Jordi Pujol
Lo ¨²nico negativo que se trae uno de los frecuentes y gozosos viajes a Barcelona (soy como un Ulises mesetario que se asoma al Mediterr¨¢neo por la Barceloneta), es la mala imagen y la mala salsa que tiene hoy en Catalu?a el presidente de la Generalitat.El se?or Jordi Pujol fue ya una decepci¨®n casi ecol¨®gica cuando sali¨® nombrado, y su gesti¨®n, desde entonces, no ha podido ser m¨¢s pobre, limitativa para unos y otros, escasa. Catalu?a, que est¨¢ en su gran momento paisano de expansi¨®n y difusi¨®n, con las nuevas libertades espa?olas, no ha encontrado el hombre que abandere todo eso con la dignidad y la audacia hist¨®rica que su comunidad requiere. La Banca Catalana, que puede considerarse como personal¨ªsima del se?or Pujol, ha quedado en buena medida al quebrar en Catalu?a la especulaci¨®n de terrenos, con lo que tenemos los intereses bancarios del presidente de la Generalitat enfrentados a los intereses sociales, municipales y generales. Siempre se ha dicho de Pujol que, ante todo, era un catalanista, y ahora comprendemos que su catalanismo es mayormente inmobiliario: ama tanto el suelo patrio, que se lo compra. Cuando se es pol¨ªtico y financiero al mismo tiempo, se puede uno jugar bizarramente en la pol¨ªtica el dinero privado, pero tambi¨¦n se corre el riesgo contrario: que la mala imagen bancaria se transfiera a la dignidad del cargo pol¨ªtico, sobre todo cuando ¨¦ste es tan alto.
El se?or Pujol, dormido sobre mi cabeza, en un palco de la Comedia de Madrid, el d¨ªa en que se estrenaba el Hamlet de Terenci Moix, ha despertado de golpe para encontrarse el edificio de su Banca rodeado por varias vueltas de acreedores.
Otras Bancas regionales de Catalu?a siguen funcionando ventajosamente, lo que manifiesta la mala o incierta gesti¨®n de un pol¨ªtico lac¨®nico de estatura, impreciso de imagen y dudoso entre las armas de Madrid y las bellas letras catalanas. Tengo escrito que, si hoy se piensa en Espa?a, quien piensa es Catalu?a, y me parece dif¨ªcil encontrar fuera de Barcelona pensadores (con todo el grandioso enigma que Ortega le daba a este t¨¦rmino) como Rubert de Vent¨®s, Salvador P¨¢nniker, Tr¨ªas o Racionero, por no citar a los grandes te¨®ricos de la arquitectura y la est¨¦tica, de Bofill a Tusquets, Y de quienes se ha hablado al menudo en esta columna, ya que recientemente he convivido con ellos. O ensayistas como V¨¢zquez Montalb¨¢n, apaisado hombre de letras que cubre todos los g¨¦neros, pero que ahora me interesa agregar a la elite de pensierosos. Y cuando estos intelectuales condescienden a la pol¨ªtica, se sit¨²an en el PSUC (Montalb¨¢n), en el PSOE (Rubert y Carlos Barral), etc¨¦tera, pero muy raramente, o nunca, junto al catalanista oficial que apenas puede abarcar intelectualmente el mapa de Catalu?a: Jordi Pujol. El se?or Pujol, que disfrut¨® el favor de la uced¨¦ en Madrid, no sabemos de qu¨¦ disfruta ahora, pero mi sofemasa particular, en continuas incursiones a Barcelona y algunos pueblos de la costa, arroja un electro plano en el caso Pujol. Con ocasi¨®n de las recientes inundaciones en Catalu?a, hubi¨¦ramos esperado de la Generalitat y su presidente alg¨²n adem¨¢n de imaginaci¨®n o energ¨ªa, pero nada de esto se ha producido, y se ve que el se?or Pujol no ha mandado sus naves fenicias y electoreras a luchar contra los elementos. En Madrid, ahora, lo tiene m¨¢s crudo, porque no representa la Catalu?a progrediente (palabra tomada en usura por Pedro Schwartz a Ortega) que quiere Felipe Gonz¨¢lez.
Barcelona, capital peninsular del libro, y por tanto de la cultura (el franquismo quiso despojarle de esa capitalidad) no puede seguir viviendo de las rentas carcelarias del se?or Pujol, que una vez estuvo en las c¨¢rceles de Franco por catal¨¢n cat¨®lico y subversivo. Catalu?a, tan imaginativa, no cabe en un banquero sin imaginaci¨®n.
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