El socialismo y la comunicaci¨®n de masas
Entre los grandes problemas que deber¨¢ afrontar la sociedad espa?ola y su Gobierno socialista, reconocida la prioridad de otras cuestiones pol¨ªticas, econ¨®micas, de defensa y de pol¨ªtica exterior, figura, sin duda entre las m¨¢s importantes la de las pol¨ªticas de comunicaci¨®n.Pol¨ªtica de comunicaci¨®n para el socialismo democr¨¢tico deber¨ªa significar, desde luego, respeto a la libertad de expresi¨®n y garant¨ªa plena del pluralismo, pero tambi¨¦n planificaci¨®n, promoci¨®n de los sistemas comunicativos entendidos como bienes p¨²blicos, el acceso a los cuales no llega a todos ni se desarrolla equilibradamente cuando la iniciativa dominante es la del inter¨¦s privado.
El Gobierno socialista deber¨¢ plantearse la necesidad de elaborar una pol¨ªtica de comunicaci¨®n democr¨¢tica que garantice el pluralismo y que permita que los medios de comunicaci¨®n cumplan, en s¨ªntesis, con una doble funci¨®n: permitir la organizaci¨®n social desde el nivel estatal hasta el nivel local, ampliando la participaci¨®n real de los ciudadanos en la vida p¨²blica, favoreciendo el debate y la acci¨®n social, y, en segundo lugar, difundir la cultura en sus distintos niveles, incluyendo entre ellos, naturalmente, el de la distracci¨®n.
En este contexto, la televisi¨®n se presenta como el principal problema de la pol¨ªtica comunicativa. Parece claro que un socialismo moderado, aunque no se proponga sino muy limitadamente el proceso de nacionalizaci¨®n, no deber¨¢ proceder a la privatizaci¨®n de la televisi¨®n. El socialismo debe ahora ser capaz de demostrar que, adem¨¢s de hacer una limpieza administrativa general, hace posible una televisi¨®n entendida como servicio p¨²blico, respetuosa con el pluralismo, capaz de cumplir adecuadamente con las dos funciones arriba mencionadas.
La televisi¨®n, ante todo, deber¨¢ dejar de concebirse como un portavoz del Gobierno y aun de la clase pol¨ªtica. Debe ampliarse la libertad de decisi¨®n de los profesionales; deber¨ªan aumentar los debates y la producci¨®n propia; deben promoverse las acciones de desarrollo cultural y social en el campo de la sanidad, la educaci¨®n, la tercera edad, la gente del campo, etc¨¦tera. La televisi¨®n debe ahora dejar de ser la caja tonta y aburrida que hemos sufrido, salvo excepciones, con la programaci¨®n de los ¨²ltimos a?os. El cambio, a nivel de vida diaria, pasa por el cambio de la imagen que la televisi¨®n ha venido d¨¢ndonos de nosotros mismos y de nuestro entorno.
Revisar el sistema televisivo
En el terreno de la organizaci¨®n estatal y pol¨ªtica, incumbe a la televisi¨®n otra tarea que estimo decisiva para el futuro de nuestra democracia: el cambio del flujo comunicativo centralista que hemos heredado del franquismo y que en los ¨²ltimos a?os no se ha podido quebrar. Es necesario revisar el actual sistema televisivo, que encierra a cada comunidad aut¨®noma en su tercer canal y deja que la voz de todos siga siendo la voz del centro, que interpreta, explica, selecciona y distribuye la voz de la periferia. La Espa?a de las autonom¨ªas no ser¨¢ posible mientras persista la incomprensi¨®n y la ceguera de los estereotipos, mientras las voces no circulen directamente desde una parte hasta otra del Estado. Desde Catalu?a hasta Andaluc¨ªa, y desde Andaluc¨ªa hasta Catalu?a, por ejemplo.
La pol¨ªtica de comunicaci¨®n no puede limitarse, desde luego, a este medio predominante. El nuevo Gobierno deber¨¢ afrontar otros numerosos problemas comunicativos. Destacar¨¦ algunos de los que creo m¨¢s importantes: establecimiento de una nueva pol¨ªtica de ayuda a la Prensa capaz de garantizar el pluralismo, lo que significa no concentrar la ayuda en los m¨¢s fuertes; revisi¨®n de la pol¨ªtica respecto de la Agencia Efe y su influencia internacional, particularmente en Latinoam¨¦rica; pol¨ªtica de reconversi¨®n tecnol¨®gica en el sector de las telecomunicaciones, sector punta del desarrollo; revisi¨®n de la estrategia ante la implantaci¨®n de la televisi¨®n directa v¨ªa sat¨¦lite, adaptando su implantaci¨®n a las exigencias de pluralismo y descentralizaci¨®n ya mencionadas.
Deber¨¢ abordarse una nueva pol¨ªtica de investigaci¨®n de la comunicaci¨®n y de la cultura (Mattelart acaba de finalizar un informe para el Gobierno Mitterrand sobre este tema). Deber¨¢n reconocerse los derechos de los profesionales, pero tambi¨¦n los de los actuales estudiantes y licenciados en Ciencias de la Informaci¨®n. Deber¨¢ exigirse la competencia que les corresponda a las instituciones actualmente responsables de esta investigaci¨®n: las facultades de Ciencias de la Informaci¨®n y los institutos y servicios dependientes de RTVE.
Cultura como servicio p¨²blico
Esta serie de acciones, dec¨ªamos al principio, deber¨¢ regirse por un extremado respeto al ejercicio real del pluralismo y a una comprensi¨®n de la informaci¨®n y la cultura como servicio p¨²blico. Ahora bien, esto tambi¨¦n tiene que ver con una reconsideraci¨®n de la importancia de los ¨¢mbitos de comunicaci¨®n. La pol¨ªtica socialista de la comunicaci¨®n no puede ser ¨²nicamente una pol¨ªtica de los grandes medios. Dicho de otra manera, deber¨¢ demostrarse ahora que la atenci¨®n de la izquierda por los medios peque?os, por la prensa de barrio, la radio local o municipal, no respond¨ªa a un inter¨¦s derivado de su limitaci¨®n de poder al ¨¢mbito local, de los municipios y las diputaciones.
Un colega brasile?o, candidato de la izquierda, me dec¨ªa: "?Para que vamos a ocuparnos de lo alternativo ahora que estamos a punto de conseguir el control de la televisi¨®n masiva?". Mal enfoque. Enfoque contradictorio con los ideales y la finalidad del socialismo democr¨¢tico. La informaci¨®n entendida como servicio p¨²blico debe dejar de ser instrumento de control, y debe convertirse en instrumento de participaci¨®n, y esto pasa necesariamente por la promoci¨®n de los niveles intermedios de comunicaci¨®n. Deber¨¢ revisarse el plan actual de concesi¨®n de licencias de radio, que ha favorecido la concentraci¨®n y que no ha partido de la voluntad de utilizar al m¨¢ximo las posibilidades reales del mapa radioel¨¦ctrico.
Por desgracia, el debate sobre la informaci¨®n y sus relaciones con la democracia alcanzan, entre nosotros, niveles de desarrollo intelectual muy limitados.
La tradici¨®n franquista de la informaci¨®n -primero por Gabriel Arias Salgado, despu¨¦s con el neofranquismo de Fraga Iribarne y el m¨¢s reciente liberalismo, que ha confundido con frecuencia la situaci¨®n de la informaci¨®n de finales de siglo con la que corresponde a los medios tecnol¨®gicos modernos- determina un cuadro conceptual confuso y objeto de presiones interesadas. Esta ser¨¢ la primera nube que deber¨¢ disipar la pol¨ªtica comunicativa socialista, en la que a priori caben tantos fracasos como posibilidades efectivas de cambio.
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