franquismo, y una condena del franquismo mismo cuando arremete contra la violencia o enarbola su decidida defensa de las libertades -incluida la libertad religiosa-. Cosas que le alejan de cualquier tentaci¨®n totalitaria. El sue?o de Wojtyla parece ser un movimiento social cristiano que impregne de sentido religioso todo el tejido social, con el noble prop¨®sito de ofrecer una respuesta al hombre y a la sociedad, respuesta que no encuentra en las instituciones laicas. Su escepticismo respecto a los partidos pol¨ªticos (en Toledo) responder¨ªa as¨ª m¨¢s a sus insuficiencias respecto a los problemas que hay que solucionar, que a una preferencia por otro sistema alternativo.
La impresionante afluencia de personas que han acudido a la cita espa?ola del Papa puede por lo dem¨¢s confundir a algunos -y lo har¨¢ a los interesados- respecto al significado social profundo de los movimientos religiosos en este pa¨ªs. La secularizaci¨®n de la sociedad espa?ola ha sido correlativa a su modernizaci¨®n y se proyecta en problemas de la Iglesia tales como la escasez de vocaciones sacerdotales, que preocupa enormemente a Wojtyla y a la jerarqu¨ªa espa?ola. Las nuevas corrientes de Roma se oponen en cierta medida a la m¨¢s reciente actitud del episcopado espa?ol de no interferirse en los asuntos temporales, quiz¨¢ escaldado de la experiencia de la guerra y la posguerra civil. Esta no injerencia marc¨® todo el per¨ªodo del taranconismo y ha sido una de las grandes colaboraciones que la Iglesia de Espa?a ha prestado a la reconciliaci¨®n hist¨®rica de este pueblo. Sin embargo, hoy es contestada por sectores eclesi¨¢sticos conservadores, que entienden que la Iglesia ha perdido influencia precisamente por su voluntad de no participaci¨®n en las batallas temporales, y que ahora peligran intereses e ideolog¨ªas concretos en torno a la escuela y al derecho de familia. La visita del Papa habr¨¢ contribuido sin duda a animar a estos sectores. Que estos ¨¢nimos no se truequen en una especie de fanatismo al que los cat¨®licos oficiales espa?oles nos tienen acostumbrados es algo que debe preocupar a los obispos, que tan prudentemente se han comportado en el tema de esta visita papal, recomendando incluso se hiciera despu¨¦s de las elecciones legislativas.
-Por lo dem¨¢s, el leg¨ªtimo derecho de la Iglesia cat¨®lica, como de cualquier otra instituci¨®n, a utilizar el marco democr¨¢tico para realizar la universalidad de sus mensa j¨¦s, influenciando todo el tejido social, se enmarca en la pluralidad, la tolerancia y la solidaridad creciente con los marginados, que la modernizaci¨®n del sistema pol¨ªtico espa?ol permite. Ser¨ªa por eso rid¨ªculo por parte de las autoridades p¨²blicas no atender aquellas lecciones que se desprendan del mensaje del Papa a la hora de ayudar nos a resolver algunos problemas pendientes. Todos los impulsos renovadores, y m¨¢s si alienta en ellos la b¨²s queda - de un orden moral, deben ser bienvenidos en esta hora del cambio. Pero ser¨ªa tambi¨¦n un error de los cat¨®li cos fomentar en este empe?o cualquier modalidad corporativista. El poder moral del cristianismo no tiene por qu¨¦ cristalizar en un mayor poder institucional y temporal de la Iglesia. Las reacciones airadas de determinados sectores de opini¨®n afines al catolicismo m¨¢s conservador, ante las opiniones discrepantes que se han alzado respecto a aspectos del mensaje papal, nos ense?an, sin embargo, que el, cesaropapismo es a¨²n nostalgia y ensue?o de grupos de espa?oles. Obligaci¨®n del Estado en la que estamos seguros encontrar¨¢ valiosos aliados entre los mismos obispos es resistirse a ¨¦l.
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