De nuevo, Camb¨®
Es triste que la rica public¨ªstica catalana -los libros escritos en catal¨¢n- alcance tan escasa d¨ªfusi¨®n en Madrid, pese a la importancia creciente de aqu¨¦lla. No creo yo que la barrera idiom¨¢tica sea raz¨®n bastante para justificar tal hecho: el catal¨¢n, una de las lenguas espa?olas, es perfectamente inteligible para un castellanohablante de mediana cultura; m¨¢s que pueda serlo el franc¨¦s y tanto como el italiano. Pienso que, en buena parte, la indiferencia o el rechazo proceden de una actitud inadmisible: aquella que no reconoce m¨¢s versi¨®n de lo espa?ol que lo estrictamente castellano, neg¨¢ndose, por absurda antipat¨ªa, a asomarse a otros idiomas peninsulares, es decir, a enterarse de que existen diversos cauces de espa?olidad.Viene todo esto a cuento de la aparici¨®n, pr¨¢cticamente inadvertida en Madrid, de las Meditacions, de Francisco Camb¨®, en dos densos vol¨²menes que siguen al de Mem¨°ries, publicado hace un a?o. Las Mem¨°ries -que coment¨¦ en la Prensa diaria y en alguna revista cultural encerraban, ciertamente, importancia relativa: la espl¨¦ndida obra de Jes¨²s Pab¨®n Camb¨® las hab¨ªa eclipsado ya mucho antes de que apareciesen, hasta el punto de que apenas pueden servir ahora sino como ap¨¦ndice del monumental estudio paboniano. Por el contrario, las Meditacions o Dietari encierran un riqu¨ªsimo arsenal de materiales para el historiador y para el pol¨ªtico, o, simplemente, para el espa?ol atento a las ra¨ªces de nuestro tiempo y a la b¨²squeda de claves desveladoras del futuro. No es mi pretensi¨®n hacer, al menos aqu¨ª, una rese?a de esta obra (dos gruesos vol¨²menes que alcanzan, en total, 1.732 p¨¢ginas). Pero s¨ª he querido detenerme en algunos extremos que han llamado poderosamente mi atenci¨®n durante la lectura del primero, relativo al per¨ªodo comprendido entre diciembre de 1926 y el mismo mes de 1940.
De una parte, la grata sorpresa que produce siempre el encuentro -poco frecuente hoy- con un pol¨ªtico que es, al mismo tiempo, expresi¨®n de un alto nivel cultural. Las aficiones art¨ªsticas de Camb¨® -su vocaci¨®n por la belleza-, que han dejado, para nuestra fortuna, frutos tan espl¨¦ndidos como los que ahora podemos gozar en el Museo del Prado o en la colecci¨®n barcelonesa de la Virreina, se manifiestan a veces en sutil¨ªsimas reflexiones sobre la obra de arte, quiz¨¢ no siempre acordes con nuestros puntos de vista actuales, pero que en todo caso descubren en ¨¦l al gran conocedor de estilos y maestros, dotado de excepcional sensibilidad para captar el mensaje est¨¦tico. Asimismo, sus lecturas -atentas a cuanto de nuevo y sugestivo producen las prensas europeas, esencialmente en torno al eje inquietante de la pol¨ªtica al d¨ªa- constituyen un medio perfecto para entender esta riqu¨ªsima personalidad, casi una excepci¨®n en nuestro horizonte contempor¨¢neo.
'La Espa?a blanca'
De otra parte, las meditaciones de Camb¨®, impresionan por la tremenda tensi¨®n interior que revelan en ¨¦l, espectador impotente de la tragedia espa?ola. Exiliado meses despu¨¦s de las elecciones de 1936 -que en la Barcelona frentepopulista culminaron en una manifestaci¨®n orquestada con el amenazador sonsonete del Mori en Camb¨®, repetido horas y horas bajo las ventanas del edificio en que el l¨ªder de la Lliga convalec¨ªa de grav¨ªsima enfermedad-, Camb¨® viaja continuamente por Europa durante los a?os de nuestra guerra, cuya evoluci¨®n seguir¨¢ con angustiada inquietud. Aunque radica en Abbazia, en la Italia d¨¢lmata (hoy yugoslava), le vemos tan pronto en Par¨ªs como en Bruselas, en Saint Moritz, en Roma, en Viena... Camb¨® se mantiene alejado de la frontera espa?ola, pero est¨¢ al tanto de cuanto sucede en ambos campos (el de los blancos y el de los rojos). Mira con aversi¨®n profunda el desarrollo de los radicalismos y estallidos de ferocidad irracional en las dos retaguardias. Durante los d¨ªas tensos que siguieron al triunfo electoral de las izquierdas, ¨¦l hab¨ªa escrito unos art¨ªculos asombrosamente l¨²cidos de cara a lo que ya parec¨ªa inevitable; pero sus reflexiones exclu¨ªan la guerra civil y miraban como la soluci¨®n menos deseable el golpe militar. "Leyendo aquellos extractos", anota el 18 de febrero de 1938, "he recordado, con toda precisi¨®n, lo que yo pensaba y sent¨ªa en los meses precursores de la gran tragedia: convicci¨®n de que la creciente debilidad del Gobierno del Frente Popular hab¨ªa de estimular un golpe de mano de la Federaci¨®n Anarquista Ib¨¦rica (FAI), ante el cual el Gobierno habr¨ªa de dar la batalla apoy¨¢ndose en el Ej¨¦rcito y en los elementos pol¨ªticos de centro; de esta situaci¨®n, las izquierdas saldr¨ªan debilitadas y divididas y ser¨ªa posible un Gobiemo de centro que hiciese una obra de pacificaci¨®n". Por el contrario, un golpe militar pod¨ªa contribuir a consolidar la presencia de los elementos pol¨ªticos burgueses en el Frente Popular: "Al producirse provocar¨ªa una explosi¨®n extremista que, en lugar de verse combatida por el Gobierno, ser¨ªa tolerada y sostenida por ¨¦ste; si triunfaba el movimiento militar, caer¨ªamos en una dictadura con todas sus consecuencias; si fracasaba, era el triunfo de la anarqu¨ªa".
Las reflexiones de Camb¨® ante los informes que llegan hasta ¨¦l acerca de cuanto ocurre en las dos tr¨¢gicas retaguardias de la Espa?a cainita encierran una carga de patetismo radicado en la dificultad de hallar cauce posible para las propias convicciones. Cuando se entera de los asesinatos cometidos en Igualada ("...?Es horrible, horrible! Todo cuanto hab¨ªa de mejor en aquella ciudad ya no existe. Y entre la lista de las v¨ªctimas, los hombres de la Lliga, los militantes, son mayor¨ªa") se afianza en la idea de que su deber le obliga a apoyar la Espa?a blanca: "Es necesario que triunfen los blancos; que se castigue a los miserables que hoy destruyen Catalu?a y que exterminan a sus hijos mejores... La necesidad de que no se repita lo que ha pasado, lo que todav¨ªa pasa en Catalu?a, est¨¢ por encima de todo, y a servirla hay que sacrificarlo todo", escribe el 24 de febrero de 1937. Pero el 6 de mayo recoge la informaci¨®n directa acerca de los cr¨ªmenes, igualmente espantosos, registrados en la retaguardia blanca de Galicia. Es Pita Romero, antiguo embajador de la Rep¨²blica en la Santa Sede -retenido en Espa?a hasta finales de 1936-, quien le hace el relato. "Se ha asesinado sin ton ni son, seg¨²n el humor y el grado de vesania de los que pod¨ªan ordenar los asesinatos. En principio, como no hubo resistencia, tampoco hubo represalias, pero al cabo de unos d¨ªas llegaron falangistas de Valladolid y de Burgos, explicando con orgullo los millares de asesinatos cometidos por ellos. Entonces, los falangistas 'gallegos se sintieron como humillados y comenzaron la tarea...". Y tanto o m¨¢s repulsivos "que los asesinatos consentidos o provocados por las autoridades militares han sido los realizados por los tribunales, verdaderos escarnios de la justicia" (p¨¢gina 106).
La marcha de la guerra civil, el hecho mismo de la guerra civil, repugna a Camb¨® profundamente. Le indigna por eso que uno de sus corresponsales utilice -con arreglo a lo ordenado en la Espa?a blanca- el t¨¦rmino "segundo a?o triunfal". "Que los falangistas que luchan y asesinan (los del frente, con hero¨ªsmo; los de la retaguardia, llenos de codicias) califiquen de 'triunfales' los a?os de la guerra civil, todav¨ªa me lo explico. En unos, porque viven la obsesi¨®n heroica, indispensable para soportar alegremente todas las penas,de la lucha horrible. En otros, porque a la sombra de la guerra han salido de la m¨ªsera oscuridad en que viv¨ªan, y hoy son algo y esperan ser mucho m¨¢s. Pero este amigo m¨ªo, al cual la guerra nada puede darle y que tiene demasiados a?os para dejarse ganar por los infantilismos.
Pasa a la p¨¢gina 14
De nuevo, Camb¨®
Viene de la p¨¢gina 13verbales de Falange, no tiene perd¨®n" (p¨¢gina 182). "Aqu¨ª, en Abbazia", consigna melanc¨®licamente en diciembre de 1937, "celebramos la Navidad del desterrado con la a?oranza de la tierra, pero con la satisfacci¨®n de sentirnos igualmente lejos de las dos intransigencias...". Y, sin embargo, no puede dejar de escoger. Unas declaraciones de Franco en julio de ese mismo a?o 1937 le hab¨ªan sugerido este irritado comentario: "?Hablar de una Espa?a cat¨®lica despu¨¦s de haber afirmado que quer¨ªa seguir el ejemplo de Alemania..., que es anticat¨®lica y anticristiana! Cuando leo estas cosas y pienso que yo defiendo y doy mi apoyo a esta pol¨ªtica de petulancia y analfabetismo, mi odio a los rojos crece como la espuma. Porque sin los cr¨ªmenes de los rojos, yo no pasar¨ªa por la verg¨¹enza -?y, como yo, tantos otros!- de tener que defender, como lo hago y seguir¨¦ haci¨¦ndolo, una causa que est¨¢ en pugna con ideas y sentimientos a los cuales mi esp¨ªritu sigue rindiendo un culto fervoroso".
Terrible dilema para este hombre, en el que la elecci¨®n -los rojos, los blancos- se hac¨ªa m¨¢s compleja al matizarse con la desesperanza respecto a lo que Catalu?a pod¨ªa esperar del triunfo de unos o de otros. Esta obsesi¨®n, no obstante, suele dar con pron¨®sticos sumamente certeros: "Cuando los patriotas catalanes padecen todav¨ªa la tiran¨ªa roja, se inicia ya la tiran¨ªa blanca. Ya vuelven a sonar los nombres m¨¢s infectos de la dictadura. ?La historia volver¨¢ a repetirse... est¨²pidamente! Dentro de unos meses comenzar¨¢n a olvidarse las atrocidades rojas y tomar¨¢n m¨¢s dimensi¨®n y causar¨¢n m¨¢s molestia las tonter¨ªas de los blancos..." (6 de abril de 1938).
El centro pol¨ªtico
En verdad, desconcierta al lector que no vivi¨® aquello una elecci¨®n sin esperanzas como la de Camb¨®: reflejo de la divisi¨®n implacable en dos bloques que no dejaban espacio a un tercer camino. ?O s¨ª lo dejaban? Pienso en el exilio interior de cuantos hubieron de.Permanecer ausentes en esp¨ªritu de las dos Espa?as, soportando el repudio de aquella en que les situ¨® el azar; procurando salvar luego, en la atm¨®sfera opresora de la posguerra, la propia dianidad en la reserva y en la dif¨ªcil independencia de criterio. El propio Camb¨® alude repetidamente a una posici¨®n contraria a "las dos intransigencias", y subraya. 'su admiraci¨®n por el equilibrio del temperamento y de la educaci¨®n brit¨¢nicos. "Esta inclinaci¨®n natural que sienten los ingleses a... buscar lo que une, olvidando, mientras sea posible, lo que separa, tiene indudablemente una gran parte en la nobleza que presenta la vida p¨²blica brit¨¢nica y en el clima moral, que hace imposible no s¨®lo una guerra civil como la de Espafia, sino el extremismo -siempre basado en el rencor- que las prepara" (p¨¢gina 219). Y en m¨¢s de un lugar afirma su "vocaci¨®n centrista": "Yo creo que la pol¨ªtica de centro es la ¨²nica fecunda. No es popular, no lo ha sido, no lo ser¨¢ nunca ... ; pero, en definitiva, es la que acaba por imponerse al cabo". De aqu¨ª que, al preguntarse una y otra vez por lo que a ¨¦l mismo le cabe hacer en el inmediato futuro de Espa?a, escriba: "Si yo tuviera algunos a?os menos y no tuviese que tomar bromuro, preparar¨ªa desde ahora la creaci¨®n del n¨²cleo que, cuando los que hoy luchan se sientan fatigados, pueda intervenir para asegurar una convivencia... entre los que no han delinquido... o s¨®lo han delinquido por seguir la corriente, influidos por un ambiente casi irresistible".
Pero la evasi¨®n en Camb¨® no era ya un simple problema de edad y de salud. Certero en la b¨²squeda del centro pol¨ªtico, es lo cierto que el l¨ªder de la Lliga no quiso -o no pudo nunca- apoyar ese centro pol¨ªtico en un equilibpio social. La definici¨®n clasista matiz¨® siempre intensamente las filas de sus seguidores y jam¨¢s mir¨® sin reservas una aut¨¦ntica democracia. Se explica, desde luego, su repudio horrorizado de los execrables cr¨ªmenes de la FAI (obsesi¨®n l¨®gica en todos sus comentarios). Pero tambi¨¦n es verdad que nunca supo reconocer en ellos la r¨¦plica exasperada a la ceguera de los sectores de la alta burgues¨ªa catalana, con los que se hab¨ªa identificado a trav¨¦s de la Lliga. Fue, sin embargo, suficientemente magn¨¢nimo para subrayar los m¨¦ritos contra¨ªdos por Besteiro ante la gran historia con la dignidad de su actitud y de su sacrificio durante la guerra y a la hora de reconocer que ¨¦sta se hab¨ªa perdido. Parece evidente que el caso Besteiro puso ante los ojos de Camb¨® un ejemplo -desde la otra orilla- radicalmente alejado de su propia hamletiana actitud, pero que ¨¦l no pod¨ªa dejar de admirar (y de envidiar, quiz¨¢, secretamente). "Besteiro", escribe el 29 de marzo de 1939, "fr¨ªo, sectario, ha sido siempre un hombre puro y de gran altura moral. Fue siempre enemigo m¨ªo y uno de los m¨¢s encamizados, pero siempre he hecho justicia a la dignidad de su vida y de su conducta... A Casado no le conozco, pero ha dado un ejemplo de coraje insuperable. Encuentro la conducta de estos dos hombres del m¨¢ximo hero¨ªsmo, y de un hero¨ªsmo de tal calidad como pocos ejemplos hay. No s¨¦ c¨®mo los tratar¨¢ Franco: dar¨¢, con ello, la medida de su valor pol¨ªtico y de su coraje moral".
En cuanto a la propia resoluci¨®n de Camb¨®, tras lo que hubo de percibir directamente en su ¨²nica visita a Madrid y Barcelona apenas terminada la guerra, responder¨ªa, al cabo, al tercer camino, vislumbrado tempranamente en una de sus reflexiones. Porque cuando se perfilaba el nuevo Estado y se public¨® el famoso decreto de Unificaci¨®n hab¨ªa escrito sin titubeos: "Por mi parte, yo, que desde que conoc¨ª los cr¨ªmenes de los rojos lo consagro todo al servicio de los blancos, no me sumar¨¦ a la nueva organizaci¨®n, aunque mi reserva hubiera de privarme de la nacionalidad espa?ola... Hoy por hoy, miro con horror la eventualidad del retorno a Espa?a, dividida entre criminales y tontos, pero en forma tal que, a pesar de la tr¨¢gica pugna que destruye tantas vidas y tanta riqueza, entre los criminales tambi¨¦n los hay tontos, y entre los tontos tambi¨¦n los hay criminales..." (p¨¢gina 96). El alejamiento de la patria -con un oc¨¦ano por medio- se convirti¨® en alegato, en testimonio de protesta.
En cualquier caso, y desde a?os atr¨¢s, hab¨ªa pasado ya irremediablemente la hora de Camb¨®. En cuanto a la hora de un centrismo capaz de lograr, desde el poder, la reconciliaci¨®n -basada en nuevos criterios sociales y en una efectiva realidad democr¨¢tica- entre las dos Espa?as de la guerra civil, ese centrismo tardar¨ªa muchos a?os en llegar. Camb¨® s¨®lo acert¨® a so?arlo.
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