El lujo de la muerte
He dicho muchas veces que no tengo coraz¨®n para enterrar a los amigos. Sin embargo, el pasado 2 de noviembre, d¨ªa de todos los muertos, quise acompa?ar a la esposa de uno muy querido que ser¨ªa incinerado en el improbable pante¨®n de las Lomas. El cuerpo hab¨ªa pasado la noche en el motel funerario que tiene la agencia Gayoso en la avenida F¨¦lix Cuevas de la ciudad de M¨¦xico, la cual hab¨ªa hecho los tr¨¢mites de la incineraci¨®n y el transporte final hasta el horno crematorio. La cita era a las once de la ma?ana, y todos supon¨ªamos que ser¨ªa un acto m¨¢s bien t¨¦cnico, sin ceremonias de ninguna clase, que no pod¨ªa durar m¨¢s de dos horas. Pero al llegar al pante¨®n nos hicieron ver que hab¨ªa otros cad¨¢veres en turno, y que el de nuestro amigo ten¨ªa que esperar por lo menos hasta las cinco de la tarde. En la l¨²gubre sala de espera, helada, sin una flor y sin un esca?o miserable donde sentarse, estaban alineados contra la pared en posici¨®n vertical los ata¨²des usados de los que hab¨ªan tenido la precauci¨®n de morirse m¨¢s temprano. Aquellos ata¨²des hab¨ªan sido vendidos por las agencias funerarias y hab¨ªan servido para la velaci¨®n y el transporte, pero era obvio que los deudos que los hab¨ªan pagado a precio de oro no ten¨ªan nada que hacer con ellos, de modo que alguien se encargar¨ªa de venderlos otra vez para otros muertos futuros. El ch¨®fer de la carroza que hab¨ªa llevado el cuerpo de nuestro amigo, dijo: "?Por qu¨¦ no vuelven ma?ana y tratan de ser los primeros?" Esa sola pregunta, formulada por alguien que sin duda conoc¨ªa mejor que nosotros estos dramas de la burocracia f¨²nebre, nos hizo vislumbrar de pronto cu¨¢l era la clase de d¨ªa que nos esperaba.Ana Mar¨ªa Pecanins se hizo cargo de la situaci¨®n, y ha relatado aquella experiencia en una carta a la Prensa que no deb¨ªa pasar inadvertida, porque es apenas un bot¨®n de muestra del desamparo en que se encuentran los sobrevivientes frente a las agencias funerarias despu¨¦s de que los servicios han sido pagados. Hace unos meses, tambi¨¦n Fernando Ben¨ªtez cont¨® en un peri¨®dico c¨®mo hab¨ªan sido tratados por la agencia Gayoso los parientes de un escritor que no ten¨ªan dinero para pagar la cuenta de los funerales, una cuenta tal vez mayor que la suma total de derechos de autor percibidos en toda su vida por el amigo muerto. La revista del Instituto Nacional del Consumidor tambi¨¦n se ha ocupado en varias ocasiones del precio desmesurado de la muerte en M¨¦xico, pero su pr¨¦dica, como tantas, otras sobre otros temas mortales, se ha perdido para siempre en el desierto. Es como si las agencias funerarias en el mundo entero gozaran de un fuero especial que las pusiera a salvo de cualquier sanci¨®n por sus abusos.
Ana Mar¨ªa Pecanins ha contado que el ¨²nico funcionario que encontr¨® en el crematorio le dio una explicaci¨®n tan realista que m¨¢s parec¨ªa de un panadero. "El horno est¨¢ ocupado", le dijo, "el horneador est¨¢ dentro y no terminar¨¢ de hornear en tres horas". No hubo m¨¢s informaci¨®n. Ana Mar¨ªa llam¨® entonces a la agencia Gayoso pensando obtener un auxilio suplementario despu¨¦s de haber pagado los servicios completos, y un empleado que dijo llamarse Ricardo L¨®pez le inform¨® que la responsabilidad de la empresa termina en el momento en que el cad¨¢ver sale de la casa faneraria. Punto: colg¨® el tel¨¦fono. Ana Mar¨ªa, con su temeridad catalana, volvi¨® a marcar el mismo n¨²mero, y esa vez le contest¨® otro funcionario, quien le explic¨® con la voz colorida de los comerciantes de la muerte que nada pod¨ªa hacerse para apresurar la incineraci¨®n. "Por desgracia", dijo, sin saber acaso que estaba inventando un proverbio desolador, "la suerte es de los que llegan primero". No hubo, en efecto, nada que hacer. El servicio, el apoyo y la comprensi¨®n contratados por los vendedores de la muerte que prometen hasta la entrada al cielo con trompetas ang¨¦licas, hab¨ªan cesado para siempre.
Aqu¨¦l hab¨ªa sido un drama m¨¢s, y de los menos graves, de cuantos ocurren a cada minuto en el mundo por la voracidad y el coraz¨®n de piedra de las agencias funerarias. En M¨¦xico, donde el negocio de la muerte es uno de los m¨¢s despiadados y de los m¨¢s fruct¨ªferos, los abusos suelen invadir los territorios m¨¢s esquivos de la literatura fant¨¢stica. "El servicio dura apenas diez o quince minutos m¨¢ximo", dice el folleto de propaganda de una agencia funeraria. "No es deprimente, puede ir uno hasta de d¨ªa de campo. Es muy bonito. No es un pante¨®n tradicional, es muy moderno, est¨¢ alfombrado, tiene luz, vitrales, aire acondicionado y cuenta con filtros de ventilaci¨®n dentro de las criptas".
El Instituto del Consumidor ha calculado que existen en M¨¦xico 195 agencias funerarias con registro legal, y 110 que act¨²an de un modo casi clandestino. Sobre todo estas ¨²ltimas, que se rigen m¨¢s bien por las leyes de la oferta y la demanda coyunturales que por una tarifa establecida, participan en una pavorosa rebati?a de cad¨¢veres en las puertas y corredores de los hospitales. Pero aun en las funerarias de los ricos, los agentes vendedores carecen de una norma precisa para establecer los precios del servicio. Se gu¨ªan m¨¢s bien por el aspecto y el estado del cliente en el momento de cerrar el negocio. El precio del ata¨²d determina el valor de todo el servicio, y no es posible combinar un ata¨²d caro con un servicio modesto, o al contrario. Al fin y al cabo, la muerte no es m¨¢s que un viaje, por muy eterno que sea, y las agencias no han encontrado una raz¨®n para no organizar sus servicios como las excursiones tur¨ªsticas en las que todo va incluido, hasta las posibilidades del amor ocasional. El negocio es fabuloso: en 1976, s¨®lo las funerarias legales de M¨¦xico se ganaron 175 millones de pesos, equivalentes a un 76% de utilidades en relaci¨®n con sus costos de operaci¨®n.
La concepci¨®n nos viene de Estados Unidos y es muy simple: el lujo de la muerte es de primera necesidad. El norteamericano medio no tiene en ning¨²n momento un nivel de vida m¨¢s alto que el nivel de su muerte. Ni nunca es m¨¢s bello que en el ata¨²d: sus propios parientes se asombran de cu¨¢nto les favorece el embalsamamiento, con cu¨¢nta ternura sonr¨ªen y cu¨¢n comprensivos y amorosos, parecen con la cabeza apoyada en las almohadas de la muerte, y tal vez se duelan en secreto de que no se hubiera inventado la posibilidad de embalsamar en vida a los seres dif¨ªciles. Pero es una ilusi¨®n que cuesta caro, y detr¨¢s de ella prospera uno de los comercios m¨¢s descorazonados y sucios del mundo. Hace muchos a?os, en un libro fascinante sobre el tr¨¢fico funerario en Estados Unidos, le¨ª una an¨¦cdota de horror. Una viuda de clase media hab¨ªa invertido sus ¨²ltimos ahorros para darle a su marido muerto unos funerales m¨¢s lujosos que el de sus posibilidades reales. Todo parec¨ªa acordado, cuando un funcionario de la agencia mortuoria le llam¨® por tel¨¦fono para decirle que el cad¨¢ver era m¨¢s alto de lo previsto en el contrato, y que ella deb¨ªa pagar en consecuencia una suma suplementaria. La viuda no ten¨ªa un centavo m¨¢s. Entonces el funcionario, con la voz melodiosa de los de su oficio, le dio la soluci¨®n. "En ese caso", dijo, "le suplico darnos la autorizaci¨®n para serrucharle los pies al cad¨¢ver". La pobre viuda, por supuesto, encontr¨® donde pudo el dinero que no ten¨ªa, s¨®lo para que la agencia le hiciera la caridad de enterrar entero a su marido.
Copyright 1982.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.