Bueno, hablemos de m¨²sica
En una de esas encuestas que proliferan a diario me han preguntado, como tantas veces, cu¨¢l es la m¨²sica que me llevar¨ªa, si s¨®lo pudiera llevarme un disco, a una isla desierta. No he dudado un instante la respuesta: las Suites para chelo solo, de Juan Sebasti¨¢n Bach; y si s¨®lo pudiera llevarme una de ellas, escoger¨ªa la n¨²mero uno. Conozco distintas versiones, y entre ellas, por supuesto, la de Pau Casals. Adem¨¢s de su valor hist¨®rico, es una versi¨®n excelente, pero la grabaci¨®n es tan antigua que es mucho lo que se pierde de su excelencia. En realidad, la versi¨®n que m¨¢s me conmueve es la de Maurice Gendron, y por consiguiente ser¨ªa ¨¦sta la que me llevar¨ªa a la isla desierta, junto con un libro ¨²nico: una buena antolog¨ªa de la poes¨ªa espa?ola del Siglo de Oro.Este tema me ofrece la oportunidad de contestar a otra pregunta que los periodistas me hacen con frecuencia sobre mis relaciones con la m¨²sica. Les contesto siempre la verdad: la m¨²sica me ha gustado m¨¢s que la literatura, hasta el punto de que no logro escribir con m¨²sica de fondo porque le presto m¨¢s atenci¨®n a ¨¦sta que a lo que estoy escribiendo. Sin embargo, nunca voy mucho m¨¢s lejos en mis explicaciones, entre otras cosas porque tengo la impresi¨®n de que mi vocaci¨®n musical es tan entra?able que forma parte de mi vida privada. Por lo mismo, cuando estoy solo con mis amigos muy ¨ªntimos no hay nada que me guste m¨¢s que hablar de m¨²sica. Jomi Garc¨ªa Ascot, que es uno de estos amigos, public¨® un libro excelente sobre sus experiencias de mel¨®mano empedernido, y all¨ª incluy¨® una frase que me oy¨® decir alguna vez: "Lo ¨²nico mejor que la m¨²sica es hablar de m¨²sica". Sigo creyendo que es verdad.
Lo raro es que cuando uno dice que le gusta la m¨²sica se piensa casi siempre en la m¨²sica que por pura pereza mental se ha dado en llamar m¨²sica cl¨¢sica. Tambi¨¦n se la llama m¨²sica culta, lo que no resuelve el problema, pues pienso que la m¨²sica popular tariribi¨¦n es culta, aunque de una cultura distinta. Aun la simple m¨²sica comercial, que no siempre es tan mala como suelen decir los sabios de sal¨®n, tiene derecho a llamarse culta, aunque no sea el Producto, de la misma cultura de Mozart. Al fin y al cabo, los grandes maestros de todos los tiempos saben que el manantial m¨¢s rico de su inspiraci¨®n es la m¨²sica popular. La foto m¨¢s conmovedora en la vasta y hermosa iconograf¨ªa de Bela Bartok es una en que aparece recogiendo una canci¨®n de labios de una campesina con una grabadora de cilindro, que nada ten¨ªa que envidiar a la primera que construy¨® Edison, y en la cual quedaron grabadas para la historia las preciosas l¨ªneas del Corderito de Mar¨ªa.
Todo esto para m¨ª es m¨¢s simple: m¨²sica es todo lo que suena, y el trabajo de establecer si es buena o mala es posterior. Tengo m¨¢s discos que libros, pero muchos amigos, sobre todo los m¨¢s intelectuales, se sorprenden de que la lista en orden alfab¨¦tico no termine con Vivaldi. Su estupor es m¨¢s intenso cuando descubren que lo que viene despu¨¦s es una colecci¨®n de m¨²sica del Caribe -que es, de todas, sin excepci¨®n, la que m¨¢s me interesa-. Desde las canciones ya hist¨®ricas de Rafael Hern¨¢ndez y el tr¨ªo Matamoros, hasta las plenas de Puerto, Rico, los tamboritos de Panam¨¢, los polos de la isla de Margarita, en Venezuela, o los merengues de Santo Domingo. Y, por supuesto, la que m¨¢s ha tenido que ver con mi vida y con mis libros: los cantos vallenatos de la costa del Caribe de Colombia, de los cuales habr¨ªa que hablar un d¨ªa de estos en una nota distinta. Jamaica y la Martinica tienen una m¨²sica de grande, y fue Daniel Santos quien divulg¨® algunas canciones que estuvieron de moda hace muchos aflos sin que casi nadie supiera que eran de Curagao con letra de Papiamento. Debo decir, sin embargo, que la canci¨®n m¨¢s bella que escuch¨¦ jam¨¢s en esa regi¨®n alucinada fue la que cantaba una ni?a ind¨ªgena de unos nueve a?os en las islas San Blas de Panam¨¢. La ni?a cantaba con una hermosa voz primitiva, acompa?¨¢ndose con una sola maraca, mientras se mec¨ªa a grandes bandaz¨®s en la misma hamaca donde dorm¨ªa un ni?o de pocos meses. Me qued¨¦ como extasiado, flotando en la magia de la canci¨®n y lamentando con el alma no haber llevado conmigo una grabadora. Nuestro gu¨ªa local nos dijo -sin pretender ning¨²n juego de palabras- que era una canci¨®n de cuna de los indios cunas. Fue tanta mi impresi¨®n que al d¨ªa siguiente le cont¨¦ mi emoci¨®n al general Omar Torrijos para que me facilitara el regreso a las islas con una grabadora, pero ¨¦l me disuadi¨® con su raro y demoledor sentido com¨²n. "No vuelvas m¨¢s", me dijo "que esas cosas suceden una sola vez en la vida". No volv¨ª, por supuesto, pero la certidumbre de que nunca m¨¢s volver¨¦ a escuchar aquella canci¨®n es una de las muy pocas amarguras de mi vida.
Tengo versiones inencontrables en ning¨²n lugar del Caribe, que, sin embargo, las he encontrado donde menos pod¨ªa imaginarse: en los mercados de discos latinos de la calle Catorce de Nueva York. Tengo discos de salsa, desde luego, pero con la conciencia de que no es una m¨²sica nueva, sino la continuaci¨®n exiliada y sofisticada para bien de la m¨²sica tradicional de Cuba. Como lo dijo hace pocos d¨ªas en una entrevista D¨¢maso P¨¦rez Prado, el inmortal, que es uno de mis ¨ªdolos m¨¢s antiguos y tenaces, como debe constar en los archivos de los peri¨®dicos en que escrib¨ª mis primeras notas. Me alegra comprobar, por otra parte, que mi pasi¨®n por la m¨²sica del Caribe est¨¢ bien correspondida. Hace unos a?os recib¨ª en Barcelona un telegrama de alguien que solicitaba mi ayuda para escribir sus memorias y que se firmaba con el seud¨®nimo de El Inquieto Anacobero. Un seud¨®nimo cuyo titular es conocido de todo el Caribe: Daniel Santos, el jefe. M¨¢s tarde me llam¨® por tel¨¦fono desde Nueva York mi amigo Rub¨¦n Blades para decirme que quer¨ªa cantar algunos de mis cuentos, y yo le contest¨¦ que encantado, inclusive por la curiosidad de saber qu¨¦ clase de transposici¨®n endiablada pod¨ªa quedar de semejante aventura. Lo digo sin iron¨ªa: nada me hubiera gustado en este mundo como haber podido escribir la historia hermosa y terrible de Pedro Navajas. Por ¨²ltimo, en el reciente aluvi¨®n telef¨®nico que estremeci¨® mi casa de M¨¦xico, una de las primeras llamadas fue la del otro gigante de la canci¨®n, Nelson Ned. Hace pocos a?os perd¨ª la amistad de algunos escritores sin sentido del humor porque declar¨¦ en una entrevista -pens¨¢ndolo de veras- que uno de los m¨¢s grandes poetas actuales de la lengua castellana era mi amigo Armando Manzanero.
Hablar de m¨²sica sin hablar de los boleros es como hablar de nada. Pero tambi¨¦n eso es motivo para una nota distinta, y tal vez interminable. En este g¨¦nero, Colombia tiene un m¨¦rito que s¨®lo Chile le disputa, y es la de haberse mantenido fiel al bolero a trav¨¦s de todas las modas, y con una pasi¨®n que sin duda nos enaltece. Por eso debemos sentimos justificados con la noticia cierta de que el bolero ha vuelto, que los hijos les est¨¢n pidiendo con urgencia a sus padres que les ense?en a bailarlo para no ser menos que los otros en las fiestas del s¨¢bado, y que las viejas voces de otros tiempos regresan al coraz¨®n en los homenajes m¨¢s que justos que se rinden en estos d¨ªas a la memoria inmemorial de To?a la Negra. Sin embargo, y sin ninguna duda, mi respuesta a la pregunta de siempre fue muy bien pensada y sincera: el disco que me llevar¨ªa a una isla desierta es la Suite n¨²mero uno para chelo solo, de Juan Sebasti¨¢n Bach. Terco que es uno.
1982.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.