Los dinosaurios y la Administraci¨®n
"?Cuidado con la cultura!", cuentan que exclam¨® un jerarca sovi¨¦tico que barruntaba -y no le faltaba raz¨®n- que ¨²nicamente la cultura podr¨ªa fermentar imperceptiblemente en los ciudadanos cuya suprema responsabilidad se atribu¨ªa y, en un momento dado, alterar todas las previsiones de sus planes quinquenales y sus estructuras de poder. Y es que ciertamente la cultura resulta muy peligrosa para la programaci¨®n e imposici¨®n, desde el Estado, de aquellos objetivos y pautas de conducta que "m¨¢s convienen al pueblo". Que haya muchos cerebros, muchas personas que sean capaces de tener su propia opini¨®n, rebelarse, al menos en su interior, contra las opciones que se les ofrecen como ¨²nicas y mejores por parte del poder omn¨ªmodo y omnipresente es, hay que reconocerlo, sumamente arriesgado. Con un cerebro basta. Con que el que manda, mande, es suficiente. Si muchos pueden ocuparse de algo m¨¢s que sobrevivir y adquieren capacidad de decisi¨®n, el cerebro central se siente amenazado.Sin embargo, ni esta an¨¦cdota pertenece al pasado, ya que se repite, en diversos grados de intensidad y visibilidad, todos los d¨ªas, ni se circunscribe a unas formas y estructuras de poder determinadas, aunque se d¨¦ con frecuencia inversamente proporcional a la libertad efectiva de las mismas. Viene tambi¨¦n, en muchos casos, impuesta por la trepidante vida moderna y por la rutina, que no dejan espacio ni tiempo para pensar ni para discernir y tamizar lo urgente de lo importante. Pero hay excepciones: Jap¨®n es el mejor ejemplo.
"Me pagan para que piense". Lo dijo con toda naturalidad, sin pesta?ear -lo cual es muy raro en un japon¨¦s- cuando ¨ªbamos a aterrizar en el aeropuerto de Norita, en Tokio. ?All¨ª estaba el secreto! Esta era la clave del ¨¦xito nip¨®n. Incluso la utilizaci¨®n generalizada de la inform¨¢tica y de la rob¨®tica debe interpretarse en estas coordenadas: dejan m¨¢s tiempo para que el hombre haga aquello que no puede hacer la m¨¢quina, como pensar, sonre¨ªr, ser atentos y amables... "?Y en qu¨¦ piensa usted, si no es indiscreci¨®n?" "En los perfumes que podr¨ªamos exportar, incluyendo, en primer t¨¦rmino, a Francia..." Iba a contestarle lo de misi¨®n imposible, pero record¨¦ a tiempo el porcentaje de suizos que usan relojes made in Japan. Recordemos que, no hace mucho, pa¨ªses vencedores en la ¨²ltima guerra mundial ped¨ªan a los vencidos un poco de respiro en la competencia industrial con el fin de reequilibrar los mercados. ?En la guerra comercial son los vencidos los que est¨¢n poniendo condiciones a los vencedores! Y es que cuando desaparece la fuerza -el hambre agudiza el ingenio, dice el refr¨¢n- sobresale el cerebro. Pensar: he aqu¨ª la soluci¨®n.
El cerebro monclovita
A esto se refer¨ªa Juan Or¨®, bioqu¨ªmico leridano de renombre mundial por sus trabajos sobre el origen de la vida, cuando me contaba, paseando, hace tres o cuatro a?os, por la avenida neoyorquina en donde se halla el edificio de Naciones Unidas: "A las ciudades y organizaciones suele crecerles m¨¢s el cuerpo que el cerebro... Les pasa como a los dinosaurios". Hizo una pausa y a?adi¨®: "Y los dinosaurios, a pesar de su inmensa fuerza, desaparecieron. Eran torpes y lentos". Es cierto: los ayuntamientos que funcionan bien son los que cuentan con muchas funciones delegadas, con muchos n¨²cleos de decisi¨®n dentro de las l¨ªneas generales de la pol¨ªtica municipal. Y los organismos que funcionan bien son aquellos que tienen un cerebro proporcional a su magnitud, cuentan con un buen sistema de prospectiva -mejor que resolver los problemas es evitarlos-, de tal modo que facilitan a la direcci¨®n propuestas muy elaboradas y bien informadas, y se previene que las cuestiones irrelevantes hayan perder el tiempo a quienes pueden ocuparse de otras de mayor trascendencia.
Por ello he visto con gran complacencia que la Unesco haya concedido una especial¨ªsima importancia en la elaboraci¨®n de su pr¨®ximo plan sexenal (plan ajustable progresivamente, pero que orientar¨¢ la acci¨®n de la organizaci¨®n en su conjunto) a la reflex¨ª¨®n acerca de los escenarios en que m¨¢s probablemente tendr¨¢n lugar las actividades relativas a la educaci¨®n, la ciencia y la cultura entre 1984 y 1989. La Unesco -con el temor no disimulado de algunos pa¨ªses, ?cuidado con la cultura!, que consideran que pensar es un don que les corresponde en exclusiva- acaba de resolver l¨²cidamente la asimetr¨ªa cerebro/cuerpo, que estaba amortiguando progresivamente su eficacia. Este cambio no se logra en un d¨ªa. Su director general, Amadou Mahtar M'Bow, ha resumido el conjunto de las nuevas directrices en un libro titulado, muy significativamente, Las ra¨ªces del futuro. Por los mismos motivos, me parece de perlas que el presidente del Gobierno intente incrementar el cerebro monclovita, mediante la creaci¨®n de un Gabinete de amplias proporciones, que supongo hallar¨¢ su l¨®gica r¨¦plica en los departamentos ministeriales.
Este cambio cualitativo, esta ganancia en materia gris cuesta dinero. Pero ?cu¨¢nto cuesta ne cambiar? Por otra parte, esta reforma, que evitar¨¢ despu¨¦s muchos dispendios, no puede hacerse sin estructuras adaptables y ¨¢giles. "Hecha para administrar una sucesi¨®n de movimientos previstos de una vez para siempre", ha escrito Saint Exup¨¦ry, "la Administraci¨®n es incapaz de crear nada. Administra. Aplica tal sanci¨®n a tal falta, tal soluc¨ª¨®n a tal problema. Una Administraci¨®n no est¨¢ concebida para resolver problemas nuevos. Pera que la m¨¢quina se adaptara ser¨ªa necesario que un hombre dispusiera del derecho de transformarla. Pero en una Administraci¨®n concebida para salvar los inconvenientes de la arbitrariedad humana, los engranajes rechazan la intervenci¨®n del hombre... A veces ocurre que un desastre desbarata la hermosa m¨¢quina administrativa, y ¨¦sta, irreparablemente averiada, es sustituida, a falta de algo mejor, por simples hombres. Y los hombres lo salvan todo". Quiz¨¢ no sea necesario un desastre. Quiz¨¢ baste con tener suficientes inspiraci¨®n, coraje y tiempo para que el pueblo, a trav¨¦s de los gobernantes, domine la maquinaria administrativa de tal modo que sean los pol¨ªticos y no los resortes de la propia maquinaria los que dilijan los asuntos p¨²blicos, para que la econom¨ªa ocupe el importante lugar que le corresponde, pero no otros superiores, para que prevalezca siempre la fuerza de la raz¨®n.
Conocimiento sin recelo
Si la Administraci¨®n no funciona a la velocidad que los acontecimientos exigen, cada vez se hallar¨¢ m¨¢s distante de la realidad y, en consecuencia, cada vez ser¨¢ m¨¢s ineficaz. Y la celeridad y eficacia no se consiguen con mayor n¨²mero de controles -s¨ªntoma de desconfianza-, sino con unas directrices mejor meditadas y un cuadro ejecutivo apropiado. Las grandes empresas cuentan siempre, junto a un director de categor¨ªa (es decir, el que sabe que el rumbo es lo esencial, el que es capaz de diferenciar lo importante de lo secundario, el que sabe decidir y, cuando es necesario, corregir) y de un conjunto de personas en las que se confila plenamente y cuyos aciertos y errores se respaldan por igual, y cuya lealtad s¨®lo es superada por su competencia, porque ambas cualidades son indispensables. Personas que conocen lo que los dem¨¢s han pensado, a trav¨¦s de los medios de informaci¨®n y de su an¨¢lisis, y ofrecen a la direcci¨®n opciones bien tamizadas para la decisi¨®n. Las comisiones estudian y proponen, pero no deciden. Cuando lo hacen, se confirma la veracidad del adagio portugu¨¦s. "Uma comiss?o ¨¦ um grupo de homens que individualmente, n?o podem facer nada, mas que, colectivamente, podem decidir que nada pode ser feito".
Con una reforma de esta naturaleza, basada en el conocimiento y no en el recelo, se alcanzar¨¢, paulatinamente, una naci¨®n -y es de desear que un mundo-, en que todos los ciudadanos sean pensantes, porque la m¨¢quina sustituir¨¢ al hombre, inevitablemente, en otras funciones. Y este momento ser¨¢ el de la plena participaci¨®n, lo que equivale a decir el de la genuina democracia.
El temible s¨ªndrome de los dinosaurios s¨®lo puede ser prevenido mediante el predominio de la sabidur¨ªa. Como bioqu¨ªmico y con cierta experiencia en la Administraci¨®n nacional e internacional, puedo asegurar que, sin lugar a dudas, la soluci¨®n est¨¢ en el cerebro, en el potencial intelectual, en la preeminencia de la raz¨®n. No hay otras ra¨ªces del futuro que anhelamos.
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