Derecha e izquierda, a finales del siglo XX
Del mismo modo que el diablo ha tenido su mayor ¨¦xito haciendo creer a la humanidad que no existe, la izquierda ha conseguido su mayor triunfo convenciendo a muchos de que ofrece una visi¨®n m¨¢s generosa de los problemas sociales que los dem¨¢s.Veamos. Si la generosidad est¨¢ en ofrecer, no hay problemas: es lo que suele ocurrir en ¨¦poca electoral, pero el caso es cumplir. Si la generosidad est¨¢ en ofrecer lo de uno mismo, incluyendo la entrega y el trabajo y, por supuesto, tambi¨¦n los propios bienes y recursos, tampoco hay problema; desgraciadamente, el caso es poco frecuente. Normalmente esa generosidad se limita a decir: dadme vuestros votos para que yo pueda repartir mejor lo que es de todos. Y aqu¨ª empiezan las dificultades.
La verdad es que la competencia pol¨ªtica debe plantearse (y as¨ª se hace en las sociedades con mayor experiencia) entre programas concretos y alternativos, y cuyo resultado se pueda comprobar a los pocos a?os. El que realmente logre m¨¢s seguridad real, m¨¢s libertad efectiva, m¨¢s servicios sociales y, en definitiva, una calidad mejor de vida, ¨¦se es el mejor gobernante. Pero este planteamiento se suele rehuir, sustituy¨¦ndolo por vaguedades, ilusiones y promesas ambiguas. Intentemos, pues, clarificar el verdadero sentido de las palabras.
Un concepto clave de la izquierda es el de que las cosas van mal y hay que cambiarlas. La sociedad es injusta, hay que hacerla justa; hay que ampliar la libertad y el disfrute de todos. Ahora bien, la sociedad est¨¢ hecha de hombres y mujeres de carne y hueso; todos prefieren y defienden lo suyo, lo de sus hijos, lo de su pueblo, m¨¢s que lo ajeno. Podemos lograr por la educaci¨®n y el buen ejemplo una mayor solidaridad, pero es dif¨ªcil cambiar sustancialmente a toda la gente. Por tanto, el problema est¨¢ tanto en cambiar de sistema como en seleccionar en cada caso a los m¨¢s capaces, los m¨¢s prudentes, los m¨¢s expertos. Y no a los que m¨¢s ofrecen, sino a los que mejor pueden cumplir.
Se habla de repartir mejor, y la idea no es mala. Pero hay que empezar por producir m¨¢s y mejor, crear una ¨¦tica de trabajo y de productividad. Cuando un pa¨ªs produce irn¨¢s, ahorra m¨¢s, mejora sus instrumentos de producci¨®n, mejora sus posibilidades de intercambio, todos van para arriba; cuando se habla de trabajar menos, de rendir menos, de mentir y no cumplir, todos van para abajo.
Se dice que la sociedad existente est¨¢ llena de restricciones y de rigideces que rompen la espontaneidad y reducen la capacidad de autor re aliz aci¨®n. Pues bien, las normas, las reglas de juego, las instituciones, son el precio inevitable de la civilizaci¨®n. Para anclar por la selva no hacen falta sem¨¢foros; para circular por la ciudad, s¨ª. Sin la familia, sin la propiedad, sin la polic¨ªa, sin el juez, se vuelve a la jungla. Las instituciones y las normas se pueden reformar y mejorar, no se pueden destruir.
Se pretende que los seres humanos son iguales por naturaleza y que deben destruirse las desigualdades sociales. Es obvio que hay desigualdades injustas, pero la mayoria no lo son. Sin jerarqu¨ªa militar no hay defensa; sin organizaci¨®n econ¨®mica no hay empresa; si no hay una recompensa para el que dedica los a?os de su juventud a estudiar ingenier¨ªa o idiomas, ?qui¨¦n dejar¨ªa las amables diversiones? Hay que evitar las desigualdades inmerecidas, pero no las que permiten el desarrollo econ¨®mico, t¨¦cnico o est¨¦tico de la sociedad.
Se pretende que el Estado debe resolver la mayor¨ªa de los problemas sociales para lograr una mayor justicia. La realidad demuestra que el Estado hace bien ciertas cosas, y otras menos bien. El Estado puede y debe asegurar la seguridad, la justicia, un sistema de moneda estable o de pesas y medidas. El Estado y otras administraciones son, en general, malos empresarios; la burocracia funciona en este terreno peor que la empresa privada. El sector p¨²blico, fuera de su propio terreno, agarrota las funciones sociales y restringe la libertad efectiva, al aumentar los medios de control de los gobernantes.
Vengamos, pues, a las realidades. La visi¨®n de la sociedad que contraponemos a la de la izquierda valora en primer lugar los valores tradicionales, morales, familiares e institucionales en general. Cree que si un pueblo se ha pasado siglos viviendo de un cierto modo, cultivando los afectos y la religiosidad familiar, honrando a sus mayores y a sus muertos, procurando emular las gestas pasadas, haciendo una seria y buena Semana Santa, viendo con tranquilidad una pareja con tricornio, es mejor dejar todas esas cosas en paz, y, hablando con toda franqueza, que no es necesario llegar al Gobierno para enterarse de cosas tan elementales. Pensamos que las cosas que se mantienen y duran, por eso s¨®lo, son valiosas; siendo obvio que duran m¨¢s por su valor intr¨ªnseco que por las piedras y el bronce que las sostienen.
Pensamos tambi¨¦n que un orden de libertades y derechos s¨®lo funciona apoyado en los deberes aceptados de cumplir las leyes, las mismas leyes que establecen esos derechos y libertades. Se debe formar a los ciudadanos para que defiendan sus derechos, pero no puede lograrse sin explicarles al mismo tiempo que los derechos de uno son obligaciones de respetarlos para los dem¨¢s. La idea de que unos tienen s¨®lo derechos y los dem¨¢s s¨®lo obligaciones es tan falsa desde la ¨®ptica de abajo como desde la ¨®ptica de arriba. Sin ideales, aceptados por todos, de estudio, de trabajo, de dedicaci¨®n, de esfuerzo, de obra bien hecha, de ejemplaridad, de respetabilidad, de no ofender ni molestar a los dem¨¢s, no se puede construir una sociedad que funcione. Cada d¨ªa leemos o contemplamos mensajes que dicen lo contrario. Tan lejos de la hipocres¨ªa farisaica hay que estar como del exhibicionismo c¨ªnico. No es marginaci¨®n el pedir que cada uno guarde para s¨ª y para su casa sus excentricidades y sus desv¨¦rg¨¹enzas, y que sus extravagancias econ¨®micas no se produzcan a costa de los dem¨¢s.
Creemos que todo el mundo es b¨¢sicamente bueno, pero que las cerraduras, las puertas, los guardias de tr¨¢fico, la polic¨ªa y los jueces son instituciones necesarias. La sociedad, la paz y la ley tienen enemigos; los hay muy grandes y muy peligrosos, como las bandas terroristas; y los hay muy peque?os, como las termitas, pero a lo largo, no menos peligrosos. Y la sociedad tiene el deber y el derecho de defenderse contra los unos y los otros.
Pensamos que la econom¨ªa, siendo un tema complicado y dif¨ªcil, tiene, sin embargo, algunas ideas b¨¢sicas y unas comprobaciones f¨¢ciles, que son bastante evidentes. Nadie puede negar, por ejemplo, despu¨¦s de casi ochenta a?os de aplicar el nuevo sistema en Rusia, que el pueblo sigue viviendo muy mal y que la instituci¨®n en la que coinciden todos los pa¨ªses del este de Europa es la cola, la cola de horas y horas para conseguir un poco de carne o de pescado. Nadie puede dudar de que China empieza a levantar un poco la cabeza desmontando poco a poco el comunismo total de Mao. Con todos sus defectos, la econom¨ªa libre funciona mejor, y ah¨ª est¨¢ el caso japon¨¦s, de un pa¨ªs pobre con una poblaci¨®n rica, con un sistema econ¨®mico razonable y eficiente. Los espa?oles son muy due?os de optar por vivir peor trabajando menos, pero deben saber que s¨®lo pueden vivir mejor trabajando m¨¢s. Y debemos saber (y muy pronto vamos a comprobarlo) que hablar de crear 800.000 puestos de trabajo en cuatro a?os es muy f¨¢cil, pero crearlos es sencillamente imposible a partir del programa socialista. La apuesta se puede aceptar sin l¨ªmites.
?D¨®nde est¨¢, pues, la generosidad? El socialismo en todas partes hace hospitales para los pobres, mas empieza por hacer los pobres. Siempre se queja de la herencia recibida para dejar otra peor.
Y con esto no desconozco lo mucho que los dem¨¢s tengamos que aprender, rectificar o corregir. Es mucho tambi¨¦n, por supuesto. Pero nadie haga juicios de intenciones, sino de resultados, en econom¨ªa y en pol¨ªtica. La apuesta ser¨¢ mantenida, y que nadie se enga?e, ser¨¢ ganada. Peores desiertos hemos atravesado ya.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.