Gobierno y partido
Sobre el sorprendente triunfo socialista -qui¨¦n lo iba a decir hace un a?o y, si me apuran, al comienzo del verano- se ha repetido hasta la saciedad un t¨®pico no por manido menos verdadero: frente a la incapacidad y oportunismo de una buena parte de la clase pol¨ªtica, qu¨¦ sapiencia la de nuestro pueblo a la hora de votar. En 1977 vot¨® la reforma, pero mostrando bien a las claras que los que quer¨ªan la ruptura no eran unos cuantos. En 1979, la reforma pactada recibi¨® su ratificaci¨®n definitiva. En 1982, una mayor¨ªa aplastante ha optado claramente por el cambio que ofrecen los socialistas. Nadie en sus cabales interpretar¨¢ este vuelco del electorado como prueba de volubilidad inmadura. Todo lo contrario: la situaci¨®n hab¨ªa llegado a pudrirse de tal forma que ya no cab¨ªa otro dilema que perecer o cambiar. El 28 de octubre ha sido simplemente un grito a la vida. El pueblo espa?ol ha expresado sin ambages su voluntad inquebrantable de vivir en paz y en libertad, lo que en la actual circunstancia espa?ola supone llevar adelante no pocos cambios. Una cosa debe estar clara, sin admitirse al respecto interpelaciones tortuosas: la inmensa mayor¨ªa de los espa?oles quiere tantos cambios, y tan profundos, como los que sean necesarios para que la convivencia pac¨ªfica y en libertad de todos los ciudadanos arraigue de manera irreversible.No hace falta traer por los pelos sutiles doctrinas para dar cuenta de la victoria socialista. Por una vez, la explicaci¨®n resulta meridiana: ante la alternativa de congelar la transici¨®n en su actual etapa, poniendo la marcha atr¨¢s cada vez que uno de los distintos frentes antidemocr¨¢ticos resoplase con fuerza, el pueblo espa?ol, con excelente instinto pol¨ªtico, ha votado mayoritariamente la consolidaci¨®n de la democracia por la ¨²nica v¨ªa posible de su constante desarrollo, asumiendo los cambios necesarios para conseguir este fin. En una situaci¨®n de fragilidad suma y de amenazas crecientes a las instituciones democr¨¢ticas, el pueblo espa?ol ha votado democracia.
Tres factores decisivos convergen en este resultado: 1. La pol¨ªtica de responsabilidad del PSOE, anteponiendo en todo momento la defensa del Estado democr¨¢tico a cualquier consideraci¨®n partidista. 2. La debilidad del Gobierno, frente a la amenaza golpista. 3. La disoluci¨®n del partido en el poder, como azucarillo en el caf¨¦, abandonando su espacio pol¨ªtico a la vieja derecha autoritaria.
Despu¨¦s de la noche triste del 23 de febrero, la ¨²nica salida razonable desde la perspectiva de la consolidaci¨®n de la democracia era un Gobierno de coalici¨®n UCD-PSOE capaz, por un lado, de controlar, el c¨¢ncer golpista, y, por otro, de llevar adelante el desarrollo de la Constituci¨®n, realizando las reformas m¨¢s urgentes. Los socialistas a sabiendas de los altos costos que esta coalici¨®n tendr¨ªa para su partido, la propusieron repetida e insistentemente. Tal vez alg¨²n d¨ªa el presidente saliente explique los motivos que tuvo para oponerse tercamente a la ¨²nica soluci¨®n que en aquellas circunstancias parec¨ªa razonable. El se?or Calvo Sotelo, en vez de ponerse a la cabeza de un Gobierno amplio de fortalecimiento de la democracia, opt¨® por una pol¨ªtica ambigua y titubeante, pero en el fondo encaminada a fusionarse con la vieja derecha, como si estuviera convencido de que el golpe fallido hab¨ªa marcado los l¨ªmites infranqueables, del proceso de democratizaci¨®n y no cupiese otra pol¨ªtica que la de repliegue y contenci¨®n para salvar, aunque no fuese m¨¢s que formalmente, el orden constitucional. Consciente o inconscientemente, nadie ha trabajado con tanto ardor y constancia por el fortalecimiento del se?or Fraga como el se?or Calvo Sotelo. Trat¨¢ndose del presidente de un Gobierno de UCD, y muy pronto tambi¨¦n del presidente ?de este partido, se comprende que esta pol¨ªtica culminase en la autodisoluci¨®n del centro.
La izquierda y la mayor¨ªa
La victoria socialista es, por tanto, expresi¨®n clara de que el pueblo espa?ol mayoritariamente se identifica con la democracia y quiere su consolidaci¨®n. Ante las vacilaciones y ambig¨¹edades suicidas del centro, no qued¨® otra opci¨®n v¨¢lida que la socialista: el volo democr¨¢tico de UCD y el voto democr¨¢tido del PCE se pasaron en bloque al PSOE. La sociedad espa?ola de los ochenta ha alcanzado la complejidad y madurez suficientes para que en este pa¨ªs ya no quepa concebir otro r¨¦gimen pol¨ªtico que el democr¨¢tico. S¨ªntoma claro de la desconexi¨®n social e incompetencia de buena parte de la clase pol¨ªtica desplazada es que aceptasen sin el menor distanciamiento los enfoques minoritarios, casi residuales, de algunos grupos profesionales de dentro y fuera del aparato estatal, como si se tratase de la opini¨®n mayoritaria de los espa?oles, sin prestar la m¨¢s m¨ªnima atenci¨®n a los datos objetivos de nuestro desarrollo econ¨®mico y social. Cabe la esperanza de que el pr¨®ximo Gobierno contemple por fin la realidad espa?ola sin los anteojos ennegrecidos de los distintos cuerpos y corporaciones.
Aqu¨ª yace, amigo lector, una cuesti¨®n clave que nos va a ocupar los pr¨®ximos meses. Cada vez que el nuevo Parlamento legisle desde la perspectiva de la mayor¨ªa de nuestro pueblo, cercenando privilegios de los distintos cuerpos y corporaciones, oiremos la misma cantinela: el pueblo espa?ol habr¨ªa votado a Felipe, a la democracia, a la reconciliaci¨®n, pero desde luego no al programa socialista. La opini¨®n p¨²blica institucionalizada hace una sutil diferencia entre la voluntad que expresa el voto de derechas y el de izquierdas. Si hubiera ganado AP, nadie pondr¨ªa en duda que sus votantes apoyar¨ªan ¨ªntegro el programa electoral propuesto. El se?or Calvo Sotelo justific¨® la ¨²nica decisi¨®n que tom¨® en a?o y medio de gesti¨®n -la entrada de Espaf¨ªa en la OTAN- como realizaci¨®n de un punto program¨¢tico que contaba con seis millones de votos. Nadie dir¨¢ ahora que casi diez apoyan la salida de Espa?a de la organizaci¨®n atl¨¢ntica.
La derecha se considera por esencia mayoritaria -mayor¨ªa natural- y la izquierda ser¨ªa necesariamente minoritaria. Y aunque la mayor¨ªa natural recoja cuatro millones de votos y la minor¨ªa no menos natural se acerque a diez, las cuentas salen porque una buena parte de la mayor¨ªa natural, por las razones que fueran, ha votado en esta ocasi¨®n con la minor¨ªa. Si en los ¨²ltimos a?os nadie se ha parado a distinguir entre el voto de UCD y el n¨²mero de sus afiliados, ahora labemos que en Espa?a hay ¨²nicamente 150.000 socialistas, el n¨²mero exacto de los militantes, como corresponde a su esencia minoritaria, y que el resto, hasta los diez millones, son tr¨¢nsfugas moment¨¢neos de la mayor¨ªa natural. Si ganan las derechas, se confirma que Espa?a, de acuerdo con sus esencias m¨¢s ¨ªntimas, es de derecha. Si excepcionalmente ganan las izquierdas, pobre del que se atreva a decir que Espa?a es de izquierdas. El pueblo espa?ol ha pagado muy caro en otras ocasiones hist¨®ricas esta querencia por la izquierda que lo embarga en cuanto le dejan un poco de libertad.
Gobierno y partido gobernante
Identificar los intereses de la clase dominante con los de la naci¨®n es lo que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, constituye a la derecha. En consecuencia, se niega rotundamente a diferenciar intereses particulares -es la mejor forma de protegerlos- que pudieran resultar opuestos a los de la mayor¨ªa de los ciudadanos. "Lo que es bueno para la General Motors lo es tambi¨¦n para Estados Unidos". Desde esta identificaci¨®n, no tiene por qu¨¦ pararse a distinguir entre Gobiemo y partido gobernante, entre Administraci¨®n p¨²blica y grupos sociales dominantes, unidos todos en la defensa de unos mismos intereses que previamente se han, definido como los de la inmensa mayor¨ªa, la mayor¨ªa natural.
Los socialistas, en cambio, parten de reconocer el car¨¢cter conflictivo de nuestra sociedad. En cada cuesti¨®n litigiosa -y en pol¨ªtica lo son todas- se paran a distinguir entre los intereses mayoritarios y los minoritarios, sin por ello resucitar ning¨²n modelo simplista de antagonismo de clases. La complejidad de la moderna sociedad industrial nos lleva a compartir diferentes intereses: en una cuesti¨®n pueden confundirse con los de la mayor¨ªa; en otra, pueden ser francamente minoritarios. Ambig¨¹edad de ning¨²n modo t¨ªpica de la peque?a burgues¨ªa. En la clase alta o en la obrera, la colisi¨®n de intereses no es menos frecuente: los obreros de una f¨¢brica que piden subvenciones para mantener su puesto de trabajo pueden defender intereses particulares en pugna con los mayoritarios.
Una pol¨ªtica que parta de una diferenciaci¨®n n¨ªtida de los intereses encontrados ha de distinguir muy bien entre Gobiemo y partido mayoritario, entre la Administraci¨®n p¨²blica y grupos sociales. La derecha, al no conocer m¨¢s que el inter¨¦s general, vincula Gobierno, partidos de derecha y grupos sociales dominantes como expresi¨®n de una misma mayor¨ªa natural. La izquierda, en cambio, al diferenciar distintos niveles de confl¨ªcto, se esfuerza en mantener separados, cada uno en su ¨®rbita propia, los sujetos institucionales y sociales portadores de intereses diferentes y a¨²n contrapuestos. Los socialistas ya han insistido repetidamente en que no confundir¨¢n Gobierno y partido gobemante, distinci¨®n que, con la mayor¨ªa absoluta conseguida, se hace m¨¢s imperiosa si cabe. Cu¨¢nto no echamos de menos esta distinci¨®n en los a?os de UCD, empefiada siempre en hacer pasar por la criba de sus intereses partidarios cualquier decisi¨®n gubemamental. Una cosa son las responsabilidades del Gobiemo -que lo es de todos los espa?oles- y otra muy diferente las de un partido pol¨ªtico que, en cuanto tal, no e s m¨¢s que parte de un todo.
En un momento en que el secretario general del PSOE va a ser investido presidente del Gobierno, tal vez tenga sentido recordar lo que los socialistas han repetido hasta la saciedad: los cambios que puedan realizar desde el Estado son aquellos que cuenten con un amplio consenso social. El socialismo con,tempor¨¢neo se ha librado ya de cualquier tentaci¨®n estatista. Conseguir un Estado moderno que funcione es ciertamente un reto dif¨ªcil por el que vale la pena luchar, pero no es un obietivo espec¨ªficamente socialista. S¨®lo en la sociedad y desde la sociedad cabe llevar adelante transformaciones realmente socialistas. Importa que las nuevas responsabilidades que en el Estado van a caer sobre algunos compa?eros no aparten al partido de su tarea propia: "penetrar en el tejido social", creando nuevas formas de convivencia democr¨¢tica.
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