Aborto y di¨¢logo
Toda homologaci¨®n a ultranza es una insidia: nos enga?a, nos manipula y fanatiza. Nos enga?a porque nos hace so?ar con una uniformidad que a la larga se demuestra imposible e indeseable por reductiva y / o por destructiva. Nos manipula porque nos polariza inconscientemente en los elementos integradores; asfixia las posibles alternativas complementarias que podr¨ªan surgir en nosotros mismos, pero que mermar¨ªan el deseado uniformismo, e impiden recibir de los dem¨¢s esas riquezas que nos faltan. Nos fanatiza porque se crea una din¨¢mica agresiva de mutuas competencias entre los diversos colectivos as¨ª homogeneizados, donde ya no interesan el bien o la verdad por ellos mismos, sino como arma arrojadiza contra los adversarios y fuente de satisfacciones, de seguridades y de provechos para sus partidarios.Los partidos pol¨ªticos necesitan, por supuesto, de un cierto grado de homogeneidad. Pero, si quieren dialogar y convivir con otros colectivos, deben vivir en ¨®smosis y hasta en un cierto consenso de principios; mucho m¨¢s si el partido tiene acceso a los espacios de gobierno de la naci¨®n o del Estado. Pero entonces ocurre que los miembros que est¨¢n en el Gobierno son, normalmente, m¨¢s flexibles y abiertos que sus bases, si es que quieren hacer una gesti¨®n al servicio del bien com¨²n y no a su capillismo, y de aqu¨ª que se cree una tensi¨®n entre ambos niveles: unos, en b¨²squeda de realismo, pragmatismo y cierta universalidad, y otros, en b¨²squeda de identidad, de uniformidad y de homogeneidad.
En la Iglesia cat¨®lica pueden encontrarse tensiones parecidas, aunque con dos matices: en primer lugar, que, si bien se mira, existe en su interior m¨¢s pluralismo de lo que muchos se imaginan desde fuera y aun de lo que no pocos quisieran consentirnos desde dentro. Adem¨¢s, que aqu¨ª la divisi¨®n no se da necesariamente entre estamentos gobernantes y las bases, sino entre diferentes eclesiolog¨ªas o maneras de concebir la Iglesia y su unidad: los partidarios de la homogeneidad a ultranza -tanto las bases como los cuadros medios, as¨ª como la jerarqu¨ªa- optan y luchan por una Iglesia p¨¦trea, n¨ªtida y dura, sin fisuras hacia el exterior, sin di¨¢logo posible, sin intercambios con el exterior. Pero tambi¨¦n en todos sus niveles de responsabilidad existe otra Iglesia que concibe el n¨²cleo de su fe como una savia que no necesita de tubos de acero para ser canalizada y protegida, sino que, por el contrario, puede y debe ponerse en contacto y comuni¨®n con otras realidades en las que puede encarnarse y a las que puede potenciar o con las que debe colaborar.
?Qu¨¦ tiene esto que ver con el tema de la legalizaci¨®n del aborto, ese Guadiana que viene discurriendo por nuestra sociedad hace ya algunos a?os, aflorando y ocult¨¢ndose de tiempo en tiempo, y que ahora ha vuelto a reaparecer? No pretendo volver a plantear todos los argumentos de la Iglesia cat¨®lica para oponerse a la legalizaci¨®n, tema del que aqu¨ª mismo, en EL PAIS, he tratado hace ya algunos a?os, en colaboraci¨®n con Javier Gafo en cuanto especialista y profesor de Biol¨®gicas. Doy por sabidas, en principio, las razones de los abortistas Y antiabortistas, y deseo fijarme: especialmente en los aspectos no ecl¨¦cticos, que no caben en este terreno, pero s¨ª fronterizos y dialogantes. Los cristianos somos ciudadanos de esta sociedad, a la que amamos, y nos importa mucho el bien de todos, sin renunciar a los grandes principios de nuestra conciencia, pero sin fomentar posturas sectarias, agresivas y violentas que, llevasen a resucitar el viejo le¨®n dormido de las dos Espa?as, que pudieran convertirse de nuevo en las dos espadas.
Deseo recordar, en primer t¨¦rmino, que en el mensaje fundamental del Evangelio hay suficiente sinton¨ªa con todas las causas en favor del hombre como para que los cat¨®licos podamos comulgar y colaborar con todas las opciones de lo que hoy podr¨ªa englobarse con el enunciado general de una ¨¦tica de izquierdas o programa socialista en el sentido amplio de la palabra, y as¨ª lo venimos haciendo muchos y lo seguiremos haciendo. Inclusive en aquellos aspectos que no compartimos desde nuestra moral cristiana, no tenemos inconveniente, por respeto a la libertad de conciencia y al pluralismo de la sociedad, en aceptar su legalizaci¨®n, como ocurri¨® con la despenalizaci¨®n del adulterio o con la implantaci¨®n del divorcio civil. La Iglesia cat¨®lica espa?ola de estos a?os ha sido bastante respetuosa en todos los campos opinables, con lo cual ha colaborado no poco a fomentar el ambiente de di¨¢logo en el que estamos felizmente conviviendo y progresando, aunque no hayan faltado peque?os grupos, m¨¢s o menos fanatizados, que han pretendido, sin ¨¦xito, llevarnos a una cruzada o poco menos.
Es el tema de la legalizaci¨®n del aborto el ¨²nico quiz¨¢ en el que, aun la Iglesia m¨¢s abierta, no puede en su conciencia dar el s¨ª. Pero obs¨¦rvese que esta oposici¨®n la mantenemos desde unos principios que son propios no s¨®lo de la moral cat¨®lica, sino de la ¨¦tica general, como es la jerarquizaci¨®n de los valores y el respeto a la vida humana indefensa e inocente. Por otra parte, esta opci¨®n la tomamos desde unos datos que nos aporta la ciencia positiva moderna, que indica que desde el primer momento de la fecundaci¨®n del ¨®vulo existe all¨ª una vida gen¨¦ticamente programada hacia lo humano, no amorfa ni indiferenciada. A muchos cat¨®licos nos duele este conflicto con otras concepciones de la vida, con las que nos sentimos tan unidos en tantos otros casos, y estar¨ªamos deseando encontrar argumentos cient¨ªficos y objetivos que nos pudieran demostrar que all¨ª no hay vida humana en grado alguno. Pero mientras las ciencias biol¨®gicas no den con unanimidad esa certeza, nos parece m¨¢s ¨¦tico respetar esa vida que exponernos a agredir a un ser humano, hijo de Dios y hermano nuestro.
Y no se puede, honestamente, dividir los campos entre abortistas y modernos, por un lado, y antiabortistas y retr¨®grados, por otro. Porque hay muchos cat¨®licos y no cat¨®licos que en otros campos son tan abiertos como los que m¨¢s y, sin embargo, no aceptan la legalizaci¨®n. En lo que s¨ª estoy de acuerdo es en que, por coherencia consigo mismos, los antiabortistas deben ser enemigos de la pena de muerte. Pero en la Iglesia cat¨®lica estamos muchos que desde hace bastantes a?os, aun desde el r¨¦gimen de Franco, nos hemos manifestado contra la pena de muerte.
Un aspecto importante a tener en cuenta es el de la coyuntura europea en la que se encuentra Espa?a. No s¨®lo por el tan cacareado contraste que se da en el hecho de que al pasar la frontera se puede hacer legal y as¨¦pticamente lo que m¨¢s ac¨¢ hay que hacer de manera salvaje e ilegal (lo cual es un argumento fuerte; pero, a mi juicio, no condicionante, porque extrapol¨¢ndolo tendr¨ªamos, por ejemplo, que si en un pa¨ªs civilizado es delito maltratar a la esposa y ser b¨ªgamo, el que se marchara a un pa¨ªs donde haya otra tolerancia para el machismo, ya lo encontrar¨ªa ¨¦ticamente defendible; o bien si porque en un atraco a mano armada puede haber sangre y v¨ªctimas, lo mejor ser¨ªa legalizar los atracos y hacerlos limpiamente, sin violencia y a horas programadas... Y perd¨®n por la caricatura. Toda extrapolaci¨®n lo es. Y toda caricatura lo que hace es exacerbar lo que est¨¢ ya en simiente en el rostro), sino porque no se puede negar que esos pa¨ªses son modelo de humanismo y de civilizaci¨®n en muchos aspectos.
Por el hecho de que la civilizaci¨®n occidental -y, en concreto, europea- est¨¦ en crisis de identidad -con harta raz¨®n, por otra parte-, no podemos deducir que en su seno no exista m¨¢s que degeneraci¨®n e inmoralidad: decir eso no es justo, aunque a veces se esgrima como argumento por parte de la Iglesia. Esos pa¨ªses en los que se ha legalizado el aborto en mayor o menor l¨ªmite han sido y siguen siendo ejemplo de cultura, de libertad, de di¨¢logo, de respeto a los derechos humanos, de justicia social, etc¨¦tera, aunque tengan, por supuesto, muchos defectos estructurales y hayan cometido en momentos determinados guerras y cr¨ªmenes sociales. Pero tampoco se puede absolutizar este argumento, porque no vamos a caer en un mimetismo paneuropeo que esterilice nuestra propia creatividad en este como en otros campos.
No es f¨¢cil el papel del Parlamento y del Gobierno en este caso, y todos -tirios y troyanos- debemos comprenderlo. Nadie tiene una soluci¨®n que satisfaga a todos y, al mismo tiempo, respete los principios. Quiz¨¢ porque, por una vez, los valores que est¨¢n en juego no son ni el capital, ni siquiera el trabajo o la cultura, sino la ra¨ªz de todos esos bienes, que es la vida, la vida misma en s¨ª y de momento. Por eso no se pueden aceptar opciones diferentes, como en otros casos en que la actuaci¨®n de los ciudadanos libres no supone perjuicios a terceros inocentes e indefensos.
Ni siquiera las adhesiones populares se pueden esgrimir como argumento si unos y otros juzgamos fr¨ªamente. Porque si diez millones votaron al PSOE, otros diez por lo menos dijeron s¨ª al Papa. Pero ni aqu¨¦llos ni ¨¦stos estamos muy seguros de que suscribir¨ªan un cheque en blanco ni al PSOE ni a la Iglesia en todos sus programas. Aparte de que en muchos casos se trataba de los mismos ciudadanos.
Los cat¨®licos decimos claramente no al aborto legal; nos oponemos a esa decisi¨®n, que no queremos asumir en la conciencia. ?Qu¨¦ har¨ªamos si el proyecto del Gobierno de aborto restringido sale adelante? Nuestras armas nunca ser¨¢n, ni pueden ser, las de la guerra ni las de la violencia, sino el amor, el di¨¢logo, la oraci¨®n y la esperanza activa: trabajar por una sociedad en la que nadie tenga que dar la muerte a nadie, sino la vida, y donde la vida valga la pena de ser vivida.
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