La larga vida del pianista Arthur Rubinstein llena varias ¨¦pocas de la m¨²sica de este siglo
La larga vida del pianista Arthur Rubinstein, nacido el 28 de enero de 1897 en Lodz (Polonia), y muerto anteayer en Ginebra a consecuencia de una infecci¨®n repentina, llena toda una ¨¦poca y a¨²n varias: las que ha contado con singular desenfado y gran temperatura humana en sus tres vol¨²menes de Memorias. El pianista polaco, uno) de los m¨¢ximos nombres de la mitolog¨ªa musical de nuestro siglo, fue capaz de vencer con razones art¨ªsticas la indiscutible fuerza de su biograf¨ªa. Fue siempre cosmopolita sin reposo y un extraordinario vividor, capaz de ex traer a cada minuto de su existencia la dosis m¨¢xima de felicidad.
Esa manera de ser feliz y, por tanto, de vivir en plenitud se correspondiese con una Europa y una Am¨¦rica ya desaparecidas es otra cuesti¨®n que otorga mayor valor testimonial a tantas p¨¢ginas trazadas al hilo del recuerdo por Rubinstein, quien, por cierto, pose¨ªa una memoria asombrosa.El Par¨ªs de los felices veinte; la Europa invadida por la troupe de Diaghilev; la vida de los salones tocados de intelectualimo, como los de Misla Sert; la Espa?a enamorada de s¨ª misma y enamorante de los dem¨¢s desde la primac¨ªa de lo andaluz, fueron vividos por Rubinstein hasta apurar la ¨²ltima gota de sus posibilidades.
La tentaci¨®n de referirse a la figura -con rasgos muy nobles, como su apoyo a Stravinski y Falla cuando los compositores pasaban escaseces, tan mostradas por el ruso como calladas por el gaditano- no debe relegar a segundo plano la singular significaci¨®n del pianista: un int¨¦rprete que hasta la misma ancianidad pudo no s¨®lo mantenerse, sino renovarse en su t¨¦cnica y su estilo para no envejecer.
Cuando el modo de otros m¨¢s j¨®venes parec¨ªa pasado de ¨¦poca, Rubinstein nos sorprend¨ªa con la vigencia de muchas de sus versiones. Su Beethoven, su Chopin, su Schubert, su Brahms no eran de ning¨²n modo visiones del pret¨¦rito, sino realizaciones enfiladas hacia criterios interpretativos m¨¢s modernos.
El principal secreto
Uno de los secretos -acaso el mayor- que otorgaron pervivencia y actualidad al pianismo de Rubinstein fue la calidad de un sonido no solamente bello, sino absolutamente personal. Bastaba escuchar el comienzo de los movimientos de Poulenc para identificar qui¨¦n lo interpretaba; eran suficientes los compases iniciales de la Appasionata para reconocer el peso y el color, el juego de relaciones y el uso del pedal de Rubinstein.No hay int¨¦rprete aut¨¦ntico, sino sonido propio, y el de Rubinstein fue, desde su juventud, neto y cristalino, transparente hasta cuando -por necesidades de la m¨²sica interpretada- se tornaba denso y consistente. Eran los tiempos del famoso jeu perl¨¦ que Rubinstein trascendentalizaba. Hac¨ªa preciosismo y constru¨ªa con grandeza: sus pian¨ªsimos jam¨¢s se quebraban; no her¨ªan nunca sus fort¨ªsimos. La entera gama de intensidades discurr¨ªa dentro de una banda armoniosa y unificada. Creaba atm¨®sfera y prolongaba la resonancia dulcemente hasta darnos la ilusi¨®n de legati vocales o de arco.
La primera impresi¨®n
La primera impresi¨®n que produc¨ªa el Rubinstein relativamente joven era la de un genialismo improvisatorio, que confiaba buena parte de la interpretaci¨®n al acto del concierto, a la voluntad del momento una vez que se ha establecido la comunicaci¨®n con el p¨²blico. Luego se llegaba a la conclusi¨®n de que ni esto era tan cierto ni quiso mantenerlo cuando la progresiva fidelidad a lo escrito y la generalizada superaci¨®n de la t¨¦cnica lo hac¨ªan inviable. De ah¨ª que acaso el mejor Rubinstein fuera el de los 65 o 70 a?os: estudi¨® como nunca y abandon¨® ciertas obras que hab¨ªan sido de su repertorio. "No me atrevo ahora a tocar Iberia", dec¨ªa en cierta ocasi¨®n, "porque los pianistas j¨®venes estudian mucho y tocan todo lo que est¨¢ en el papel".Dedic¨® los m¨¢ximos esfuerzos de su madurez al repertorio rom¨¢ntico o romanticista, incluso para replantearse versiones como la del Carnaval, que hab¨ªan sido caballo de batalla desde el principio. Ahond¨® con l¨ªrica y formidable gravedad en el pianismo de Brahms y sublim¨®, por v¨ªa de un cierto despojamiento, su Chopin de siempre.
Rubinstein fue un maestro en toda la extensi¨®n de la palabra. La huella de su pianismo perdurar¨¢. Y su recuerdo en Espa?a. "Espa?a fue para mi un flechazo que content¨® perfectamente bien mi instinto por el color, y mi gusto por el ritmo. Ese pa¨ªs hizo m¨¢s que adoptarme".
Babelia
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