Washington puede hacer las paces con Mosc¨², en t¨¦rminos aceptables
El per¨ªodo de cambio en la Uni¨®n Sovi¨¦tica se extender¨¢ mucho despu¨¦s del final de la Administraci¨®n Reagan, aunque sea reelegido para un segundo mandato. Pero Reagan ocupa una posici¨®n central. Como republicano conservador, puede intentar llegar a un acuerdo con la URSS sin provocar una reacci¨®n en su contra en Estados Unidos. Cuenta con una buena posibilidad de continuar con el reforzamiento defensivo que debe constituir la m¨¦dula espinal de cualquier pol¨ªtica exterior norteamericana en los a?os ochenta. Tras Breznev, Estados Unidos podr¨ªa f¨¢cilmente llevar a cabo una pol¨ªtica de presi¨®n sobre los nuevos dirigentes de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Esta pol¨ªtica norteamericana obligar¨ªa a atrincherarse a la direcci¨®n sovi¨¦tica, aunque s¨®lo fuera por seguridad propia. Har¨¢ falta en Washington imaginaci¨®n y valor para introducir un elemento de conciliaci¨®n.Estados Unidos tiene primero que darse cuenta de la oportunidad que se le presenta. Resulta tentador esperar sencillamente a que se desarrolle el per¨ªodo de sucesi¨®n y a que se deteriore a¨²n m¨¢s la situaci¨®n econ¨®mica. Pero la Uni¨®n Sovi¨¦tica no es el "caso de la cesta de la compra" que ven los funcionarios de la Administraci¨®n norteamericana. La econom¨ªa sovi¨¦tica sigue siendo masiva y capaz de soportar un amplio despliegue de programas militares y civiles. Los norteamericanos corren el peligro de dejarse hipnotizar por un an¨¢lisis pseudomarxista de la URSS. La pol¨ªtica sovi¨¦tica no est¨¢ ¨²nicamente determinada por la econom¨ªa.
El peligro est¨¢ en que ambas partes prefieran resolver la situaci¨®n en medio del embrollo, Estados Unidos aguardando un cambio de la marea, que no se va a dar jam¨¢s, y la Uni¨®n Sovi¨¦tica esperando la llegada del pr¨®ximo presidente de Estados Unidos, que puede que no llegue hasta 1989. Y entre tanto, cada una de las partes ir¨¢ perdiendo m¨¢s y m¨¢s control sobre la relaci¨®n. Cada uno se mostrar¨¢ poco dispuesto a ser ¨¦l quien d¨¦ el primer paso hacia un acuerdo. Las dos partes aumentar¨¢n sus esfuerzos defensivos para romper las tablas.
Puede que la nueva direcci¨®n sovi¨¦tica soporte un per¨ªodo largo de tensi¨®n con la misma facilidad que Estados Unidos, que tendr¨¢ que responder a las presiones del pueblo y del Congreso. Para resumir, Estados Unidos no gana nada esperando. Podr¨ªan, sin embargo, ganar mucho actuando para intentar influir sobre los dirigentes sovi¨¦ticos en el momento en que ¨¦stos van a asumir el poder.
El punto de arranque tiene que ser las negociaciones sobre el control armament¨ªstico. Estados Unidos no deber¨ªa esperar que los sovi¨¦ticos vayan a realizar grandes cambios en su postura militar estrat¨¦gica. Ninguna nueva direcci¨®n sovi¨¦tica va a comenzar su andadura desmantelando uno de los s¨®lidos logros del r¨¦gimen en los ¨²ltimos quince a?os. Occidente deber¨ªa pensar en un acuerdo temporal que sirva de puente para un acuerdo global mayor m¨¢s adelante. La decisi¨®n m¨¢s dif¨ªcil a la que se enfrenta Washington es ofrecer o no ofrecer concesiones en las negociaciones sobre fuerzas nucleares de alcance medio, con la esperanza de poder inducir a Mosc¨² a ofrecer, a su vez, concesiones en las conversaciones para la reducci¨®n de armas estrat¨¦gicas.
Revuelta europea
Dada la continua posibilidad de una revuelta popular en Europa Occidental contra el plan de misiles de la OTAN, lo cual les permitir¨ªa a los sovi¨¦ticos conseguir sus objetivos sin tener que pagar por ello precio alguno, Estados Unidos deber¨ªa explotar la actual situaci¨®n ofreciendo un acuerdo en las conversaciones sobre las fuerzas nucleares de alcance medio. Deber¨ªa retirar su plan de opci¨®n cero y proponer en su lugar unos l¨ªmites de igualdad sobre los misiles y cabezas nucleares a que ambas partes tienen derecho hasta un nivel que, no obstante, supondr¨ªa la reducci¨®n por parte de los sovi¨¦ticos de los misiles SS-20 que tienen desplegados en los pa¨ªses europeos de su esfera de influencia.
A cambio de un l¨ªmite a los misiles norteamericanos en Europa Occidental, la URSS tendr¨ªa que aceptar importantes reducciones en las conversaciones sobre armamento estrat¨¦gico' No har¨ªa falta dejar sentados todos los detalles ahora mismo. Pero un acuerdo temporal podr¨ªa evitar un punto muerto y salvar una batalla potencialmente peligrosa en el seno de la alianza occidental.
Cualesquiera que sean las variaciones precisas, la Administraci¨®n tiene que quitarse de encima las tendencias neoaislacionistas de los republicanos conservadores y reconocer que la lucha de las superpotencias es por el coraz¨®n y el alma de Europa Occidental.
Esta es la batalla que est¨¢ en el centro de las actuales negociaciones sobre el control de armamentos. Estados Unidos no necesita ganar una victoria sonora en la mesa de negociaciones, pero tiene que demostrar su capacidad para negociar de buena fe y para reducir la amenaza sovi¨¦tica. Hace falta hacer mucho m¨¢s para solucionar el embrollo de la OTAN y de la pol¨ªtica Este-Oeste.
Pero el prerrequisito esencial es una negociaci¨®n que vaya m¨¢s all¨¢ de los escollos del control de armamentos y de la transici¨®n despu¨¦s de Breznev.
Incluso, aunque tuvieran ¨¦xito las conversaciones sobre el control de armamentos, Estados Unidos seguir¨¢ enfrent¨¢ndose al dilema de la Europa del Este. Una d¨¦cada de ayuda a la Europa del Este a trav¨¦s de cr¨¦ditos masivos de Occidente ha creado un monstruo. Nadie sabe c¨®mo desenredar la madeja. Hay mucha gente en Occidente que siente la tentaci¨®n de dejar esa zona sobre el regazo de la URSS. No hay banquero occidental que pueda convencer a la junta de directores que la Europa del Este es un ¨¢rea atractiva de pr¨¦stamos e inversiones.
Pero la l¨®gica de esta pol¨ªtica sigue siendo, en gran parte, el fomento de una mayor autonom¨ªa de los pa¨ªses de la Europa del Este, a fin de aflojar los lazos entre Mosc¨² y algunos de sus aliados del Pacto de Varsovia, y de facilitar la ampliaci¨®n de las relaciones entre la Europa del Este y del Oeste.
La revitalizaci¨®n de una pol¨ªtica de diferenciaci¨®n deber¨ªa estar al alcance del ingenio de la pol¨ªtica norteamericana. Un primer examen de la dimensi¨®n econ¨®mica de la Europa del Este constituye tambi¨¦n una forma indolora de intromisi¨®n de la Alianza en el problema, sovi¨¦tico.
El gasoducto es s¨®lo la punta del iceberg. Bajo la superficie queda toda la cuesti¨®n de la distensi¨®n en Europa y el papel de las relaciones econ¨®micas entre el Este y el Oeste. Apenas pudo percibirse una pol¨ªtica de conciertos en la reuni¨®n de la cumbre de Versalles antes del fiasco del gasoducto. Una nueva pol¨ªtica econ¨®mica atraer¨ªa agradablemente a los nuevos dirigentes sovi¨¦ticos, que tendr¨¢n que luchar con las nuevas propuestas occidentales de control de armamentos. Nada podr¨ªa ser peor que el caos de las discusiones que siguieron a la cumbre de Versalles.
Estados Unidos tendr¨¢ que trazar una estrategia general en dos zonas sin una participaci¨®n europea importante: la lucha de las superpotencias en el ¨¢rea del Tercer Mundo y el papel fundamental de China.
El Tercer Mundo no est¨¢ ya en el centro de la lucha entre el Este y el Oeste. Este cambio no significa que Estados Unidos no deba tener en cuenta los avances sovi¨¦ticos, aunque considere los motivos sovi¨¦ticos como puro oportunismo y que s¨®lo puedan producir ganancias temporales. Hace falta una pol¨ªtica de resistencia. Pero Estados Unidos deber¨ªa tratar a la mayor¨ªa de estas zonas como las amenazas secundarias que son. El conflicto por el dominio del Tercer Mundo va a durar todav¨ªa mucho tiempo, pero las victorias y las derrotas tendr¨¢n, probablemente, poco efecto en el equilibrio de poder.
El Golfo P¨¦rsico es, sin embargo, una excepci¨®n cr¨ªtica. Para Estados Unidos y Occidente. podr¨ªa ser catastr¨®fico el que dominara el ¨¢rea una influencia extremista bajo protecci¨®n sovi¨¦tica. En un futuro pr¨®ximo, Estados Unidos puede proteger sus intereses en dos pa¨ªses claves, Arabia Saud¨ª y Pakist¨¢n. Pero el resultado de la situaci¨®n en Ir¨¢n y Afganist¨¢n podr¨ªa crear una nueva amenaza. Ir¨¢n seguir¨¢ siendo un problema intratable mientras viva el ayatollah Jomeini.
Pero en Afganist¨¢n queda a¨²n espacio de maniobra, siempre que Estados Unidos tenga en cuenta que no puede excluir a la URSS de la influencia sobre un pa¨ªs que se halla en su frontera meridional, contra el cual viene mostrando intenciones agresivas desde hace m¨¢s de un siglo. Deber¨ªa conseguirse una soluci¨®n que armonizara la seguridad sovi¨¦tica con la autonom¨ªa de Afganist¨¢n. Una soluci¨®n que incluyera una retirada militar parcial de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, por ejemplo, a un cintur¨®n a lo largo de la frontera norte de Afganist¨¢n, y actualmente, tiene m¨¢s visos de posibilidad un Gobierno de unidad nacional que en 1980. No se avanzar¨¢ nada hasta que Estados Unidos proponga unos t¨¦rminos que no sean una capitulaci¨®n sovi¨¦tica.
En cuanto a China, se han acabado los d¨ªas de jugar llanamente esa carta. China ha ido ascendiendo poco a poco, de tal manera que Estados Unidos y la URSS tienen ahora que competir entre s¨ª para lograr su favor. Estados Unidos no puede ni debe retirarse del juego, ni asustarse por las negociaciones chino-sovi¨¦ticas, e incluso por una pacificaci¨®n a corto plazo de ese conflicto.
Pero Estados Unidos necesita tener una visi¨®n m¨¢s clara del car¨¢cter de las relaciones que desea mantener con Pek¨ªn. Una pol¨ªtica medida pero constante de apoyo a China ser¨ªa lo m¨¢s eficaz para solucionar la reacci¨®n anti-Pek¨ªn de Estados Unidos y para adaptarse al flujo y reflujo de la pol¨ªtica china.
Intrusos en el este de Asia
En cualquier caso, la situaci¨®n general del Pr¨®ximo Oriente es favorable a Estados Unidos. Las superpotencias son unos intrusos en el Este asi¨¢tico. Pero s¨®lo la URS S es hostil a las dos principales potencias asi¨¢ticas que est¨¢n comenzando actualmente a rearmarse. Mosc¨² esperar¨¢ muy probablemente que Washington ejerza una pol¨ªtica de contenci¨®n sobre China y Jap¨®n. Y esto ya le da a Estados Unidos una cierta ventaja psicol¨®gica sobre Mosc¨².
Al presidente no le har¨ªa ning¨²n da?o prestar atenci¨®n a las- palabras de un hombre que ya ha pasado por esa situaci¨®n, Nixon. "Podemos calificarlo de competencia pac¨ªfica. Podemos referirnos a una batalla por medios no militares. Podemos llamarlo distensi¨®n. Pero, sea cual sea el nombre que le demos, es mejor que las alternativas de una confrontaci¨®n est¨¦ril o de un conflicto nuclear".
Lo ir¨®nico de todo este asunto es que a Reagan se le presenta la oportunidad de hacer la paz con la Uni¨®n Sovi¨¦tica en t¨¦rminos aceptables. El peligro reside en que los dos protagonistas vuelvan a fallar; el resultado, en esta ocasi¨®n, podr¨ªa ser catastr¨®fico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.