Los aleda?os del imperio
'POP' ES la abreviatura anglosajona de popular, una palabra que puede ser equ¨ªvoca si se la traduce letra a letra,sin la carga sem¨¢ntica de su idioma original. Pero vivimos as¨ª. en las orillas del gran imperio cultural; en una babel de confugiones, que se confunden m¨¢s cuando se busca definirlas. Seguir¨ªamos dentro del barbarismo (aunque en 1983 quiz¨¢ seamos nosotros los b¨¢rbaros de la nueva Roma) para decir que una especie de serendipidad -si la Academia quisiera alguna vez traducir serendipity: la aptitud para hacer descubrimientos afortunados por el azar- ha hecho coincidir en Madrid a Andy Warhol y a Lichtenstein: sus personas (rodeadas ya, con perd¨®n, de esnobismo) y sus obras. Para los m¨¢s j¨®venes de nuestros viejos intelectuales, una org¨ªa: se educaron hace veinte o veinticinco a?os con aquel mito, que aqu¨ª aparec¨ªa como m¨¢s maravilloso de lo que pretend¨ªa ser por el desd¨¦n conservador, por la reducci¨®n a un estado miserable de lo que a los dirigentes de nuestra cultura les parec¨ªa una deleznable imitaci¨®n. Ahora son cl¨¢sicos. Un cuadro de Warhol sepuede estar vendiendo entre seis y siete millones de pesetas, y los de Lichtenstein -en esta exposici¨®n- no se venden, porque vienen de mano en mano sagradas: el Museo de Arte de Saint Louis, la Fundaci¨®n American Express y, en esta etapa, la Fundaci¨®n Juan March. Son como objetos catedralicios.Quiz¨¢ estos jud¨ªos de origen centroeuropeo vieron lo cotidiano del imperio como los propios americanos no pensaron nunca verlo. Como el voyeur que mira la foto pornogr¨¢fica con lupa o detiene el v¨ªdeo en la escena culminante, ellos congelaron la imagen de un folklore ins¨®lito, la ampliaron, la entronizaron. De Batman a Marilyn Monroe, de la p
istola -elemento m¨ªtico del folklore americano: toda la gran creaci¨®n del Oeste, toda la formaci¨®n de una sociedad que irradi¨® desde Chicago, est¨¢ en la pistola y la metralleta- a la sopa enlatada, que representa la popularizaci¨®n de una riqueza refinada (la ostra o la tortuga, al alcance del pobre, o imponi¨¦ndose al pobre). El seno enorme, la onomatopeya en lugar de la palabra articulada, el fr¨ªo objeto industrial, se hicieron visibles cuando se met¨ªan dentro de una generalidad que los invisibilizaba. El movimiento dada, en Europa, visualizaba el objeto humano, c¨¢lido: la pipa, el peri¨®dico, el jarro de agua (mucho antes, la famosa silla de Van Gogh); el pop art apuntaba -como en el punto de mira de un arma- el objeto fr¨ªo: el de la sociedad de consumo. Incluyendo en el objeto fr¨ªo -o enfri¨¢ndolo- a seres humanos tan c¨¢lidos como Marilyn o como el, presidente Lincoln, los convert¨ªan en la misma cosa.Mirada de centroeuropeo pobre sobre la riqueza cotidiana. Mirada de ni?os fascinados, para los que una salchicha en pan pod¨ªa ser algo tan maravilloso y hasta tan irracionalmente lejano como un hombre-ara?a o el cigarrillo de Humphrey Bogart. Todo un gran movimiento industrial y comercial, todo un gran mundo en venta (y ¨¦se fue el sentido de lo pop o de la forma anglosajona de lo popular, lejos del folklore en tanto que creaci¨®n primitiva y tradicional, de frescura y de espontaneidad; por eso, la ra¨ªz sem¨¢ntica no entra eri la traducci¨®n simple), qued¨® preso en esa mirada fascinada.
Vuelve ahora a Europa convertido ya en cultura y en civilizaci¨®n; sus autores -al menos, Warhol- se han convertido en objetos de s¨ª mismos, y ya son Marilyn o Batman, o Lincoln o sopa Campbell, o sombrero Stetson o Colt del 45. Se han fundido con una sociedad que despiezaron, que fueron aislando elemento a elemento. Encuadran, en Madrid, con los mismos elementos cotidianos que vieron en la Am¨¦rica de los cincuenta: las sirvientas de hamburgueser¨ªa con sus enormes gorras a gajos de colores, los Wimpies y los McDonalds en cada buena esquina -disput¨¢ndosela a los bancos-, los badgets en las blusas, los
admirables traseros juveniles enfundados en los Levi Strauss, los patinadores de Recoletos con auriculares tapon¨¢ndoles, el rock en los transistores que deambulan, la imagen de ET estampada en las camisetas -o sea en las T-shirts-, las Camptiell en el supermercado, las Polaroids fotografiando el amor dom¨¦stico en las alcobas burguesas. Y las palabras inglesas, los anglicismos, en los editoriales de EL PA?S. Aleda?os del imperio.
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